Cada mitzvá que hacemos trae luz al mundo. En el caso de ciertas mitzvot, la luz que generamos hasta puede ser vista y apreciada. Una de esas mitzvot es encender las velas para recibir el Shabat; las velas le confieren una atmósfera serena y apacible al sagrado Día de Descanso.
Seis días a la semana trabajamos, comemos, dormimos, hacemos gimnasia… y también oramos. Y entonces, al séptimo día, hacemos una pausa para reconectarnos con el Creador.
El Shabat empieza con palabras de admiración vertidas sobre un rico vino para cumplir con el versículo que dice “Recuerda el día de Shabat para santificarlo”.
Se adorna la mesa con un elegante mantel, con las velas de Shabat, con platos “especiales”, y con dos jalas cubiertas. Las primeras dos comidas se inician con el kidush, que se recita con un vaso de vino.
Las plegarias del Shabat a la mañana tradicionalmente se inician a una hora más tarde que los servicios de rezo semanales, dándonos así la oportunidad de ingresar en un estado mental meditativo y propicio para la oración.
El Shabat es una isla en el tiempo. Desde la puesta del sol del viernes hasta la tarde, hasta la caída de la noche del sábado, trascendemos las preocupaciones y las ocupaciones de la vida material.
Los preparativos para el Shabat hacen que este sea mucho más significativo y atesorado. El trabajo esforzado nos hace entender que muy pronto recibiremos la visita de una invitada muy pero muy especial: la Reina de Shabat.
En Shabat, está prohibido cocinar, hornear, calentar comida y encender o apagar fuego. Por lo tanto, gran parte de la preparación de comida tiene que completarse antes de que se inicie el Día de Descanso.