En mérito a Naftali Frankel (Iaakov Naftali ben Rajel Devorá), Gilad Shaar (Guilad Mijael ben Bat Galim), Eial Ifrach (Eial ben Iris Teshura)

¡Que vuelvan a casa pronto, sanos y salvos!

Para poder responder a esta pregunta habría que definir primero cómo es que se define “pueblo” y la pertenencia a un pueblo.

La Real Academia Española define pueblo como: “Conjunto de personas de un lugar, región o país.”

No muy aplicable al pueblo judío, que digamos.

En cuanto a la palabra “nación”, encontramos la siguiente acepción: “Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.”

Parece ser una definición un poco más cercana a la descripción de la nación judía, pero, si bien compartimos un mismo origen ancestral, hace miles de años, ¿los judíos del mundo compartimos el mismo idioma? ¿Tenemos tradiciones en común?

¿Cuál es el idioma en común, el hebreo? El que no habla el hebreo, ¿no pertenece al pueblo judío? ¿Cuáles son las tradiciones en común? ¿Ayunar en Iom Kipur? ¿Andar en bici en Iom Kipur? ¿Cómo se definen tradiciones en común, según su antigüedad? ¿Según su popularidad? Y si uno no cumple ninguna tradición, ¿deja de ser judío?

Si uno mira la variedad de idiomas y tradiciones que los judíos tenemos, cabe preguntarse realmente ¿cuántos pueblos somos?

¿Judío o Israelí?

Hay quienes definen su identidad por su israelismo más que por su judaísmo.

Más allá de lo que dice el pasaporte o donde uno paga los impuestos, la pregunta en el fondo es, ¿qué define la identidad nacional del judío, el “lugar, región o país”, o el compartir “un mismo origen, un mismo idioma y una tradición común”?

Creo que habrán tantas respuestas como judíos, cada uno definiéndose y defendiéndose a su manera.

En realidad la pregunta no es una, sino dos: 1) ¿qué me hace judío?; 2) ¿qué hace que mi condición de judío me resulte relevante?

En otras palabras, si defino mi identidad judía como “proveniente del mismo origen que los demás judíos”, surge la pregunta: ¿So what? ¿Qué culpa tengo yo que provengo del mismo origen que fulano y mengano? ¿Qué me ata con él? A él le gusta ayunar en Iom Kipur y a mi me gusta andar en bici… A él le gusta vestirse como si vive en la Rusia de la edad media y a mi me gusta andar vestido como se me antoja.

Cada vez hay más temas que no solo sirven para crear discordia en el pueblo judío, sino que parecen darle una definición básica al ser judío incompatible con la del otro. Para algunos si no crees en D-os y no cumples con Sus preceptos no sos (buen) judío, y para otros si no haces el servicio militar porque prefieres estudiar Torá todo el día en defensa de Israel sos un parásito social…

Los ejemplos abundan.

¿Cuántos pueblos somos, entonces?

Mi respuesta personal: Somos un solo pueblo. Explicaré porqué.

Ser judío no depende de dónde naciste ni de qué cuadro sos (bueno, para algunos, esto será discutible…) ni de tus tradiciones. Ser judío es una condición esencial, es un tema de alma. Todo el resto gira en torno a esa esencia.

Es el común denominador que nos conecta entre nosotros más allá de nuestras diferencias. El secuestro de Eial, Naftali y Guilad lo ha demostrado una vez más. No importa donde está uno en el espectro del judaísmo o el israelismo, no importa si vive en Israel o fuera de ella, todos nos sentimos tocados y preocupados por su bienestar y pronta devolución a casa sanos y salvos. Hete aquí una manifestación de nuestra condición de judío más allá de diferencias de cualquier tipo.

Cualquier judío del mundo siente que se trata de su hijo o hermano. Nuestros amigos no judíos tendrán simpatía por lo que “les hicieron a los judíos” de nuevo. No hay escapatoria y no creo que atente contra lo políticamente correcto: estamos nosotros y están los otros; amigos por cierto, pero no familia. (Quizás, a veces, uno prefiere amigos a “familia”, pero los amigos no dejan de ser amigos y la familia no deja de ser familia.)

¿Entonces qué?

Antes que nada hay que hacer todo lo posible - terrenal y celestialmente - para recuperar a nuestros hijos. Punto.

Pero sería una lástima no aprovechar este sacudón positivamente. En tiempos más tranquilos, con mate o narguila de por medio, podemos permitirnos el lujo de definir nuestra identidad judía como queremos. Es en momentos como este, con la guardia baja, que nuestro instinto más profundo sale en su forma más pura y natural. Reconozcámoslo, abracémoslo y aprovechémoslo.

Independientemente de mis conclusiones personales en cuanto a qué implica abrazar y aprovecharlo, quiero llamar la atención al hecho e invitar a cada uno a pensar para que cada uno saque sus propias conclusiones.

Mis conclusiones

Para los que les interesa mis conclusiones personales:

El ser judío es algo que si bien se expresa por medio de nuestros pensamientos y sentimientos, también los trasciende. Podemos entender lo que podemos entender y sentir lo que podemos sentir, pero esto no agota lo que somos. Nuestra apreciación intelectual y emocional de nuestra esencia pueden y deben crecer continuamente. Dejemos aquello de “tú pensas así y yo pienso asá y cada uno tiene derecho a pensar como quiere”. El que dice eso se está privando antes que nada a sí mismo por no exponerse a la posibilidad de aprender algo nuevo sobre sí mismo y crecer.

Me hace recordar de lo que dijo el Sr. Charles H. Duell, Inspector General de la Oficina de Patentes de los EEUU en el año 1899: “Todo lo que se puede inventar ya fue inventado”.

El potencial del alcance del conocimiento humano no tiene límite. No te cierres a lo que YA “sabes”… Abrite a nuevas posibilidades.

Puede que sea incómodo descubrir que las cosas no son como las pensaste, pero - en mi humilde opinión - vale la pena.

El nombre de la lectura bíblica de esta semana, Jukat, quiere decir “estatuto”. Es un término que la Torá utiliza cuando se refiere a un mandato que no viene acompañado de una explicación racional. La palabra Jukat está relacionada también con la palabra Jakiká, o sea: “esculpido”. La idea es que la comprensión y el sentimiento personales son como letras escritas que tapan (limitan) la esencia de nuestra conexión con D-os. No llegan a expresar la esencia misma de esta relación. La letra esculpida, en cambio, proviene de la propia esencia de la piedra y no la tapa - especialmente cuando, como en el caso de los Diez Mandamientos, las letras perforan la piedra de lado a lado - parecida a los preceptos supraracionales que expresan una conexión que trasciende los límites de nuestra conexión consciente.

Somos más de lo que estamos en condiciones de entender y/o sentir.

Cuando irrumpe un vistazo de esa esencia, encaucémosla para generar energía espiritual para ayudarnos a superar la inercia de lo mundano y lo diario.