Durante los años ‘setenta’, padres aturdidos a menudo hacían llamadas de larga distancia al Rabbi Yitzjak Drizin, el sheliaj de Berkeley, California. Ellos buscaban ayuda para comunicarse con sus hijos quienes se habían unido a cultos y comunas o quienes deambulaban a la aventura por las permisivas playas de la Costa Oeste.
Así él no estuvo sorprendido cuando un padre preocupado, el Sr. Friedman llamó desde Nueva York pidiendo ayuda para contactar con su hija Adina.
“Ella es una chica encantadora, una estudiante de Columbia.” El Sr. Friedman balbuceaba. “Ellos están ahora en Inmigrant Gap’, California... Nuestra familia trata de observar Shabat... pero su novio, un hombre de raza negra, es un misionero cristiano... Mañana por la noche él la va a llevar a Hawaii para convertirla al cristianismo. Pienso que ella está haciéndolo sólo para complacerlo a él. Por favor ayúdenos.”
Rabbi Drizin prometió que haría lo que pudiera. Sin embargo, era viernes. El no estaba ni siquiera seguro de que podría encontrar ‘Inmigrant Gap’.
“Yo dudé," recordó Rabbi Drizin. “Había escuchado el nombre del pueblo antes y creía que era en algún lugar cerca de Sacramento. Pero no tenía dirección, no quería atrasarme justo antes de Shabat. ¿Podría realmente influenciar a una extraña y causar un cambio en ella sobre un tema tan crítico con una breve visita?.”
“Sin embargo, estaba listo para ir. Planeé lo que pensé que era bastante tiempo para llegar allí y volver, dejé otras dos horas para la discusión y una hora para alistarme para el Shabat. Instintivamente, me apresuré a ir al Beit Jabad para tomar mi tallit. Pasé rápidamente frente a un poster que anunciaba nuestro programa de sábado de noche y nuevamente me recordé a mí mismo que debía estar en casa para Shabat."
“Después de partir, me di cuenta que había calculado mal. ‘Inmigrant Gap’estaba más lejos de lo que pensé pero ya había viajado tanto que no podía volver. Llegué a las cinco y treinta, sólo unas pocas horas antes de la puesta del sol. Los residentes de la minúscula villa no podían conducirme a la persona que describí. Dándome cuenta que tendría que quedarme aquí hasta después de Shabat, avisé a mi familia y luego compré algo de comida Kasher. Finalmente, después de una intensa búsqueda, localizé a las personas en una casucha en la cima de una colina en las afueras del pueblo."
“Era justo unos pocos minutos antes de Shabat cuando golpeé la puerta. Los propietarios, una familia cristiana devota, me invitaron a entrar, y vi a sus huéspedes —al hombre y a la mujer en el comedor— Adina y su amigo. Me presenté y le dije a Adina el propósito de mi visita. Ella no mostró ningún interés y salió del cuarto. Su compañero misionero, en contraste, fué más amable. Quizás pensó que yo sería un desafío interesante.”
“Pregunté a los dueños de la casa si podría pasar la noche y el día siguiente. Cordialmente me ofrecieron una habitación amplia.”
“Aquel Shabat fue una experiencia diferente. La mayor parte del día fué invertida en intensas conversaciones. A menudo lamenté ser agresivo con Adina, cuyas respuestas alternaban entre la indiferencia y la hostilidad. En vez de hablarle a ella directamente, pasé la mayor parte del tiempo hablando a su amigo, tratando de impresionarlo con un concepto: Antes de que Adina considere adoptar una religión diferente, ella debe saber más acerca de la propia.”
“El Sábado a la noche, ya tarde, poco antes de su vuelo marcado a Hawaii, Adina me sorprendió al aceptar asistir a un curso de Judaismo. Inmediatamente realizé dos llamadas: una a Beit lana —un instituto Lubavitch para mujeres en Minnesota— y la otra a una oficina de pasajes aéreos. El domingo de mañana temprano conduje a Adina al aeropuerto en Sacramento.”
"En el camino, Adina quebró el tenso silencio entre nosotros: ‘Le aseguro, Rabbi que usted no tiene idea del por qué decidí acompañarlo. No solamente eso, ¡Ud. ni siquiera tiene idea de lo que está haciendo acá!’
“Su explosiva reacción me tomó desprevenido. Había creído ingenuamente que mi extensa persuasión finalmente había dado sus frutos.”
“‘Ud. ve,’ continuó ella, ‘quince años atrás, cuando crecía en Nueva York, mi padre y yo visitamos al Rebe de Lubavitch. No entendí lo que se dijo en aquella reunión, pero a través de los años mi padre me lo explicó.’”
“Mientras el Rebe estaba dándonos bendiciones, él se detuvo y dijo a mi padre: ‘Llegará el día en que necesitarás ayuda con esta niña —contacte con nosotros y le ayudaremos.’”
“‘Inicialmente, no me impresioné cuando Ud. se presentó el viernes como emisario del Rebe de Lubavitch. Luego, el Sábado, la profunda profecía de aquellas palabras me golpearon. Nada de lo que Ud. dijo me convenció para cambiar mis planes. Todavía quiero ir a Hawaii, pero no puedo ignorar aquellas palabras visionarias del Rebe. Decidí ir sólo por el respeto hacia su profunda visión.’”
Hoy, Adina es la madre de una preciosa familia observante en Jerusalem.
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