Un amigo solía mortificarse cada vez que salía de compras con su madre por la constante insistencia de ella en regatear todas y cada una de las cosas que compraba. Negociaba con todos: dueños de locales, vendedores ambulantes, incluso, con las cajeras del supermercado. El pobre nene se sentía invadido por la vergüenza cada vez que su madre preguntaba “¿Ese es el mejor precio que me puede ofrecer?”.

Sin embargo, parece que mi amigo adquirió parte de ese hábito, ya que ahora es él el que se dedica a intimidar a los cajeros y a regatear por la vida. Él sostiene que no es de judío pagar precio minorista y que lo único mejor que un descuento del 50% es conseguir 2 al precio de 1.

Resulta extraño, entonces, que el arquetipo de judío, nuestro ancestro Abraham, rechazara una oferta mucho mejor. Luego de que su amada esposa falleciera, Abraham fue en busca de una parcela. Encontró el terreno perfecto, una cueva en Hebron, y preguntó cuál era el precio de venta. Le hicieron la “oferta” de su vida: era gratis.

Los habitantes de Hebron lo estimaban tanto a Abraham que le rogaron que aceptara la parcela de tierra, sin cargo. Aunque parezca increíble, Abraham no solo rechazó el regalo, sino que decidió pagar el precio total de la eventual compra. (Génesis 23: 9).

Pero ¿por qué tenía estándares tan altos? ¿Hubiera hecho alguna diferencia si hubiera aceptado la oferta de los pueblerinos? ¿Por qué la forma en la que adquiriría la tierra habría de afectar el propósito para el que fue comprado el terreno? ¿Qué hay de malo en eso?

Mi mujer Leah y yo hemos notado, recientemente, algo peculiar acerca de las actividades que organizamos en nuestra sinagoga. A lo largo de los años, hemos probado varios formatos y sistemas diferentes para atraer a los miembros de la comunidad a las clases de Torá, entre otras propuestas. Cuando recién comenzábamos, creíamos que publicitar eventos gratuitos era la receta ideal para atraer a la gente. Después de todo, ¿no es nuestra función demostrar cuán interesante y accesible es el judaísmo?

Sin embargo, hemos advertido que las charlas y actividades pagas que organizábamos atraían a casi el doble de personas que aquellas que eran gratuitas y en las que necesitábamos de un patrocinador externo para no ir a pérdida. Por supuesto que nos aseguramos de publicitar que ninguna persona sería rechazada por no poder pagar la entrada, pero en general, hemos optado por cobrar una cuota simbólica por la mayoría de las actividades.

Contra todo pronóstico, esto no solo no ha desalentado a los concurrentes, sino que, honestamente, parece hacer que las personas valoren más su tiempo por el simple hecho de haber pagado. Parecería ser que cuando las personas pagan por entretenimiento, se entregan con mayor libertad y se permiten deslumbrarse al máximo, ya que quieren asegurarse de asimilar cuanto más puedan los contenidos de la charla.

Los economistas tiene una fórmula para describir cómo las personas se ven influenciadas por el “gasto no recurrente”, pero según mi punto de vista, las personas desconfían cuando les ofrecen algo gratis.

Abraham no buscaba únicamente un terreno barato en el cual enterrar a su esposa, estaba invirtiendo en el futuro. Sus hijos y nietos visitarían esa tumba hasta la actualidad y cuando le rezamos a Di-s desde ahí y les pedimos a nuestro zeide y bobe que intercedan en nuestro favor, estamos mostrando nuestro aprecio por sus prioridades.

Puede que regatear por objetos de lujo sea algo divertido, pero, cuando se trata de las cuestiones fundamentales de la vida: nuestro orgullo profesional, la elección de una pareja, nuestro compromiso con Di-s, todos queremos hacer nuestro mayor esfuerzo para tener éxito y sentir que la recompensa final habrá valido el precio que hemos pagado.