Imaginen al hijo de un santo Rebe casándose con la hija de un renombrado ateo directamente salida de una comuna socialista. Un poco alejado de la realidad, ¿no?

La porción semanal de la Torá de esta semana habla sobre un shiduj, una unión, muy parecido. Leemos la historia del casamiento de Isaac y Rebeca –el primer casamiento judío–. El shadchan, casamentero, que predijo esta unión, ciertamente, tenía mucha imaginación. Es difícil encontrar dos personas que provengan de orígenes tan distintos.

Por un lado, estaba Isaac, el primer judío que era “santo desde su nacimiento”, nacido de padres justos e iniciado en el pacto con Di-s cuando tenía ocho días de vida. Fue criado en un hogar de santidad y pureza, y consagrado para Di-s al ser “ofrendado” por su padre en el Monte Moriah. De hecho, él era tan santo que se le prohibió cruzar los límites de la Tierra de Israel.

Rebeca, por otro lado, era una “rosa entre espinas”. Era la hija del pagano Betuel y hermana de Laban, quien era conocido por su carácter deshonrado y sus hábitos engañosos. Ella fue criada en Jaran que, debido a la corrupción de sus habitantes, fue apodada “el lugar de la ira de Di-s”. El choque cultural habrá sido enorme.

Eliezer, el sirviente de Abraham, fue el encargado de la misión de sacar a Rebeca del hogar de su padre y de llevarla hacia la tierra de Canaan para entregársela a Isaac. La mayor parte de la porción de esta semana está abocada a contar la historia de la misión de Eliezer con gran detalle.

Podemos unir Marte con Venus

El primer casamiento Judío –y su inherente extrañeza– está detalladamente descripto en la Torá porque es una metáfora de nuestra misión en la vida. Todos somos Eliezers. Y nuestra misión es lograr uniones aún más extrañas que la que él consiguió.

Somos enviados a este mundo para unir en santo matrimonio al novio eminente, Di-s Todopoderoso, y a la novia reacia. Aparentemente, no habría opuestos más grandes: Di-s irradia, entrega y es espiritualidad, mientras que el mundo exuda egoísmo y la primacía del materialismo. Sin embargo, se espera de nosotros que unamos las dos partes en perfecta armonía y que vivamos vidas espiritualmente elevadas en este contexto hostil. De esta manera, revelando lo más verdadero que se encuentra enterrado en la naturaleza, la esencia de Di-s. Podemos insuflar cada acto, incluso los más mundanos, con espiritualidad y contenido; podemos unir a Marte y a Venus.

El judío es el casamentero ideal porque él también es la yuxtaposición de dos opuestos –el cuerpo físico con sus deseos y necesidades y su alma divina con amor profundo por su Creador–. El judío que logra sintetizar estas dos partes de su psiquis al reconocer el sentido del cuerpo –una aeronave que, cuando está correctamente acondicionada, puede llevar a su piloto, el alma, a alturas indescriptibles– está perfectamente preparado para crear esa misma fusión entre el cuerpo del mundo y su alma divina.

El Midrash cuenta que Di-s nos desposó en el Monte Sinaí, y la fecha del casamiento se acerca rápidamente; está agendada para cuando venga el Mashiaj. El esfuerzo colectivo de todos los casamenteros a lo largo de las generaciones, finalmente, dará sus frutos –cuando todos nos regocijemos en el casamiento más grande de toda la historia, que se celebrará con mucha pompa en el Santo Templo de Jerusalem1 –.