Es raro cuando alguien nos lastima. Es un sentimiento lamentable; es por eso que resulta natural que estemos tristes cuando un cónyuge o una suegra (les aseguro que son ejemplos al azar) hiere nuestros sentimientos. Sin embargo, en vez de recurrir al llanto ante el dolor en esas situaciones, es más probable que estallemos de ira. Vaya uno a saber…
Resulta que nuestra reacción tiene una explicación. La ira tiene dos variantes: la ira primaria y la secundaria. La primaria ocurre cuando alguien cruza un límite. La violación de ese límite marca a la ira como un mecanismo de defensa, con el objetivo de generar una respuesta efectiva. Por ejemplo, si observáramos que un niño abusivo pasa por al lado de nuestra pequeña hija y tira de su cabello, nuestra ira instantánea nos empujaría a tomar medidas rápidas para abordar la situación. Sucede lo mismo cuando alguien cruza un límite en referencia a la crianza de un hijo: imagine a un hijo que no escucha a sus padres (un caso muy raro, lo sé). Todo lo que ocurre en esta situación hace que el padre se diga para sus adentros que es un e‑r‑r‑o‑r, y, a menudo, la ira sale a flote (“¡DEBES ESCUCHAR A TUS PADRES, JOVENCITO!”). En esta situación, sin embargo, debemos apagar las alarmas de la ira y calmarnos un poco, para así elaborar el plan de crianza que sea más eficaz y adecuado.
La ira secundaria –a veces bastante violenta– es, básicamente, una herida emocional, y no tanto una señal interna. A veces se la llama “ira reactiva”, y es una respuesta emocional más que una emoción pura. La emoción pura es el dolor. Cuando una persona está dolida, puede responder con ira. Realmente no difiere de una persona que opta por retirarse a la cama. En el primer caso (el de la ira), la respuesta es emocional; en el segundo, la respuesta es del tipo conductivo. En ambos casos, la verdadera emoción que se experimenta es la del dolor.
Imaginemos a un esposo que dice algo hiriente a su esposa (de nuevo, es una situación que seguramente le costará imaginar). Tan pronto como las palabras salen de su boca, ella siente una puñalada en el pecho. Es visceral. Es hiriente.
Esposa: "¡Tengo una gran idea! ¿Por qué no organizamos unas vacaciones familiares? ¡A los chicos les encantaría!".
Esposo: "¿Acaso piensas lo que vas a decir antes de abrir la boca?".
Ahora bien, imagino que usted se preguntará por qué el esposo diría algo así, pero tenga en cuenta que los matrimonios son complejos, y pocas cosas son lo que parecen a primera vista. En este caso, por ejemplo, esta pareja ha abordado, durante sesiones de terapia conyugal, la problemática generada por el enorme estrés financiero del esposo. Él ha expresado su miedo a sufrir un infarto, culpa de la presión que siente. Con la ayuda del terapeuta, han acordado que la esposa tratará de no sugerir la idea de gastar dinero adicional en “extras” para la familia, por lo menos durante algunos meses. Aún así, y sin pensarlo, la esposa decidió sugerir con entusiasmo la idea de tomar unas vacaciones familiares, lo que obviamente representa algún nivel de gasto. De allí surge la hiriente respuesta del esposo.
No obstante su comportamiento, la esposa se tambalea del dolor. “¿Cómo puede hablarme así?”, se pregunta. Se siente rechazada, pulverizada, maltratada, y muy muy herida. Es por eso que decide abrir la boca y despotricar contra su esposo: “¿CÓMO TE ATREVES A HABLARME ASÍ? ALGUNA VEZ TÚ PIENSAS ANTES DE ABRIR LA BOCA? ERES CRUEL, REPUGNANTE, VIL” Eso es ira secundaria.
Nuestros sabios nos dicen que la ira es un sentimiento peligroso. La ira puede causar un tremendo daño espiritual, como así también daño emocional, mental, y físico. Conlleva muchos pecados, lo que incluye la transgresión de lastimar a personas con las palabras, tratar agresivamente a otros, utilizar lenguaje soez, y muchas otras. La ira secundaria es la más peligrosa de todas porque, al surgir de una herida abierta, es probable que uno ataque con todo el rigor del dolor emocional que la genera. Uno no puede borrar lo que ya se ha dicho. ¿Quién sabe cuántos matrimonios se han roto debido a corazones destruidos por el abuso verbal, fruto de una reacción emocional?
Para evitar la expresión de la ira reactiva, debemos prepararnos internamente para mantener la boca cerrada cada vez que experimentemos una aguda emoción de dolor. Di‑s ofrece una recompensa “más brillante que el sol” para aquellos que tienen la capacidad de dominar esta habilidad. Esa recompensa será recibida en el mundo venidero, pero también existen recompensas que se pueden disfrutar aquí, en este mundo. Si mantenemos la boca cerrada, nuestros órganos del habla no pueden convertirse en instrumentos que causen el mal. Estaremos salvados del daño espiritual. Además, salvamos de la destrucción a nuestras relaciones más importantes. Tenemos la oportunidad de aliviarnos, calmarnos, y analizar la situación con mayor rapidez porque no hemos potenciado la química de la ira. Podemos comenzar a ver los errores de nuestros métodos, y así aprender, crecer y mejorar. También nos permite pensar y razonar qué pasos debemos tomar para corregir la situación. ¡Todo está bien!
Para dominar el autocontrol, debemos practicar el mantener la boca cerrada durante acontecimientos cotidianos de menor importancia durante los que usted desearía “responder”, contestar o tener la última palabra. A medida que mejore esta habilidad, será capaz de manejar desafíos más grandes, hasta finalmente mantener la boca cerrada en el momento en que está herido, sin importar cuánto. Será entonces que hará realidad las palabras de los proverbios: “¿Quién es una persona fuerte? ¡Aquella que tiene autocontrol!”.
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