Hay una enseñanza cabalística muy conocida que caracteriza al mes hebreo de íar como un momento propicio para la curación. Hay numerosas razones que explican esta idea, algunas más místicas que otras.

Pero la pregunta que surge inmediatamente a esta supuesta noción mágica es: ¿por qué, en todo caso, debería haber un “momento propicio” para la curación? Ya sea que veamos la práctica médica como una pura función de la ciencia biológica (como la gran mayoría en la era moderna) o como un cuerpo tradicional de conocimiento basado en un antiguo entendimiento de las formas de la naturaleza (como sería el caso de la medicina oriental, en la cual me especializo), el tratamiento de la enfermedad es, ante todo, lógico y terrenal. Tanto los profesionales médicos como los pacientes buscan la medicina, no el misticismo. Entonces ¿qué hace la cábala inmiscuyéndose en el asunto?

Pronto voy a sugerir una respuesta. Pero primero examinemos las razones detrás de la idea de que íar es el mes de la curación.

En la historia bíblica encontramos que durante el mes de íar los hijos de Israel, recién liberados de la esclavitud egipcia, comenzaron a comer maná, esa comida mágica, fresca y celestialmente saludable que sanó nuestras aflicciones y nos mantuvo vivos durante 40 años en el desierto.1 Tiene sentido, dentro de todo: comer bien, estar bien.

Un aspecto más esotérico indica que el nombre hebreo del mes, que se deletrea alef, iud, iud, reish, es un acrónimo de “aní Hashem (que tiene dos iuds) rof’eja”.2 Esa fue la proclamación de Di-s a principios de íar, cuando hicimos nuestro camino hacia el monte Sinaí, en la que anunció su garantía de cobertura de salud: “Sigan mis mandamientos y no se enfermarán… porque soy el Señor, su sanador”.3

En el contexto de todos los signos y maravillas de la narrativa bíblica, esto encaja bastante bien. Acabamos de presenciar diez asombrosas plagas en Egipto —ríos de sangre, ranas, pestilencia, granizo de fuego, oscuridad durante el día y la muerte de los primogénitos— y el inimaginable espectáculo de la apertura del mar. Pronto experimentaríamos la revelación divina en el Sinaí y escucharíamos la voz de Di-s. Con todo eso que estaba sucediendo, ¿qué era un poco de fe en la curación milagrosa entre amigos? No parece demasiado exagerado.

Pero la Torá, nos dijeron, pretende ser una guía práctica y de enseñanza para todos los tiempos. En el mundo en el que vivimos, los milagros son más difíciles de encontrar que en los tiempos bíblicos. De hecho, el consenso del consejo rabínico dice, hoy en día, que no debemos depender de los milagros, que una persona enferma debe consultar con un médico, que debemos valernos de la mejor atención médica posible. En inglés, a los médicos se los llama physicians porque una enfermedad física requiere de una cura física. Y también hay una fuente bíblica para eso. El que lastima con su negligencia está obligado a pagar por las pérdidas de la parte lastimada y por su atención médica: V’rapo ierapei: “y deberá asumir la responsabilidad de su cura”4 . El Talmud prosigue: “De aquí se deriva que el médico tiene permitido curar”. 5

¿Hay conflicto aquí? ¿Quién es el verdadero sanador: Di-s o el médico? (no caigamos en el viejo dilema sobre la diferencia entre el Omnipotente y un cirujano: “Di-s no piensa que es un médico”).

Todo se complica cuando consideramos que en el judaísmo parece haber, de un lado, un importante legado de enseñanzas sobre prácticas médicas y, del otro, una fuerte tradición de evitar las intervenciones médicas en favor de la fe. Muchas de nuestras grandes mentes —Noaj, Shem, Moshé, el rey Shlomó, Jizquiahu, Ibn Ezra, el Rambam y Baal Shem Tov, por nombrar algunos a lo largo de la historia— eran sanadores, fitoterapeutas, médicos o poseedores de los secretos de curación. Sin embargo, el Talmud6 alaba inequívocamente al rey Jizquiahu por haber escondido el Sefer refuot (Libro de los remedios), ya que el pueblo se había volcado hacia las técnicas médicas en vez de volverse a Di-s para una cura. Los Divrei haamim registran que el rey Asa de Iehuda murió a causa de una dolencia en los pies porque eligió consultar con los médicos y no recurrió a la misericordia divina.7

Desde la perspectiva de la Torá, la enfermedad es vista como una bandera roja, una llamada de atención. Es un signo de que hemos comprometido, de alguna manera, nuestra conexión con Di-s, la fuente de la salud y el bienestar. Para sanarnos debemos restablecer esa conexión. Esto bien puede incluir algunas elecciones lógicas y de sentido común sobre la manera en que comemos, nos ejercitamos, respiramos y nos comportamos —pero sin excluir la atención de la conexión espiritual. También puede implicar la consulta a un médico y el tratamiento adecuado (bajo la aceptación de que el médico es el agente del poder sanador de Di-s).

No es que sea uno o el otro: que Di-s sea el Sanador o que el médico esté “autorizado” para curar. Razón y fe, espiritualidad y ciencia, se encuentran en el consultorio. La fe no es ciega, no es irracional. Es la habilidad de aceptar lo que está más allá de nuestro entendimiento sin tener que dejar de lado nuestra capacidad de entender. Es el cultivo de una confianza en un Poder Superior cuyo poder puede que no sea evidente para nosotros mientras hacemos todo lo que está a nuestro alcance para pensar bien, hacer bien y estar bien.

Los que cultivan tal confianza son los que tienen más posibilidades de experimentar los efectos positivos de la medicina. ¿Por qué algunas personas mejoran mientras otras con enfermedades y tratamientos similares no? No hay una respuesta sencilla a esa pregunta, pero las últimas investigaciones8 sobre el “efecto placebo” —el aspecto de la atención médica que crea expectativas positivas— demuestra científicamente cómo factores como la fe, la confianza y la calidad de la relación terapéutica contribuyen significativamente a una cura exitosa. El enfoque ideal del cuidado de la salud combina confianza y una actitud optimista con conocimientos médicos inteligentes y responsables.

Entonces, ¿qué tiene que ver ésto con íar, el mes de la curación? En el calendario hebreo, íar le sigue a Nisan, el mes de Pésaj, nuestro escape milagroso de la esclavitud egipcia. (Incluso el nombre Nisan deriva de la palabra nes, “milagro”.) No hubo nada racional o natural en nuestro éxodo de Egipto. No estábamos listos; la libertad no era nuestro logro, sino un regalo de Di-s. Huimos como si estuviéramos sobre las alas de un águila, con la incertidumbre de no saber dónde acabaríamos. Pero en las semanas siguientes, en el mes de íar, fuimos paso a paso, día a día, a pie, hasta el Sinaí. Todavía temblábamos de admiración y entusiasmo por los milagros de Nisan, pero debíamos tener un progreso constante, por nuestros propios medios, en íar. Con cada comida de maná, internalizamos el poder sanador de Di-s y aprendimos a ser responsables de nuestro propio crecimiento, de nuestra propia libertad. Al terminar íar, llegamos a pie al monte Sinaí, curados del trauma de la esclavitud en Egipto, listos para recibir y abrazar la Torá.

En nuestra forma moderna de conmemorar estos acontecimientos, recordamos los milagros de Pésaj en Nisan, con la disciplinada mitzvá (precepto) de contar el Omer durante todo íar. El significado cabalístico de estos días de cuenta implican la rectificación de nuestros rasgos de carácter. Inspirados y energizados por la repentina libertad concedida en Pésaj, en íar aprendemos a internalizar y aplicar el poder divino al tomar la responsabilidad personal de estar mejor cada día.

Ahora podemos ver por qué Iar es considerado, en la cabalá, un momento auspicioso para la curación: es el lugar de encuentro de la milagrosa sanación de la mano de Di-s (aní Hashem rof’eja) y el compromiso cotidiano de los seres humanos para mejorar personalmente (v’rapo ierapei). Cada día del mes de íar damos otro paso en el camino de la revelación del Sinaí, donde el cielo desciende a la tierra y los seres terrenales aprenden a levantarse de su dolor. El hombre y su Creador, un grandioso equipo sanador.