Visión general

Este capítulo relaciona las leyes noájicas con la estructura de la personalidad humana individual, basada en el trabajo de un gran erudito rabínico del Renacimiento, Rabí Yehudá Loew, conocido como el Maharal de Praga.

El primer tema tratado aquí es la aclaración de estas leyes como valores universales y objetivos. Esto, a su vez, implica una comprensión clara de los valores universales como sustantivos y concretos. La conciencia de estos valores, como deseados por Di-s y por el alma humana, proporciona al individuo un poder de autorrealización y autotransformación.

El segundo tema es la matriz o patrón de los aspectos de la personalidad humana que requieren orientación de valor. Aquí el Maharal de Praga construye la personalidad humana en dos dimensiones. Una dimensión es “interna”, e involucra las dimensiones física, mental y unitaria (o el “alma”) de la persona (o del “yo”), cada una con sus características distintivas. La segunda dimensión, la “externa”, trata de la relación del yo con los demás: cómo uno se relaciona con Di-s en una esfera personal o “privada” (o, en el idioma de teología tradicional, “entre la persona y Di-s”); así como con otras personas en la esfera interpersonal “pública” (“entre persona y persona”). Estas dos dimensiones generan una matriz de seis campos de la personalidad humana. Estos se levantan sobre un campo básico, el séptimo, de la capacidad del ser humano para ejercer el autocontrol mínimo y el respeto por los demás.

El tercer tema es la forma en que estos siete campos de la matriz de la personalidad humana reciben regulación normativa de los valores universales concretos contenidos en las siete leyes noájicas.

1. Los valores universales

La objetividad de los valores universales1

Lo espiritual está recuperando su lugar en la psicoterapia. Lo espiritual debe ser admitido no simplemente por razones prácticas o empíricas: ya que la mayoría de los pacientes, si no los terapeutas, creen categóricamente y sin vergüenza en Di-s y son ayudados en su recuperación por esta creencia, por ello el terapeuta debe hacer un reconocimiento de la creencia del paciente.2 Mejor dicho, el terapeuta también tiene que hacer una pregunta más profunda: si este reino espiritual es, de hecho, objetivo. Porque si lo es, entonces el terapeuta también necesita conectarse con lo espiritual, para establecer la “alianza terapéutica”3 con el paciente también en este reino más potente, aunque este no es su principal área de entrenamiento y experticia.

La discusión aquí es acerca de la noción de valores objetivos universales, y una espiritualidad común que une a los seres humanos, incluyendo paciente y terapeuta. Esto se contrapone a un relativismo de (y por lo tanto también un escepticismo objetivo en relación con) perspectivas religiosas. Hay dudas metodológicas acerca de si es posible para el terapeuta tomar (e “ingresar”) una “historia espiritual” del paciente, aunque fuera prácticamente, empáticamente y conceptualmente, y utilizarla para la restitución mental. Una duda es si todas las “espiritualidades” son auténticas, y otra si, de hecho, ciertas perspectivas supuestamente religiosas podrían ser ellas mismas síntomas del trastorno de la personalidad, en lugar de servir a la restitución de la salud mental. Gordon Allport en Individual and his religion4 ya abordó este último punto, y Elisabeth Lukas, estudiante de Viktor Frankl, escribe (como se señala en Capítulo 1) que la auténtica espiritualidad humana no tiene que ver con un mero “significado subjetivo”,5 que también podría incluir los valores degradados del terrorista, sino con valores que son ampliamente compartidos por la conciencia humana. Aquí la referencia es a una espiritualidad objetiva universal, que el terapeuta debe conocer en él mismo o en el paciente.

En la Biblia, como se señaló anteriormente, el concepto de la espiritualidad común de la humanidad está contenido en el verso que afirma que el ser humano fue “creado a imagen de Di-s”. Es decir, el alma posee en una escala humana paralela cualidades Divinas, independientemente de si la persona es consciente de esto. Esto fue explorado en términos teológicos en el capítulo 1, en referencia también a la declaración de Viktor Frankl de que “el verdadero descubrimiento de lo humano, la inventio hominis, ocurre en la imitatio Dei [la imitación de Di-s]”. Aquí es importante saber que esta imagen de lo Divino se traduce en valores concretos para la conducta humana, es decir, en normas sustantivas de conducta.

El carácter sustantivo de los valores universales

¿Cuál es el carácter de los valores universales derivados de “la imitación de Di-s”? En primer lugar, en un discurso moral, uno debe ser particularmente cauteloso al considerar valores que pertenecen al hacedor sin indicar nada específico sobre el hecho. Cualidades como “honor”, “coraje”, “competitividad” e incluso la “compasión” son ambiguos. Coraje y lealtad se encuentran entre los ladrones. La competitividad podría expresarse en un liberalismo económico en el que los débiles se hunden. La compasión podría extenderse a personas y causas que realmente necesitan corrección de algún tipo: la indulgencia de un niño (o un adulto) llorando por algo que no es bueno para sí, no por ello aquello por lo que llora es necesariamente beneficioso para el niño (o el adulto).

Este punto es traído de una historia del santo rabino Meshulam Zusha de Anípoli, quien, como dice el relato,

aprendió varios métodos para servir a su Creador de un ladrón: (a) Trabaja silenciosamente sin que otros sepan. (b) Está listo para ponerse en peligro. (c) El detalle más pequeño es de gran importancia a él. (d) Trabaja con gran esfuerzo. (e) Prontitud (f) Es confiado y optimista. (g) Si no tiene éxito la primera vez, lo intenta y lo intenta de nuevo.6

Aquí vemos modestia o discreción, coraje, atención y aplicación, diligencia, presteza, una perspectiva positiva, y perseverancia, todo al servicio del robo. Estos valores se convierten en valores auténticos solo cuando poseen una orientación sustantiva, concreta, que los hace lícitos en sentido moral. Los valores no pueden concebirse simplemente como poderes ―valencias― que adornan y sugieren la nobleza del hacedor. Mejor dicho, a los valores se les debe dar una una dirección sustantiva. Valores de carácter no sustantivo solo indican potencialidades: coraje, confiabilidad, lealtad, eficiencia y competitividad son polivalentes. Rav. Zusha perfeccionó y dirigió estas valencias de carácter en el servicio concreto a Di-s, en el desempeño de las leyes de la Biblia elaboradas a través de la Tradición.7

El contenido sustantivo de esta espiritualidad objetiva universal se encuentra en las leyes noájicas. La conducta práctica de las leyes noájicas actualiza en la persona el modelo espiritual del alma destinado por la Biblia, con las palabras que el ser humano fue “creado a imagen de Di-s”. Frankl, quien, como hemos notado, habló de la “imitación de Di-s” como el “verdadero descubrimiento de lo humano”, no dijo cuál es el contenido de la “imitación de Di-s”. Aunque, como se discutió en otra parte,8 los valores expresados en sus escritos indican una consistencia general con las leyes noájicas.

Los valores universales como externamente deseados

Si la “imitación de Di-s¨ se enfoca y se concreta en la persona a través de la conducta de las leyes noájicas, a su vez se convierte en una fuerza moral (y terapéutica) cuando estas leyes se experimentan como concretando la voluntad Divina, como mandamientos de un “poder espiritual más grande que nosotros mismos”.9 Por someterse a las leyes que están dispuestas externamente por Di-s, el ser humano no restringe su autonomía sino que, de hecho, la realiza. “Autonomía” en un sentido ilustrado secular, suele expresarse como “libertad” del control religioso. El precio de ese punto de vista es que el “yo emancipado” excluye lo espiritual, lo Divino dentro de la persona. En cambio, cuando el “yo” es visto esencialmente como el alma, entonces el verdadero ejercicio de la libertad es obligarse a uno mismo, a pesar de las muchas inclinaciones contrarias, a un ideal religioso, con el fin de actualizar la “imagen de Di-s” dentro de la personas.

Es este sentido de la virtud como mandato divino lo que también le da a la persona el verdadero recurso de la voluntad para la transformación personal. Porque los poderes más profundos de la voluntad están enraizados en la conciencia (o alma), por encima del intelecto y la emoción. Esto es distinto de la voluntariedad de la emoción y de la ambición brutal, que la persona sabe (ciertamente a nivel de conciencia) en última instancia, que no son el fundamento de su ser. Terapéuticamente, es importante que el individuo sepa qué es el “yo” sano, por sobre los recursos que invoca. Este “yo” no se encuentra localizado en las arenas movedizas de la emoción (la existencia “corporal” de la persona) ni incluso en el intelecto con su susceptibilidad a la mera “racionalización” de predisposiciones.10 El “yo” esencial no es mi dificultad, mi angustia, sin embargo la condición de cuerpo y mente es mi condición. Más bien el verdadero lugar de la persona esencial es la ciudadela del alma, por encima del soborno de la emoción y la racionalización11 adjunta del intelecto. De allí el poder divino interno emerge para ayudar12 a lidiar con las complicaciones de la mente y el corazón en el curso de la terapia.

La “conciencia”, o el alma, es la receptora de esos valores ―Las leyes noájicas― que guían adecuadamente la conducta de una persona. La conducta, sin embargo, se divide en diferentes “campos” de actividad de la personalidad humana: en el que se relaciona con nuestra existencia corporal, con nuestra vida mental, etc. y también en términos de la relación con otros o con Di-s. El modelo proporcionado por el Maharal de Praga indica cómo los campos de la personalidad humana están dotados por las leyes noájicas con sus valores esenciales de orientación práctica.

2. La estructura de la personalidad humana

El yo y el otro

Lo que constituye el fundamento de una personalidad ética es la capacidad de dirigirse a uno mismo hacia los mandatos morales y la necesidad de un yo más elevado y una perspectiva de autotrascendencia. El movimiento desde el ensimismamiento hacia el autocontrol y la autotrascendencia comienza con la capacidad de la persona para contener un impulso ingobernable, en el nivel más básico, retrasando su gratificación. La “prueba” básica a superar es poder esperar y no realizar un acto prohibido para tener algo que estará disponible y permitido poco después. Sin embargo, no es suficiente simplemente con poder retrasar la gratificación ―que es una función de un ego regulador―, sino también hay que relacionarlo con un mandato moral y una justificación para ese retraso, del impulso. La capacidad de autotrascendencia y autocontrol no se produce sin conciencia, la cual a su vez está relacionada con lo que intuye la conciencia, lo Divino, que dio a la conciencia su contenido.

El fracaso de una persona adulta en el autocontrol es el fracaso más bajo: que uno ni siquiera pueda esperar, incluso a costa del sufrimiento de los demás, e incontrolablemente tome lo que con un poco de paciencia dentro de poco habría llegado a ser permisible. De la misma manera, un alto refinamiento de la persona en este ámbito ―que muestra moderación incluso por lo que está permitido― es el logro más elevado. Esto significa que, más allá del autocontrol en la satisfacción de las necesidades que uno experimenta, uno está progresando hacia la transformación de las necesidades mismas.

Los polos opuestos en el autocontrol personal se ejemplifican en la relación del ser humano con la comida, una parte de la naturaleza física. La Biblia simboliza el deseo incontrolado en una persona que desgarra y consume la extremidad de una criatura viva sin esperar su preparación a través del sacrificio. Esto es a costa del gran sufrimiento del animal. El ser humano refinado, por otro lado, es el que muestra moderación al comer alimentos, incluso los que le son permitidos, y los obtuvo a través del sufrimiento mínimo del animal; también es refinado quien no solo come para satisfacer el deseo sino también para servir a su Creador.

La capacidad de autocontrolarse y orientarse a uno mismo a conciencia tiene que ver con todas las dimensiones “internas” del yo –el cuerpo, la mente y el alma– así como con los “otros” "con los que el yo se relaciona externamente: Di-s, las otras personas y la naturaleza.

Las dimensiones internas de la personalidad

La dimensión corporal. El ser humano, tal como lo explica el Maharal de Praga, es un compuesto de cuerpo, intelecto y una existencia unitaria superior a la mente y el cuerpo, que hemos elegido llamar también la dimensión espiritual o el alma. El impulso principal de la existencia corporal de una persona es el deseo. Esta fue la verdadera intuición del psicoanálisis clásico en relación con el eros, aunque no distinguió adecuadamente entre la libido cruda y su transformación superior en (o en fusión con) el amor. Por lo tanto, el deseo puede estar preocupado por la autogratificación o puede ser desinteresadamente incorporado a una fusión y unión con otro, a la cual uno mismo se conduce y mediante la cual uno actualiza su yo completo.13

El deseo del aspecto material o corporal de la persona también tiene otras formas y objetos. Es libidinoso; también desea posesiones. Por lo tanto, la cualidad del cuerpo es su deseo, aunque ese deseo podría tomar una forma altruista; o hacia sí mismo,14 como una preocupación desinteresada por el mantenimiento del cuerpo (a diferencia de la indulgencia). Gordon Allport, quien estaba preocupado principalmente por la personalidad emotiva del ser humano, habló de su carácter de esfuerzo, su deseo de realización. La naturaleza afectiva del ser humano quiere ampliarse en algún sentido, lo quiere y le lleva a unirse y conocer sus objetivos.15 El yo disciplinado y autotrascendente es lo que le da a esta relación afectiva un carácter moral y espiritual, así como los lazos de amor y compañerismo.

La dimensión intelectual. La cualidad distintiva de la dimensión intelectual o cognitiva del ser humano es su capacidad para elevarse, examinar y evaluar los impulsos, emociones y percepciones del yo corporal. Como tal, tiene una cualidad de abstracción. El yo intelectual juzga, conceptualiza. Tiene la capacidad de abstenerse de la respuesta o percepción afectiva inmediata y de juzgarla. La tarea del intelecto consiste más bien en dejarse llevar por la verdad,16 practicar una revisión crítica del sesgo personal y de la percepción inmediata. Debe tener cuidado con la consagración de la parcialidad,17 la racionalización de intereses particulares en un principio general. Es decir, debe velar que las emociones, los intereses y las percepciones no reflejadas no “sobornen” al esquema adecuadamente “desapasionado” de la razón.18

Sin embargo, la función adecuada del intelecto no es solo hacer una revisión crítica de la percepción, la emoción y el sesgo. También lo es saber que los primeros principios que se requieren para interpretar y explicar la experiencia, están más allá y fuera del intelecto. Pragmáticamente, puede “hacer” suposiciones, probar su viabilidad con respecto a los datos de la experiencia y utilizar las “teorías” resultantes para su efectividad práctica. Sin embargo, la verdad última de esas suposiciones, hipótesis o principios está más allá del discernimiento del intelecto mismo. En consecuencia, cuando se trata de verdad objetiva, el intelecto debe reconocer y ser atraído a algo mayor que él mismo por los verdaderos primeros principios, con base en los cuales el intelecto construye y trabaja.

En el plano psicológico, el intelecto es capaz de formular marcos tanto moralmente aceptables como moralmente inaceptables y orientaciones para la emoción. La seguridad de que el intelecto está apropiadamente “a cargo de la emoción” en lugar de ser su defensor inconsciente, se obtiene cuando el intelecto es receptivo con lo que está por encima de él y de la emoción, es decir, con la conciencia o el alma. Esto ocurre cuando el intelecto que se autotrasciende conscientemente busca la dirección “ascendente”, más allá del yo psicofísico, de los valores en los que se basa la comprensión que guía la conducta en el mundo.

La dimensión unitaria. La dimensión unitaria de la persona es ese nivel en el que el intelecto y el cuerpo se unen en un propósito o dirección común. Esta es la persona “completa” y se expresa como una faceta o nivel de personalidad distinto. Respecto a esta dimensión de la personalidad, el Maharal de Praga afirma:

Las partes del ser humano son el cuerpo y el alma [intelectual-la mente]. El ser humano como un todo comprende estas partes, través de las cuales [juntas], la persona recibe la forma de humano. Esta tercera dimensión es como una casa, que tiene como partes madera y piedras, pero más tarde se hacen una casa compuesta de ambas. Es otra cosa que sus partes…19

Esta unidad de cuerpo (lo físico) y mente (lo psíquico) es descrita por Viktor Frankl como el portador espiritual de lo psicofísico, como el “Tú” esencial , una identidad esencial “invisible”

para quien, por ejemplo, no cree en el Tú [el tú del prójimo]. Y ¿no es este Tú, como portador espiritual de todo el organismo psicofísico, de hecho, invisible? ¿No es la persona del otro, como núcleo que esconde sus formas psicofísicas de manifestación y expresión, esa identidad espiritual que la otra persona no tiene, que es real y totalmente imperceptible y solo de alguna manera aprehensible “detrás” de lo que se percibe exteriormente? 20

Es esta facultad elevada del ser humano, el alma, la que une y dirige tanto el cuerpo como la mente y responde por ambos. Porque ninguno de los dos podría ser responsable de los hechos, ni la carne sola y ni la conciencia sin cuerpo sola. El alma es responsable ante Di-s, no solo porque es “maestra” del cuerpo y de la mente, sino también porque, como semejanza Divina en el humano, “conoce” a su Maestro, Di-s.

Las dimensiones externas de la personalidad humana

El dominio personal. El dominio personal es el dominio en el que el individuo se relaciona con Di-s y crea una identidad personal. También es la relación de la persona consigo misma. En un lenguaje secular, esto podría llamarse el ámbito de la moralidad privada y las creencias. Este reino de la identidad personal y el autoconcepto del individuo se contrasta con el área “pública” o interpersonal, que tiene que ver con las interacciones y posibles conflictos con las personas.

Es interesante notar que la moralidad sexual ―excepto donde constituya un asalto a otro (como la violación o donde se podría decir que se llevó a cabo sin el debido consentimiento, como con un menor, o donde, como en el adulterio, infrinja otro contrato de matrimonio)― también se clasifica como algo personal. Esto se debe a que la unión sexual se relaciona con la identidad humana: las relaciones sexuales prohibidas afectan la semejanza divina que hay en la persona, como se analiza en el capítulo 4. Algunos pensamientos contemporáneos argumentan que, si las relaciones sexuales (aberrantes) son entabladas por “socios maduros y consentidos” no hay mal porque no hay “víctima”. Esto es una confusión de la moral interpersonal con la personal.

La concepción secular de la sexualidad como algo “meramente privado” y que, como tal, debería estar libre de regulación legal, es errada desde el punto de vista religioso por dos razones. La primera es que hay todo un ámbito de moralidad personal objetiva en la relación del individuo con Di-s. En segundo lugar, el concepto “privado” en sí mismo es susceptible de malentendidos: incluso si este ámbito no es visto por otros, es visto por Di-s. No se trata de una zona que excluye la vigilancia y el juicio de los demás. Tiene que ver con la relación de uno con Di-s, constitutivo de quién y qué es la persona antes de tratar con los demás. El ser humano es responsable, no solamente en términos de lo que contrata con otros, sino también en términos de lo que uno es en el espacio de su propio ser: “antes de Di-s”.

El dominio interpersonal. El dominio interpersonal, que tiene que ver con la interacción entre individuos, agrega y organiza a los individuos con su cultura moral personal, en un conjunto social. Es decir, el ámbito interpersonal articula a las personas morales, en su relación con Di-s (y con ellos mismos), entre sí. La cuestión de la regulación de las relaciones interpersonales es evitar el conflicto y crear armonía y orden entre los individuos.

Cómo los individuos en sus relaciones con la naturaleza, con Di-s y con otras personas se cohesionan en un conjunto social no es la preocupación de este capítulo. Esto se trata en el próximo. Este capítulo ve las leyes noájicas en términos de la matriz de los compromisos o las relaciones de las cuales el individuo es el centro psicológico. En la siguiente sección, la matriz, creada fuera de las dimensiones internas de la personalidad humana, con sus orientaciones hacia la naturaleza, hacia Di-s y hacia los seres queridos, se muestra como “completada” y debidamente regulada en sus distintos campos con el contenido real de las leyes noájicas.

3. Los valores universales y la estructura de la personalidad

La forma en que las leyes noájicas suplen de contenido moral a las dimensiones del yo en su interacción con los demás, se representa esquemáticamente en el siguiente diagrama.

El yo →

y los demás↓

El tratamiento de la naturaleza

Lo corporal

Lo intelectual

Lo unitario

Lo personal

(entre la persona y Di-s)

Relaciones sexuales prohibidas

Creencia en Di-s

Reverencia hacia Di-s

Lo interpersonal

(entre las personas)

Prohibición de robo y daño material

Procesos de

justicia

Prohibición de matar

El yo y los demás: el tratamiento de la naturaleza

El tratamiento de la naturaleza en la ley noájica está enmarcado en la prohibición del consumo de la extremidad de un animal vivo.21 El Maharal de Praga explica que la transgresión a la conducta prohibida por esta ley es un grave fracaso del ser humano cuando todo lo que se requiere es un breve retraso de la gratificación del impulso. Así, aunque los animales pueden ser preparados para el consumo a través del sacrificio, la persona transgresora los consume mientras están vivos a costa de gran sufrimiento de la criatura porque no puede esperar un pequeño rato.

La parcialidad total hacia el deseo de uno mismo se inclina para completar la indiferencia hacia el otro. En esta infancia del desarrollo moral humano, uno puede causar gran sufrimiento a eso que es esencialmente indefenso y que no puede defenderse así mismo, en este caso un animal. Lo mismo se aplica a la naturaleza física y vegetativa. Aunque estos, como parte de la naturaleza en general, han sido entregados a los seres humanos para su utilización, ese uso no puede ser descuidadamente destructivo. Debe ir acompañado de la consideración por la creación física como algo de valor intrínseco, creado y “supervisado” por Di-s. Esta orientación fundamental ―que uno debe probarse a sí mismo en relación con los “otros” y no hacerles daño innecesariamente simplemente porque uno tiene el poder de hacerlo― es la base de una auténtica personalidad moral. En el ámbito de la relación del yo con naturaleza, se incorpora la conciencia del fundamento de la “mismidad” de los objetos de la creación, a saber, que (además a la habilidad de las criaturas sensibles para experimentar dolor) toda la naturaleza ha sido formada, supervisada y dotada de propósito y valor por el Creador. El autocontrol en la relación de uno con los demás entonces abre a los otros dominios principales de la actividad humana y la preocupación moral: la relación de uno con Di-s y con otros seres humanos, como se discutió en relación con los seis campos restantes de la matriz de la personalidad humana.

El ámbito corporal personal: la moral sexual

Está claro que la moral sexual tiene que ver con la dirección y moderación del deseo corporal. Las leyes noájicas aquí requieren un ejercicio de moderación del deseo sexual corporal y su canalización hacia una unión específica (casada, heterosexual) para actualizar la identidad espiritual de uno y la relación con Di-s. Con la excepción del adulterio, las uniones sexuales prohibidas caen dentro de la categoría de la relación del yo con Di-s. Esto, como se mencionó anteriormente, hace irrelevante el argumento según el cual la participación consensuada en otras relaciones sexuales son “permisibles” porque son “sin víctimas”.

La importancia del ser humano es que es portador de la semejanza espiritual de Di-s, y Di-s ha determinado la unión del hombre y la mujer como expresión y vehículo para la transmisión de esta semejanza. Esto se explica más detalladamente en el siguiente capítulo. La forma como el ser humano llegó a existir es a través de la unión sexual de hombre y mujer. Una vez nacido, él o ella ahora se dirige hacia una nueva unión de hombre y mujer y, a través de esto, producirá “una sola carne” en la siguiente generación como descendencia de esa unión, que es la continuidad de la persona en el futuro. La continuidad biológica y la identidad personal se fusionan.22 Padres, hijos y nietos representan una sola cadena espiritual e identidad extendida. La expresión bíblica, “hombre y mujer Él [Di-s] los creó”, significa que la persona tiene su identidad última en esta unión de hombre y mujer, que son cada mitad de la unidad compuesta más grande. El adulterio, el incesto y el bestialismo ―todos prohibidos por la ley noájica― representan una confusión de la identidad de uno como vinculado al cónyuge adecuado, la sociedad esencial de cuerpo y alma. Así también la unión homosexual confunde la identidad de la persona que participa en dicha unión ya que contradice el significado procreativo de la unión sexual: la recepción biológica y la transmisión de identidad personal.

El ámbito intelectual personal: la creencia en Di-s.

El intelecto es un instrumento que se basa en los primeros principios de acuerdo con las reglas del razonamiento. La honestidad y la integridad del intelecto conducen hacia el reconocimiento de que los primeros principios sobre los cuales se basa no son proporcionados por el intelecto mismo, sino que son dados al intelecto desde otra parte: están fuera del intelecto y se importan a él como supuestos o primeros principios.

La idolatría, negada por la creencia en Di-s, es una actitud cognitiva que ve una parte de la creación como “absoluta”, como el todo. Fetichiza a una entidad particular, que puede ir desde un objeto, como el sol o la luna, al “dinero” y al éxito “autologrado”. Principalmente se expresa hoy en día en la cosmovisión del materialismo que toma al mundo físico “como todo lo que hay”. La idolatría se forma esencialmente en el intelecto, en el pensamiento, y es la corrupción moral esencial del pensamiento.

Frankl lo pone de esta manera. En la visión honesta del intelecto, todas las formas y fenómenos dentro de la creación son meramente “relativos”: son todas creaciones del Absoluto verdadero, Di-s, y no tienen fundamento subsistente en sí mismos. La verdadera tarea del pensamiento es preservar esta perspectiva y no hacer algo que sea simplemente relativo, sino una creación dependiente de su Creador Absoluto. Así el pensamiento honesto es conducido a un concepto de Di-s, Creador de todo, como el “Absoluto”: “el Absoluto está allí solo para que lo relativo permanezca relativizado”.23 Este es el autocontrol o la disciplina que se impone el pensamiento de autotrascendencia, que se resiste a convertir cualquier cosa que sea relativa en el Absoluto. El pensamiento honesto, que sacude toda creencia en lo mundano como último fundamento, conduce a Di-s y niega lo contrario, la idolatría.

La forma en que el intelecto, en consecuencia, funciona para servir y expresar la imitación humana de lo Divino, es tomar sus primeros principios de la información ratificada por el alma que no tiene intereses “terrenales” en competencia. De esta manera, el intelecto se vuelve plenamente dentro de sí mismo como verdaderamente desapasionado. Al prescindir de la mera preferencia y disposición, no se basa en “creo” o “siento”, sino que se siente atraído por una verdad24 reconocida de manera desinteresada. Se somete por sus primeros principios a Di-s y al alma.

El ámbito unitario personal: la reverencia por Di-s

La dimensión unitaria del ser humano, el alma, que fusiona mente y cuerpo, conoce intrínsecamente a Di-s. Su imperativo ético es, por lo tanto, tratar al Di-s que conoce con respeto y no rebelarse contra Él. Porque mientras el idólatra ha confundido a Di-s, el blasfemo conoce a Di-s pero, sin embargo, se rebela. Este es el único mal de la blasfemia, que “conociendo al Maestro, uno todavía intenta rebelarse contra Él”. Lo que puede causar esto es casi una arrogancia irracional, o incluso una inclinación personal básica que, a pesar del conocimiento que tiene de Di-s, puede abrumar y hacer que la persona se rebele contra Él. Por eso la blasfemia es específicamente una mancha en el “alma”. Es una transgresión contra el yo más profundo de uno mismo y se puede decir que uno es responsable por sus consecuencias más profundas que por cualquier otra transgresión.

Es explicado por el Maharal de Praga que la blasfemia, el insulto a lo Divino, se realiza a través del habla, la facultad humana por excelencia, que une las facultades físicas y mentales y es el sello distintivo de la vida esencial del ser humano. El habla, el don humano único,25 también es paralela al concepto teológico del habla divina y, por lo tanto, es un aspecto esencial de la identidad humana, como parte de la semejanza divina en lo humano. Cuando se blasfema, se usa el regalo de Di-s contra Di-s.

La expresión positiva de este precepto noájico es la reverencia y la devoción a Di-s en el servicio a Él. La expresión extrema del servicio del alma es que pierde todo sentido de sí misma, incluso como un yo espiritual. Este es un servicio a Di-s sin ningún pensamiento de mejora espiritual personal, pero fuera de la absorción total en Di-s y del deseo de cumplir Su voluntad porque es Su voluntad.

El ámbito corporal interpersonal: la prohibición de robo

El deseo corporal o material que impacta en las relaciones con otras personas se trata en la ley noájica como robo y daño material. El robo es la ejecución de un deseo por la propiedad de otro, que el otro no ha dado conscientemente. Robar a otra persona o propiedad no es tan grave como el asesinato, pero se ha comparado con este. Viola el ser del otro26 al negar su propiedad. Es decir, el robo es indiferente a la integridad del otro.

Lo opuesto a esto es el respeto positivo por la propiedad del otro como devolver la propiedad perdida o tomar medidas para proteger la propiedad ajena de daños. La ley noájica establece un continuo en esta área desde la prohibición absoluta de robo, pasando por la rectificación de daños y perjuicios a otro hasta llegar a la consideración positiva de la persona y su propiedad. La caridad es también una obligación en la ley noájica. Lo que en definitiva asegura que no se producirán robos ni daños materiales es el respeto por la persona y la propiedad de los otros. En términos psicológicos, esto tiene que ver con la capacidad del ser humano para autotrascender hacia los intereses válidos de otro. Conlleva, en última instancia, una reciprocidad, que ve al otro como un ser, como válido, un yo o un “centro”, como aquello que es patentemente y obviamente un yo legítimo como el propio yo.

El ámbito intelectual interpersonal: la justicia

La ley noájica de robo y daños materiales requiere el reconocimiento mutuo de los derechos materiales de un otro. La ley noájica de justicia aplica el mismo equilibrio en el ámbito de la razón aplicada a las reivindicaciones opuestas y los argumentos de las personas involucradas en un conflicto legal. Justicia significa la evaluación objetiva e imparcial de las reclamaciones de otros. Protege contra la parcialidad intelectual en el juicio de las razones y equivocaciones de otras personas.

Esto se pone en práctica en la recolección crítica e imparcial de evidencia, el juicio desapasionado de la evidencia y la determinación del castigo adecuado con el delito, el grado de responsabilidad del autor y la necesidad social de disuasión, como se discute en el capítulo 10. Esto es notado por un pensamiento que excluye la irrupción de un interés particular o sesgo en el juicio que dé lugar a que las partes en el juicio sean tratadas de manera desigual o con parcialidad.

La perversión de la justicia es el funcionamiento arbitrario de los procesos adjudicativos mediante el temor o el favor de las personas y los intereses. Aunque sus resultados son concretos, la injusticia es esencialmente una perversión de la razón aplicada a las relaciones interpersonales.

El ámbito unitario interpersonal: la prohibición de matar

La transgresión de matar (ya sea en asesinato, homicidio involuntario, eutanasia, aborto injustificado o suicidio) se relaciona con la persona unitaria en el ámbito de las relaciones interpersonales, porque el objeto de matar es destruir a otra persona unitaria —es decir, toda una persona viviente y con alma—. Pero también es un crimen de la persona esencial, en el que se implica el alma del perpetrador. Así como la blasfemia mancha el alma del autor de la blasfemia, porque conoce a Di-s y, sin embargo, se rebela contra Él, con el asesinato también se ataca a Di-s. Esto es así en dos sentidos. Primero, a diferencia de la propiedad personal, a la que una persona puede renunciar, la vida es posesión solo de Di-s. Solo Di-s puede tomarla o autorizar que se tome, ya sea en defensa de la propia o la de otra persona y en otras circunstancias especiales. Cuando se mata ilegalmente, se ataca la propiedad de Di-s. En segundo lugar, el compuesto más elevado de la identidad del ser humano, el alma, está estampada con la semejanza Divina. Quien mata ilegalmente, ataca a esta semejanza Divina.

Matar es también un ataque contra la intención divina de que el mundo sea asentado y no destruido. Si bien esto es cierto acerca de la transgresión de cualquiera de las leyes noájicas, ya que todas sirven para establecer la morada civilizada en el mundo, cuando se mata se destruye al morador. Cuando alguien mata a una persona (sin orden judicial ni base en la defensa propia, etc.) es, en palabras de la Tradición, como si hubiera destruido “un entero mundo”. Este era el propósito de la creación, que sea cultivada, establecida y civilizada por los seres humanos y, en última instancia, sea residencia para la revelación de la Divinidad. Adán, el primer humano, fue creado solo, simplemente para realzar la importancia y la centralidad para la creación de cada individuo. Cuando una persona es destruida, el propósito mismo de la creación, creada en aras del servicio de esa persona, es anulado. Esto es algo conocido por el alma, que es profundamente manchada en la persona de un asesino.

Dicho positivamente, la intención de esta ley noájica es, siempre que sea posible, proteger la vida —El propio yo superior y el del otro, el alma viviente— y salvarla. Esta vida simboliza la cualidad Divina dentro de, y agencia de, el ser humano en el mundo, su razón y la de la creación del ser humano. Y “cualquiera que conserve a una persona en mundo es considerada como si ha preservado el mundo entero”.27