A. Prefacio

La imitación de Di-s como discurso de los valores

La ley noájica, comúnmente expuesta como la “prohibición de la idolatría”, se discute aquí en los términos más amplios de “creencia en Di-s”. Esto se debe a que en la ley noájica se discute si la humanidad está obligada solo a negar lo contrario de la creencia en Di-s —la idolatría— o a creer positivamente en el concepto monoteísta enfocado en la unicidad de Di-s. En cualquier caso, este imperativo ético se relaciona con una orientación hacia Di-s, en el cual se cree.

¿Cuál es el significado de un imperativo ético que consiste en creer y cómo se puede entender esto? Para las principales religiones mundiales, los primeros principios éticos y filosóficos han sido reconocidos conscientemente como valores trascendentes, que el intelecto esencialmente recibe.1 Por consiguiente, no tiene problemas con el concepto de “revelación” que está más allá, es anterior e informa a la razón. Ha sido mucho más difícil para el pensamiento secular moderno reconocer que sus primeros principios también están fuera de la razón. El pensamiento secular ha exaltado singularmente una “razón” supuestamente autosuficiente y autorrespaldada. Por otro lado, el tradicional “órgano creyente” del ser humano, el alma, o el esfuerzo genuinamente espiritual de la razón, es profesado y empleado abiertamente por adherentes a la religión tradicional.

Para la teología noájica, este “órgano creyente”, el alma humana, es el espejo de Di-s en el ser humano. En términos bíblicos, se llama “la imagen” o semejanza espiritual de Di-s, según la cual el ser humano fue creado. En la compleja unidad del ser humano, que consiste en alma, intelecto y cuerpo, el alma es el aspecto principal de la persona. En palabras de Viktor Frankl, el alma “tiene” al intelecto y al cuerpo a su disposición para las tareas y desafíos que enfrenta la persona en la vida.2

El intelecto y el cuerpo pueden resultar ser vehículos rebeldes para el alma. La angustia, la pasión o la situación pueden amenazar o, de hecho, abrumar la soberanía que se supone que posee el alma (o, como se le llama a veces, conciencia). Sin embargo, el intelecto o la razón son inherentemente secundarios al alma. La razón necesita primeros principios con los que trabajar y obtiene estos principios de fuera de sí misma. Debería ser el alma la que proporciona esos primeros principios, dado el verdadero lugar del alma en la jerarquía interna de la persona. La facultad corporal inferior de la emoción y el instinto ciertamente no deberían usurpar esta función del alma como orientadora de la conducta. Cuando lo hace, la mera disposición y el temperamento (“pasión” emocional-psicológica o intereses materiales) suministran los primeros principios, que son elaborados por el intelecto dentro de una cosmovisión.

Para la “razón pura”, por otro lado, reconocer que sus primeros principios se originan fuera de sí misma, es una prueba de honestidad y humildad. Y cuando la razón reconoce que sus primeros principios provienen de “fuera”, entonces tiene el problema de identificar (y justificar) la fuente de estos valores.3 Si no es en el alma, la razón secular honesta debe encontrar sus primeros principios en otro lugar, y justificarlos. En un momento de tal honestidad y humildad, esto es reconocido por una figura central contemporánea del pensamiento secular, Jürgen Habermas, quien escribe:

[El] Punto de partida para el discurso filosófico sobre razón y revelación es siempre la misma figura del pensamiento, que vuelve una y otra vez. La razón que reflexiona hasta lo más profundo de su naturaleza, descubre su origen en Otro.4

Habermas defiende el modelo de una “constitución” liberal-democrática que estructura el discurso “racional”, mediante el cual las personas, confiando en nada más que sus propios intelectos, supuestamente pueden lograr un consenso sobre los valores que expresan el bien común. Sin embargo, reconoce que este modelo, al que llama “procedimentalismo”, se basa en una creencia (es decir, una “insistencia” final):

Frente a la concepción del Estado constitucional […], la concepción procedimental […] insiste en una justificación autónoma que los principios básicos de la constitución tienen una justificación autónoma de los principios constitucionales, con la pretensión de ser aceptable racionalmente para todos los ciudadanos.5

Esta es una creencia en un primer principio: el “discurso racional” establecido por la constitución secular liberal-democrática. También es una creencia, que se deduce de esto, que cualquiera que sea la política que el discurso “racional” de esta sociedad presente, está justificada. Hay una conexión necesaria entre la creencia básica y la ética específica que produce la creencia básica. Aquí radica una crisis para Habermas en el principio básico. Está molesto por el fracaso de las sociedades contemporáneas, sobre la base de un discurso cívico solo, para lograr un consenso (“solidaridad”) de valores que puedan motivar genuinamente a los ciudadanos. Aquí, Habermas reconoce que la religión, por otro lado, ha sido una fuente de tales valores: “...Así resulta en interés propio del Estado constitucional el cuidar la relación con todas las fuentes culturales [incluidas las religiosas] de las que se alimenta la conciencia normativa y la solidaridad de los ciudadanos”. En consecuencia, escribe, debería haber una extensión de “pública aceptación a las comunidades religiosas por la contribución funcional en lo que se refiere a la reproducción de motivos y actitudes deseados”.6 Habermas, al señalar lo que las sociedades seculares liberal-democráticas, basadas en el “discurso racional”, han omitido lograr, no considera algunas de las comisiones de este modelo: que una sociedad liberal-democrática, Suecia, ha anulado lo que incluso muchos laicistas todavía perciben instintivamente como un valor cultural practicado universalmente: la prohibición del incesto. Esta democracia ha legislado la permisión del matrimonio incestuoso de medio hermanos. La democracia sin religión puede producir valores que, desde la perspectiva a largo plazo de la civilización, no son “socialmente deseables”.

La ley noájica tiene un principio con el cual se asocian resultados éticos específicos. Este principio es la imitación de lo Divino, y los valores asociados —las formas de conducta Divinas, que imitan los atributos Divinos— se traducen concretamente en las leyes de Noé. Estos valores y ética tienen su fuerza moral en el principio del cual derivan: Di-s.

La segunda preocupación de Habermas por la sociedad secular, después del problema de lograr un consenso (“solidaridad”) sobre los valores, es el tema de la motivación. Incluso si los valores fueran acordados a través de un discurso público, ¿motivarían entonces la conducta en la práctica real? El éxito de la religión, y específicamente de las leyes noájicas, es que estas motivan, porque tienen que ver con la experiencia de Di-s; y porque su autoridad es la de Di-s. Una persona se comporta éticamente de acuerdo con las leyes noájicas como resultado de conocer y experimentar “de Quién” son esas leyes; y de estar constantemente en presencia del “ojo que ve” y el “oído que escucha” de Di-s. Es por eso que la ley noájica sobre la creencia en Di-s (o la prohibición de la idolatría) se relaciona con las otras leyes noájicas, como la coronación de un Rey (o la aceptación de un Gobierno) con la aceptación de sus leyes. No hay escondite de la presencia de Di-s, lo que podría permitirle un doble rasero, una indiscreción privada, que esté fuera de la dura luz de la conciencia. La ley noájica que ordena creer en Di-s es fundamental para todas las demás leyes noájicas porque establece su dirección —en la imitación de Di-s— y su autoridad —en el conocimiento y el sentido de la presencia de Di-s—.

Autotrascendencia: enfocarse en la imitación de Dios

La imitación de Di-s no es algo que el ser humano individual tiene que volver a descubrir solo. Fue enseñada y experimentada a través de la revelación de las leyes de Noé, particularmente y definitivamente en el Sinaí (aunque también vino de generaciones anteriores y sus profetas). Se ha transmitido de generación en generación hasta el día de hoy. Lo que se le puede pedir a una persona es insertarse experiencialmente en la tradición recibida y confirmar la “imagen” moral de las leyes de Noé y su resonancia con lo Divino. Sin embargo, hacer esto solo es posible cuando se revela el alma humana, es decir, cuando hay conciencia de la facultad espiritual dentro de uno mismo. Esto significa que se manifiesta la facultad espiritual en el ser humano, y la persona realmente asciende más allá de los intereses y prejuicios de su ser psicofísico (intelectual y corporal-emocional). La práctica, la afirmación consciente de la soberanía del alma dentro de uno mismo, es el ejercicio continuo de la vida de la persona religiosa.

Para aquellos que están fuera de la experiencia religiosa personal tradicional, pero que desean comprender el punto de vista religioso, esto requiere el ejercicio de su propia facultad espiritual. Aquí está el malentendido inicial de un pensador secular como Habermas, que busca erróneamente “recuperar” un concepto religioso, con toda buena intención, traduciendo mal a los religiosos.

..la traducción del hecho de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios al concepto de igual y absoluta dignidad de todas las personas. Abre el contenido de los conceptos bíblicos más allá de los límites de la comunidad religiosa a gentes de otras confesiones y a los no creyentes.7

Ahora, es cierto que el concepto religioso de la humanidad “hecha a imagen de Di-s” incluye nociones de la igual dignidad de cada ser humano, así como de la libertad y la creatividad, tal como fue hecho a imagen de Di-s. Sin embargo, al mismo tiempo, significa que los seres humanos están hechos a imagen del Di-s único. Eso significa que, a pesar de sus diferencias individuales de “mentalidad” —que en la ley noájica se expresarán en un estilo y contribución únicos al servicio de Di-s— todos pueden relacionarse con (“imitar”) el mismo conjunto de normas divinas básicas. Todas las almas, que “miran hacia arriba”, ven lo mismo. Supuestamente los intelectos “sin ayuda” (que de hecho están informados por disposiciones e intereses personales “de abajo”) no lo hacen. Habermas envidia la solidaridad de valores entre las comunidades religiosas y el poder motivador que ejercen. Sin embargo, admitirá los principios religiosos en un discurso secular solo en los términos y condiciones de ese discurso, que de hecho excluye la experiencia religiosa, porque no permiten contribuciones espiritualmente accesibles sino solo “intelectualmente” accesibles:

..[Una] cultura liberal política puede incluso esperar de los ciudadanos secularizados que participen en los esfuerzos para traducir aportaciones importantes del lenguaje religioso a un lenguaje más asequible para el público general.8

Para Habermas, solo la razón, no la espiritualidad, es “pública”, desde su filosofía secularista

..consciente de su propia debilidad y de su situación frágil dentro del marco diferenciado de una sociedad moderna, insiste en que se tenga en cuenta la diferencia —que no pretende ser de ningún modo peyorativa— entre el discurso laico, según su pretensión accesible a todos, y el discurso que se basa en las verdades reveladas.9

Habermas anhela el consenso y el poder motivador de la convicción religiosa, pero no permitirá el uso de la facultad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios —el alma— que la hace posible y está disponible para todas las personas. Habermas justifica esto con el argumento de que hay quienes simplemente no son religiosos o, en términos tomados de Max Weber, son religiosamente “poco musicales” (insensibles). Con esto, exime a un público secular del esfuerzo espiritual requerido para revelar el alma y sus percepciones.

De hecho, sin requerir “religiosidad”, el plano en el que se puede pedir que todos se encuentren es el de la autotrascendencia. Viktor Frankl estableció una terapia psicológica conocida como logoterapia a través de la cual alentó a los pacientes a encontrar el sentido de autotrascendencia en sus vidas. Él mismo tenía creencias religiosas, pero no intentó “enseñar” su religión a los pacientes. Hubiera sido terapéuticamente malo hacerlo, ya que un punto de vista religioso hubiera sido impuesto en lugar de ser “totalmente” algo poseído por el paciente. Sin embargo, una vez que el paciente —incluso uno que anteriormente era “ateo” o “agnóstico” trascendió, en su búsqueda de significado, sus propios intereses psicofísicos, Frankl observó que ya estaba en camino a una conciencia religiosa, sin haber llegado a ese término.10 Así también en política —aunque esto es algo que necesita estudio y análisis— podríamos argumentar: en el plano de la auténtica auto-trascendencia, todos pueden comunicarse: personas con y sin antecedentes religiosos.

Así como uno puede pedirle a un “secularista” un esfuerzo de autotrascendencia más allá de lo psicofísico para descubrir la facultad espiritual dentro de sí mismo, lo mismo se puede pedir a la persona supuestamente “religiosa”. El propósito de este ejercicio es eliminar las patologías que se disfrazan de religión. Los terroristas, que invocan a la religión para justificar el asesinato intencional de inocentes, o los soldados de Hitler cuyas hebillas tenían en relieve las palabras “Di-s [está] con nosotros”, no estaban involucrados en una genuina trascendencia hacia Di-s. En lugar de dejar atrás los intereses personales y las pasiones, simplemente habían idolatrado y transfigurado las pasiones personales y los intereses materiales como cosmovisiones religiosas. Su versión de la religión es lo opuesto a la autotrascendencia. Dicen “Di-s”, pero se refieren a sí mismos: su “Di-s” es una proyección de sus propios proyectos y pasiones.

Queda una paradoja aparente en la ley noájica que requiere creer en Di-s: el cumplimiento de esta ley o instrucción parece presumir ya la aceptación del que la ordenó. De hecho, esta ley no ordena a una persona que adquiera una facultad de fe, sino que descubra y dé contenido explícito a la fe, que ya tiene potencial en la facultad espiritual de uno mismo. Esto se establece en las siguientes secciones (B) como el requisito para contemplar la unicidad de Di-s en la medida requerida por la enseñanza noájica; y (C) extender el conocimiento del único Di-s en las dimensiones en que Él se relaciona con el “mundo”: creación, revelación y redención.

B. El conocimiento de Di-s

Di-s, el Creador

La ley noájica relacionada con la creencia en Di-s se expresa como la prohibición de idolatría. El propósito de esta sección no es clasificar las creencias existentes como idólatras o no idólatras. Más bien, su propósito es abordar la cuestión de qué es la idolatría y, como tal, está prohibida. Las enseñanzas religiosas “oficiales” y sus seguidores individuales, ambos al mismo tiempo o no, a menudo se encuentran en procesos de redefinición de sus creencias. Por lo tanto, no siempre es útil clasificar el nombre de un grupo o a sus seguidores como idólatras o no; porque el nombre de la enseñanza puede permanecer, mientras que lo que significa para sus adherentes individuales puede cambiar. Es el individuo quien es guiado por la ley noájica en su creencia y conducta reales.

Di-s —quién es la fuente de los valores verdaderos y cuyos “atributos” se traducen en estos valores, y en quién se debe enfocar para hacer eco (imitar) de estos valores— es uno. Esta unicidad se expresa tanto (a) con respecto a Di-s Mismo, cuya existencia es una; como (b) en términos del dominio del Creador sobre la Creación. La unicidad de Di-s implica la unicidad de su dominio sobre la creación: si el poder de Di-s no fuera absoluto, entonces se podría argumentar que no hay un Di-s, autor y autoridad, en la creación.

El concepto de que Di-s posee “atributos” —los cuales, explicado místicamente, se traducen en las leyes noájicas— no está en contradicción con la unicidad de Di-s en sí mismo. Estos atributos, como “amor”, “justicia” y “misericordia” no son Di-s sino instrumentos creados por Di-s, a través de los cuales Él ha elegido relacionarse con la creación. Se les llama atributos “de” Di-s solo en el sentido de que Di-s eligió actuar en la creación a través de estas cualidades.11 Cuando Di-s emplea estos atributos, adquieren una calidad trascendental de Di-s. El alma, el espejo de lo Divino en el ser humano, también está dotada de estos atributos o instrumentos, a través de los cuales se relaciona y es capaz de “imitar” (o hacer eco) a Di-s.

Los atributos de Di-s son instrumentos creados por Di-s para la realización de la creación. No son Di-s mismo. En consecuencia, uno debe rezar a Di-s mismo y no a sus atributos. Porque es el único Di-s trascendente, quien solo “decide” recrear, sostener y renovar la creación y quien puede satisfacer sus necesidades. Esto es cierto, ya sea que se trate de requisitos regulares, como la salud y el sustento continuos, o solicitudes excepcionales, como que una mujer estéril tenga un hijo, o que cese la sequía.

Di-s y la creación

Es dentro de la relación de Di-s con la creación que surge la posibilidad de la idolatría. El Di-s Creador trascendente opera y comunica su influencia a través de muchos instrumentos creados. Estos incluyen las estructuras del cosmos físico mismo —los cuerpos celestes, incluidos el Sol y la Luna— y los elementos, fuerzas y química de la naturaleza. Existen, según la tradición, también agentes no físicos de influencia divina, como los ángeles. En los niveles más altos, los atributos Divinos, como se señaló, son en sí mismos instrumentos espirituales creados por Di-s. Sin embargo, estas fuerzas y poderes principales en la naturaleza, física o espiritual, que actúan como conductos de influencia divina no son independientes en sí mismos, sino que dependen totalmente de Di-s.

Cuando uno contempla la relación entre el Di-s Creador trascendente, y estos poderes o agentes dentro de la creación, hay tres percepciones generales significativas de la relación entre Di-s y la creación. Se relacionan con el dominio de Di-s sobre la creación. Una es la percepción de unicidad, la segunda es el concepto de “asociación” y la tercera es la idolatría.12 Ahora las discutiremos en este orden.

La unicidad de Di-s

Como se mencionó anteriormente, la posibilidad de idolatría entra en la dimensión de la relación de Di-s con la creación. La opinión que más rechaza la idolatría y representa el nivel más profundo de la percepción de la unicidad de Di-s es que todos y cada uno de los poderes dentro de la creación están, de hecho, absolutamente “anulados” ante el Di-s trascendente. Es decir, todo en la creación, incluidos los poderes “más grandes”, físicos y no físicos, son metafóricamente nada más que un “hacha en la mano del leñador”.13 Es esta visión la que, aunque reconoce la naturaleza y la creación como “realidad”, las entiende como animadas a la existencia y guiadas en todo momento por el Di-s trascendente. Las formas diferenciadas de la realidad que confrontan nuestros ojos carnales no son más que una “cubierta”, que oscurece y, sin embargo, es un instrumento para la Providencia animadora trascendente.

Este es el significado de las palabras del versículo que se comunicó por primera vez al pueblo judío en el Sinaí: “Escucha, oh Israel, Di-s nuestro Di-s, Di-s es uno”. Esto significa que, en toda la multiplicidad de la naturaleza, hay una sola animación trascendente y fuente unificadora de todo: el acto continuo de creación y mantenimiento de Di-s. La unicidad de la Providencia y el dominio de Di-s sobre la creación es tal que realmente no hay “nada más que Él”,14 es decir, no hay ningún otro poder o fuerza que pueda considerarse de importancia, incluso para “asociarse” con Él (en el sentido que se analiza a continuación).

Hay opiniones de que este nivel de conocimiento de Di-s y la negación de la idolatría incumben a toda la humanidad.15

Asociación

Una segunda perspectiva sobre la relación de Di-s con la creación, es que Di-s se ve como una “asociación” con un poder o agencia creada durante la creación. Es decir, aunque Di-s se entiende como el poder supremo en la creación, a este otro poder o agencia se le otorga una medida de importancia como un conducto para la influencia de Di-s. La autoridad de Di-s no se niega, en la medida en que se ve como la autoridad principal y última sobre la creación (que incluye a la agencia menor).16 Al mismo tiempo, el concepto de asociación no tiene el grado de autenticidad que el concepto discutido anteriormente de la unicidad de Di-s. Esto se debe a que un “socio” tiene opciones, y todas las entidades de la creación, incluidas los agentes más grandes y poderosas, en realidad no tienen otra opción. Solo el ser humano, que como el resto de la creación es recreado y sostenido en todo momento por Di-s, tiene libre elección. Pero eso no lo faculta de ninguna manera para “obligar” a Di-s a hacer nada; sino más bien a merecer canalizar poderes divinamente otorgados.

La visión de la “asociación con Di-s” de los principales agentes y poderes al menos reconoce a Di-s como el máximo poder en la creación (“el Di-s de los dioses”). Además, la última realidad, que todo está totalmente anulado ante Di-s, es una percepción que no se manifiesta fácilmente a toda la humanidad. Por estas razones, la “asociación” está permitida de acuerdo con la opinión principal de la ley noájica. Tradicionalmente, se llama “asociación del nombre del Cielo con otra cosa”. Si bien no está permitido adorar ese poder en conjunción con Di-s, ya que de hecho sería tratarlo como un poder independiente, en la ley de Noé se puede asociar con el Di-s trascendente. Este permiso, o tolerancia, de asociar a Di-s con algo más en el pensamiento y el habla, es la posición básica de la ley noájica.17 El permiso incluye tomar un juramento, que menciona tanto a Di-s como a el otro poder o agencia. Sin embargo, este permiso no se extiende para servirlo “en sociedad con Di-s” en un acto de adoración.18

Idolatría

En términos de la relación entre Di-s y la creación, la idolatría es un paso más allá de la unicidad de Di-s porque toma una entidad creada y, “olvidando” o negando a Di-s, hace de esta entidad su único objeto de adoración. La idolatría en este aspecto consiste en adorar algo creado por Di-s como algo absoluto (como “Di-s”), ya sea una entidad física, espiritual u otra entidad no física. Por lo tanto, alguien que considera al Sol o a la Luna como el primer principio de la creación, es un idólatra. Así también uno que toma un concepto como la “autonomía humana” y la convierte en el principio último de la creación. El “materialismo” del comunismo, que establece que lo material —la materia con sus presuntas leyes— es el principio último de la realidad, también es idolatría: ha tomado una entidad creada —la materia— y la ha convertido en lo “Absoluto”. Así también el panteísmo es idólatra, porque convierte la creación misma en un principio absoluto. En la medida en que el “ateísmo” tiene sus raíces en una doctrina materialista, que considera la “materia” o la creación física como “todo lo que hay”, es en sí mismo idolátrico.

Otra forma de idolatría (más arraigada en el error de la idolatría voluntaria dirigida a un objeto creado) podría incluso reconocer la existencia de Di-s, pero considera que el Creador se ha “retirado” de involucrarse con la creación. Esto se expresa en la creencia errónea de que “Di-s ha abandonado la tierra”19 o que Di-s es demasiado elevado para estar interesado en los acontecimientos de la creación y, por lo tanto, “dejó” la supervisión en manos de los poderes de la creación. Este punto de vista se extrapola erróneamente del versículo que dice que está “exaltado sobre las naciones, su gloria está sobre los cielos”.20 Dado que este punto de vista imputa una independencia a los poderes dentro de la creación y afirma que Di-s no ejerce dominio sobre la creación, también es idolátrico porque separa a Di-s de la creación y les da poder absoluto a otros agentes supuestamente encargados de conducir la creación.21

El servicio y los accesorios de la idolatría

Hay muchas leyes sobre lo que constituye el servicio a la idolatría y cómo se deben tratar la idolatría y sus accesorios. Estas incluyen la discusión sobre si está permitido obtener algún beneficio de la idolatría y las medidas que deben tomarse para distanciarse de ella. Estas leyes se pueden consultar en trabajos bibliográficos básicos sobre las leyes noájicas.22 Aquí hemos limitado nuestra preocupación a lo que significa creer en la unicidad de Di-s, “asociación” e idolatría. Las generaciones más jóvenes de nuestra sociedad han crecido ignorando la creencia en Di-s. De manera similar, hay poco conocimiento de las categorías teológicas “creación” (que Di-s es Creador), “revelación” (que Di-s ha revelado verdades morales y otras verdades fundamentales) y “redención” (que Di-s guía providencialmente a la creación hacia, y llevará a cabo, la redención en interacción con un servicio humano ético basado en el ejercicio del libre albedrío). Lo siguiente ofrece un bosquejo básico de estos temas básicos de fe.23

C. Los Principios de Fe24

Creación

Como se indicó anteriormente, el Creador es conocido por nosotros como el único Di-s, y también a través de su relación con la creación. Conocer al Creador en Sí Mismo con una comprensión completa no es posible para un ser humano, que —junto con su intelecto— es una creación finita de Di-s. El Creador es entendido como aquel que ha creado y sostiene continuamente la existencia de la creación. Él está más allá de la creación (que depende completamente de Él). El conocimiento de que la creación no llegó a la existencia de una vez, sino que también es sostenida constantemente por Di-s, resalta también la omnipotencia de Di-s. La creación no tiene independencia ni autosuficiencia en relación con Di-s. Así como Él renueva la creación en la existencia a partir de la nada, también está dentro de su capacidad realizar milagros y alterar todo el orden (las “reglas” aparentes) de la creación, si así lo desea.

El infinito, trascendente y continuo acto de creación de la nada (ex nihilo) es algo que no tiene analogía en la naturaleza. Di-s también funciona de manera inmanente, es decir dentro de la creación a través de poderes y agentes, como se discutió en la sección anterior. La trascendencia y la inmanencia son manifestaciones o poderes de Di-s. Él mismo, sin embargo, está más allá de ambas dimensiones de trascendencia e inmanencia y es la fuente y el coordinador de ambos. Es Di-s mismo quien solo sostiene y trabaja el cambio en la creación. En consecuencia, como se mencionó anteriormente, el destinatario de la oración no es ningún poder de Di-s, o dimensión de Di-s, sino Di-s mismo.

Revelación

Dentro del tema de la revelación, un primer principio de fe es saber que Di-s comunica los valores morales de conducta a los seres humanos y que estos se reciben a través de la profecía y los sabios los explican en su tradición de comentarios sobre los textos de las profecías.

La revelación en Sinaí (cuyos Diez Mandamientos, como se explicó, son el núcleo de una revelación más amplia, que también incluye las leyes de Noé) se expresa completamente en el texto escrito del Pentateuco (los Cinco Libros de Moisés). Esta “Ley escrita” fue recibida de Di-s por Moisés junto con su explicación, que originalmente no fue escrita, sino oral. Esta “Ley oral” es la tradición de ampliar el comentario y la explicación del texto de la Biblia, que ha llegado hasta nuestros días.25 Como se señaló anteriormente, aunque las leyes noájicas eran conocidas por la humanidad antes de la revelación en el Monte Sinaí, su forma y autoridad definitivas provienen de la Ley escrita y la Ley oral dadas en el Sinaí. No es posible interpretar los versos de la revelación, o aplicar las leyes derivadas a nuevas circunstancias sin referencia a esta tradición de interpretación.

La autoridad de Moisés y, por lo tanto, del texto bíblico, se establece no tanto por sus poderes personales de profecía, sino por la experiencia colectiva de todo el pueblo judío, que se paró en el Sinaí y vio a Di-s comunicarse con él.26 Surgieron otros profetas que esencialmente exhortaron al pueblo judío y a la humanidad en general al cumplimiento de la Ley y en algunos lugares elaboraron sus enseñanzas. Una tradición continua de comentarios, como se mencionó, dilucida y continúa aclarando todos los mandamientos de la revelación en el Sinaí, incluidas las leyes de Noé.27

Un principio adicional enuncia la ley de Noé como parte de una plantilla eterna y moral de Di-s para Su creación. Pueden surgir medidas y restricciones adicionales, cuya autoridad depende de la aceptación por parte de la sociedad y su coherencia con la enseñanza central de la revelación en el Sinaí para la humanidad. Pero no hay permiso para crear una nueva enseñanza o práctica, y afirmar que esto es parte de la ley noájica revelada en el Sinaí.28

Redención

Hay dos formas29 como actúa Di-s con la creación: una que opera dentro de procesos naturales y otra milagrosa, en la que Di-s puede hacer cambios en la naturaleza.

Di-s puede mezclar estas formas de conducta como lo desee. El nivel de conducta trascendente es la fuente de los milagros, pero también se relaciona con un nivel de providencia, que el intelecto humano no puede comprender fácilmente. Sobre esto, el profeta escribió: “Mis pensamientos [de Di-s] no son tus pensamientos y Mis caminos no son tus caminos”. Aunque la elección se le da al ser humano, las consecuencias de esas elecciones están dentro del control final de Di-s. La providencia trabaja a menudo de manera invisible incluso a través del mal y el sufrimiento para producir un bien final eventual y manifiesto. Lo que no podemos entender no debe perturbar nuestra adhesión a Di-s. Por lo tanto, el fenómeno del mal manifiesto no es algo que deba sacudir nuestra creencia en Di-s.

La Divina Providencia trabaja específicamente con cada entidad en la creación.30 No hace falta decir que opera con el ser humano, orquestando posibilidades y desafíos para la respuesta ética del mismo. En cualquier caso, un ser humano debe esforzarse por “vivir” con la conciencia de una Providencia Divina personal y específica. Esta providencia modela los contextos de la vida humana y orquesta las consecuencias de la elección moral, en cualquier momento. Impulsa al ser humano a responder a las circunstancias de manera ética y redentora.

La respuesta ética a los desafíos, y también los tramos de la vida que parecen rutinarios, deben ser moldeados por referencia a las normas divinas reveladas. Las buenas acciones, palabras y pensamientos de los individuos refinan el mundo, como un trabajo en progreso hacia la redención. Si bien este trabajo pertenece a cada persona, existe el concepto de una gran persona, el Mesías,31 cuya llegada está asociada con la realización de ese propósito. Esto marcará el comienzo de una manifestación de Di-s dentro de la creación. Después de la llegada del Mesías, las almas de los justos resucitarán en sus cuerpos en el “mundo por venir”.32

Creación, revelación y redención son las dimensiones del conocimiento de Di-s y su intención de creación. Además del cumplimiento general de las leyes noájicas, hay un servicio especial a Di-s dentro de cada una de estas dimensiones. Uno se relaciona con Di-s como Creador, a través de la oración. En la dimensión de la revelación, un humano se acerca a Di-s a través del estudio de la ley Divina revelada (y expuesta). En la dimensión de la redención, el ser humano busca constantemente reparar y perfeccionar sus actos, a través de la dinámica del arrepentimiento o, mejor dicho, de “regreso” a Di-s. Esto mismo impulsa y acelera la redención. Estos tres aspectos del servicio a Di-s deben ser tratados bajo la ley noájica en relación con la reverencia por Di-s, discutida en el próximo capítulo.

Traducción: María Sánchez Varón

Traducción, corrección y estilo: Carlos Sánchez Corrales