Una de las causas de frustración que provocan ansiedad y angustia es cuando uno no puede encontrar respuestas a preguntas importantes.
Lo más frustrante es cuando uno no encuentra la respuesta porque la pregunta misma está fallada. ¿Cómo puede uno encontrar una respuesta a una pregunta que no existe?
Si uno busca la respuesta a la pregunta “¿de qué color es 2 + 2?” ¿acaso la encontrará?
Así que antes de intentar responder a una pregunta —la propia o la de otro— es crucial evaluar el mérito de la pregunta y su estructura; de lo contrario será nada más que un ejercicio en futilidad.
Si tu profesor te pregunta por qué faltaste ayer y respondes que estabas en cama con fiebre, es una respuesta válida a una pregunta legítima. Pero hay otro escenario: ante la pregunta ¿por qué faltaste ayer en clase? el alumno responde que efectivamente estaba en el salón; es que el profesor no lo vio. En ese caso, no es que el alumno respondió a la pregunta, sino que directamente anuló la pregunta. Demostró que la pregunta no tenía fundamento, no era legítima y no merece una respuesta. No es lo mismo responder a una pregunta que desarticularla.
En la lectura de esta semana, Vaetjanán1 , leemos, entre muchos temas importantes, sobre el hijo “sabio”,2 uno de los cuatro hijos prototípicos de los cuales la Torá habla y que tienen un protagonismo en el Séder de Pésaj: el sabio, el malvado3 , el simple4 y el que no sabe preguntar5 . Cada uno de ellos y su pregunta específica están mencionados en la Torá. En la Hagadá del Séder se nos instruye cómo responderle a cada uno de acuerdo a su pregunta e inquietud específica.
Una regla general:
Antes de responder a una pregunta hay que entender bien qué hay detrás de ella. Hay que responder a la persona y no solo a la pregunta tal cual suena y parece. Hay preguntas que tienen respuesta y hay preguntas que no tienen respuesta. La pregunta hecha para saber puede tener una respuesta, mientras que la pregunta hecha porque uno no quiere saber, no tiene respuesta.
A veces hay preguntas cuya única “respuesta” válida es la que demuestra las carencias sistémicas de las mismas; que se basan en premisas erróneas.
El hijo que “no sabe preguntar” no se refiere necesariamente a un ignorante en cuanto a materia de judaísmo se refiere; puede ser un individuo muy inteligente que estudió mucho y entiende mucho, quiere saber más y pregunta mucho, pero se equivoca en la formulación de las preguntas que hace para entender mejor la vida, su origen y razón de ser.
Es importante estar consciente de esto tanto en cuanto a la búsqueda personal como en cuanto al intento de ayudar a otro a encontrar respuestas a sus preguntas. Hay que tener claro tanto el motivo de la pregunta como su estructura.
Para cerrar, quisiera compartir una respuesta que el Rebe —que su mérito nos proteja— le dió a una joven que estaba muy angustiada por la cantidad de preguntas que le hacían con respecto a pruebas del judaísmo por las cuales no tenía respuestas adecuadas:
“No tiene por qué deprimirse por ello, dado que inclusive mayores que dedican toda su vida al estudio de la Torá no pueden responder a todas las preguntas.
¿Acaso es de sorprenderse de que un ser humano —una creación— no puede entender cabalmente la sabiduría de Di-s como fue revelada en Su Torá?
Ni hablar que no debería afectar su cumplimiento de las mitzvot.
Si prestara atención se dará cuenta que la mayoría de la gente que hacen las preguntas no es que buscan la verdad sino que quieren justificarse (frente a otros como también frente a su propia conciencia) el haber abandonado el estilo de vida de sus padres y ancestros, entre los cuales hubo quienes dieron su vida por el judaísmo y ellos se deshicieron del yugo de la Torá y las mitzvot [meramente] por una vida física más cómoda.”
Así que la herramienta de la semana es: Nuestros sabios dicen que una pregunta sabia es la mitad de la respuesta. Antes de complicarte en busca de una respuesta, asegurate que la pregunta es la correcta.
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