Crecí prácticamente sin abuelos.

Cuando mi madre tenía solamente 25 años, varios años antes de que yo naciera, sus padres murieron trágicamente en un accidente en la ciudad de Nueva York. Mi abuelo paterno también falleció prematuramente de un ataque cardiaco cuando yo tenía 3 años. De todos mis abuelos, crecí solamente con mi abuela materna, a quien amé y admiré con todo mi corazón, pero ella falleció cuando yo tenía 20 años.

Para mí fue como si mi familia materna no existiera,

De chica no sentí la falta de abuelos como algo fuera de lo común o trágico. Recién ahora que veo a mis hijos tener una relación tan especial con sus cuatro abuelos, entiendo hasta que punto yo y mis hermanos fuimos parte de la tragedia que sufrieron mis padres al perder a sus padres a tan temprana edad.

Como resultado de tanta ira y dolor que rodeó al accidente que quito la vida a mis abuelos, mi madre perdió contacto con su familia por más de 20 años. Crecí, como si mí familia materna directamente no existiera.

En mi infancia nos reuníamos varias veces al año con tíos y primos de la familia paterna en la casa de mi abuela. Mi abuela nos llenaba a mí y a mis hermanos de atención y afecto, y vimos muchas fotos de mi profundamente recordado abuelo y escuché hermosas historias acerca de él.

En contraste, mi madre nunca mencionó a sus padres. Recién cuando yo estaba cursando la universidad, mi madre mencionó como al pasar que mi bisabuela también había fallecido en el accidente junto a mis abuelos. Y tuve que esperar hasta después de casarme para enterarme de los detalles del accidente , como un camión con frenos defectuosos no logró parar detrás del auto de mis abuelos en una intersección, pasando por encima de ellos, destruyendo el techo del auto y matando a todos los que estaban dentro de él.

En retrospectiva, creo que el silencio de mi madre es comparable al de un sobreviviente del Holocausto, que vivió algo tan doloroso y traumático que la única forma de sobrellevar lo ocurrido es ocultándose tras un velo de silencio.

Hace cuatro años, mi esposo y yo escuchamos que nuestra sinagoga necesitaba un parojet, la cortina bordada que cubre el Arca que guarda los rollos de la Torá. Decidimos que queríamos ser parte de este proyecto, en honor a la memoria de mis fallecidos abuelos.

Después de unos meses de buscar, encontramos un bordador profesional a quien contratamos para hacer el parojet, el próximo paso era averiguar el nombre hebreo de mis abuelos para bordarlo en el parojet.

Fácilmente conseguimos los nombres de los abuelos de mi marido como los de mis abuelos paternos, tampoco nos costó encontrar el nombre de sus respectivos padres nuestros bisabuelos, cumpliendo de esta forma con la costumbre de recordar a nuestros abuelos junto con sus padres.

Pero se nos presentó un problema al tratar de descubrir el velo de silencio que rodeaba cualquier conversación acerca de mi familia materna desde la trágica desaparición hace 35 años atrás. Sabíamos que los nombres de ellos eran Jana y Iaakov lo que nos faltaba era el nombre hebreo de sus padres.

Tratamos de localizar los archivos de nacimiento y defunción de mis bisabuelos, pero después de varias semanas sin éxito, decidimos enviar a alguien a visitar las tumbas de mis abuelos en la ciudad de Nueva York y ver si los nombres estaban grabados en las lápidas.

Pero cuando tratamos de contactar a los familiares de mi madre para averiguar donde estaban enterrados mis abuelos, chocamos nuevamente con un muro de silencio, los e-mail quedaron sin contestar, las preguntas hechas en el teléfono se encontraban con silencio, confusión y hasta sospecha.

No resultaría tan fácil.

¿No es hermoso? Le pregunté. Pero mi madre permaneció en silencio.

Recurrimos a un amigo que vivía en Nueva York. Este amigo podría ser un gran detective privado. Encontró el artículo del periódico que describía el accidente ocurrido el 17 de Julio de 1968, justo en la época de las tres semanas de duelo previas a Tisha Beav, el día más trágico del calendario judío. Leí los terribles detalles del accidente que obsesionó a mi madre toda su vida y ahora me obsesionaba a mí también.

Nuestro amigo trató de contactar varios parientes lejanos de mi madre con la esperanza de conseguir información acerca del cementerio, pero se topó con el mismo silencio de piedra que nosotros. Al final mi amigo decidió llamar a cerca de cien funerarias judías para conseguir los registros de entierro de mi familia.

Varias semanas mas tarde de haber hecho este pedido tan inusual recibimos un paquete de nuestro amigo en nuestro hogar en Israel. Contenía las fotos de las lápidas de mis abuelos y bisabuelos, que se encontraban dispersas entre Long Island y Queens, en la ciudad de Nueva York.

Y ahí estaban los nombres que buscamos por tantos meses. Finalmente en el tan ansiado paquete, conocí a mi abuela Jana hija de Jaim y Tzipe, y a mi abuelo Iaakov hijo de Mordejai Leizer y Alte.

La cortina que hoy cuelga en nuestra sinagoga es el más hermoso parojet que yo haya visto. Esta echo de terciopelo Borgoña, bordado con flores de diferentes tonos de rosa y rojo. Espero que esa belleza inspire a los cientos de personas que lo rodean cada Shabat con emocionadas plegarias, cantos y bailes.

Pero el más importante logro que tuvo este parojet fue la transformación y el proceso de aceptación que comenzó en mi familia.

Con varios meses de retraso, cuando mi madre se encontraba en Israel para una corta visita recibimos una llamada avisándonos que el parojet estaba finalmente listo. Cuando desplegué la cortina por primera vez, le mostré a mi madre los nombres de sus padres. Ella lo observó con una mirada cansada y triste en su rostro, y no dijo una palabra. ¿No es hermoso? Le pregunté, pero mi madre quedó en absoluto silencio y vagamente asintió con la cabeza. Yo estaba muy desilusionada de que no hubiera reaccionado con más entusiasmo.

Poco yo sabía.

Varias semanas después de haber visto el parojet mi madre anunció como si nada, durante nuestra conversación telefónica semanal, que había plantado un jardín en honor a sus padres en el fondo de su casa, una semana mas tarde me contó que estaba plantando un arbusto de mariposas, dos semanas mas tarde agrego una sección con las flores favoritas de su madre.

Poco después, mi madre comenzó a contarme las primeras historias que yo haya escuchado acerca de mis abuelos. Ella recordó con unas carcajadas como su padre valientemente se plantó frente al director de la escuela cuando su hermana se había metido en problemas. Ella me contó con gran amor y admiración como mi abuela había organizado hasta el más mínimo detalle la boda de mis padres, desde el vestido de novia, la comida hasta buscar el perfecto par de zapatos de satén blanco.

Yo soy la continuación de mi difunta abuela en este mundo

Luego mi madre me mandó un CD con fotos recuperadas de mis abuelos y de ella misma cuando era chica, fuera de una única foto de la boda, estas eran las primeras fotos que yo había visto de mis abuelos. En las fotos, mi abuela Jana o Ana como la conocían se ve tan bondadosa y cariñosa. Vi ese CD una y otra vez, observando a mis abuelos de cerca, sus rostros, su postura, el estilo de sus ropas, cualquier detalle que me proveyera de datos acerca de estos abuelos que nunca conocí.

Este año conocí por primera vez a un primo de mi madre, cuando me vio me dijo, ¿Sabes que te pareces a tu abuela Ana cuando era joven?

Yo sonreí, y después salí corriendo al baño, y lloré sin parar. Este pariente no tenía idea hasta que punto me impactaron sus palabras, tampoco sabía que su amada abuela Ana fue la que me dio el nombre. Yo nací justo 3 años después de su muerte y recibí su nombre tanto en hebreo como en ingles. A pesar de que sabía esto desde mi niñez, nunca capté la profundidad de este hecho, yo soy la continuación de mi abuela en este mundo, en espíritu, e incluso resulta que también en mi forma de ser y apariencia.

Como me hubiese gustado conocerla. A pesar de que todo parojet cumple con una función sagrada de cubrir el Arca de la Torá, el parojet que hicimos con mi marido cumplió una misión sagrada incluso antes de estar colgado en su lugar sagrado en la sinagoga. Este parojet arregló algo en el corazón de mi familia que parecía para siempre destruido, demolió el muro del frió silencio que rodeaba la muerte de mis abuelos y lo transformó en un jardín floreciente de dulces memorias. En cierta forma le devolvió a mi madre algo de sus padres que había perdido en aquel horrible día de 1968. También logró algo imposible, me dio la posibilidad de conocer a la persona de quien recibí mi nombre, una mujer a quien nunca conocí y nunca conoceré. Que la memoria de mi abuela Jana hija de Jaim y Tzipe y mi abuelo Iaakov hijo de Mordejai Leizer y Alte sean una eterna bendición.