La Parashá (lectura de la Torá) de esta semana es la Parashá de Pinjas el Celoso: el joven y valiente sacerdote que se levantó contra la idolatría y la inmoralidad, y, finalmente, salvó a Israel de una plaga devastadora.
Mientras que la respuesta radical de Pinjas hizo de él un héroe merecedor de que una sección de la Torá fuera nombrada por él, no necesariamente debemos sugerir a nuestros hijos que emulen su comportamiento. Esos fueron tiempos extraordinarios. Hoy la violencia no se puede convertir en nuestra norma. Por lo tanto, Pinjas —con todo lo héroe que es —no se puede transformar en nuestro modelo. Al menos no en cuanto a los detalles de lo que hizo.
Sin embargo, Pinjas nos presenta algo muy importante que considerar. ¿Qué es lo que puede despertar nuestra justa indignación? ¿Qué, en la vida judía actual, nos hace actuar emocionalmente? ¿Qué nos galvanizas para actuar en defensa de aquello que consideramos sagrado e inviolable? ¿Hay algo que nos incentive? ¿Nada?
Recuerdo un famoso dicho del primer Rebe de Jabad, Rabí Schneur Zalman de Liadi. Él dijo: "Un judío no desea ni puede permitirse el divorciarse de Di-s". En otras palabras, una vez que un judío conscientemente sabe que lo que está pensando hacer provocará que se aleje de Di-s y de lo que es santo, ella o él, simplemente, no desean —y no pueden —hacerlo. Aun si no es ni remotamente "religioso", es algo que viene de nuestra esencia interior, nuestro ADN espiritual. Es nuestro ser mismo.
Cuantas historias verdaderas conocemos que validan este principio. Una que viene a mi mente es la de un actor judío durante el Holocausto. Especialmente en esos días el escenario no era un lugar donde uno podía encontrar "buenos muchachos judíos", al menos no buenos muchachos judíos religiosos. Cuando los nazis invadieron la ciudad, profanaron las sinagogas y —es doloroso escribir estas palabras —desenrollaron los rollos de la Torá y los tiraron a la cuneta. Para agregar un insulto a la injuria, ordenaron a este hombre, el actor, que orinara sobre la Torá. No era para nada religioso. Probablemente no había visto una Torá en muchos años. Sin embargo no pudo cometer tal sacrilegio. Se rehusó. La bestia salvaje lo mató en el momento. Dio su vida al Kidush Hashem, santificando el nombre de Di-s, y entró a la historia como un santo mártir.
Para el actor judío, ese fue su límite. ¿Cuál es el suyo? Religiosamente ¿es Shabat, Iom Kipur, matrimonios ínter-religiosos? Moralmente, ¿abuso de información, fraude, asesinato? Nacionalmente, ¿es Gush Katif, Jerusalén o Tel Aviv? ¿Dónde trazamos la línea?
Nuestras reglas de etiqueta políticamente correctas promueven tal tolerancia sin paralelo de que el "derecho democrático" de una persona a hacer lo que desea se ha convertido en el principio que define a nuestra generación. Los Diez Mandamientos son obsoletos. "No violarás mi derecho democrático" es el primer y último mandamiento.
Por supuesto, en cualquier país democrático, la gente puede elegir su propio estilo de vida, tal como lo desean. Pero cuando no hay absolutamente nada que despierta nuestra pasión, nada que eleva nuestra presión sanguínea, nada que enciende ningún tipo de protesta, entonces nos hemos convertido en una sociedad insípida, inocua y sin carácter.
La historia de Pinjas y su valiente posición por la Torá y la moralidad nos da una causa para considerar y un punto importante para ponderar. No tiene que ser un celoso para tener un límite. ¿Cuál es mi límite? ¿Por qué me tengo que apasionar? ¿Hay algo en la vida judía que me inspira, me excita o incentiva para adoptar una posición?
Están invitados a pensar acerca de esto y compartir sus sentimientos en la ventana de diálogo de "Envíe un Comentario" más abajo. Estaré feliz de ver su respuesta.
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