Hay un chiste sobre una madre que caminaba con su hija por la playa, junto a la orilla del mar. De repente, una enorme ola arrastra a la pequeña hacia el agua.

“Ay, Di-s”, lamenta la madre, volviendo el rostro hacia el cielo. “Esa era mi bebé: el amor y la alegría de mi vida. Devuélvemela, ¡y daré caridad todos los días por el resto de mi vida!”.

De repente, otra ola enorme deposita a la niña de vuelta en la arena. Con la mirada dirigida de nuevo al cielo, la madre dice: “¿Y el sombrero que llevaba puesto?”.

Es fácil perder la perspectiva.

Está la pareja que añora un bebé desde hace años. Pasan los meses y los años, y su anhelo se intensifica. Cuando la mujer finalmente queda embarazada, su alegría no tiene límites. Pero, desafortunadamente, no dura mucho. La pareja pronto se encuentra peleando por todo: desde cosas pequeñas, como el color de la habitación del bebé, hasta cuestiones más grandes, como quién lo cuidará si ellos no están.

O están los padres que no caben en sí de la alegría cuando se enteran de que su hija finalmente ha encontrado a su alma gemela. Cuando comienzan los preparativos para la boda, se decepcionan porque el lugar con el que siempre habían soñado ya está reservado hasta dentro de mucho tiempo.

¿Acaso suena irreal? Sucede todo el tiempo.

¿Con qué frecuencia rezamos para obtener un resultado específico? El alivio y la gratitud nos invaden cuando finalmente nuestros deseos se vuelven realidad. ¿Pero cuánto dura nuestra satisfacción? ¿Cuánto tiempo pasa hasta que nos irrita algún detalle que no estaba previsto o alguna parte de nuestro idílico plan no funciona como esperamos?

En la parashá de esta semana, leemos la historia de los judíos al final de los cuarenta años que deambularon por el desierto. Su campamento está a orillas del río Jordán, ni más ni menos que junto a la Tierra de Israel.

Durante las últimas décadas, han tenido que atravesar muchos momentos difíciles. Han fracasado ante muchas pruebas y desafíos. Han crecido y madurado como pueblo: finalmente están por alcanzar su sueño, están listos para entrar a la Tierra Prometida.

¿Y qué sucede entonces? Pierden la perspectiva.

Mientras Israel habitaba en Sitim, el pueblo comenzó a perderse con las hijas de Moab. (Bamidbar 25:1)

El libertinaje, la prostitución y la idolatría se abren paso, y alcanzan su punto máximo hasta que finalmente un hombre, Pinjás, se alza entre la multitud y actúa, veloz, para poner fin a los pecados.

Perder el foco y distraerse es algo muy fácil. Incluso cuando estamos por conseguir nuestros objetivos, muchas veces tropezamos porque perdemos nuestra visión y olvidamos lo que es importante de verdad.

Esta semana, como Pinjás, concentrémonos en estar a la altura del desafío de mantener una perspectiva adecuada, incluso cuando las cosas no salen exactamente como las planificamos.