Mi vecino de arriba tenía un jardín en su balcón. Era muy lindo, a excepción del hecho de que el drenaje específico todavía no había sido instalado, y el goteo que descendía era continuo. Peor todavía, una nube de mosquitos asomó sobre la plataforma fangosa que se formó en el alféizar de las ventanas de nuestros dormitorios, de modo que cada mañana mis tres hijas hermosas despertaban cubiertas con las horribles picaduras del insecto.
Le pedí al encargado de los arreglos de arriba, que fuera tan amable de parar aquella tortura. Él explicó pacientemente que los árboles y los arbustos (algunos muy delicados importados especialmente de algún país subtropical exótico) debían ser alimentados por una corriente pequeña pero constante de agua enriquecida, que no debía ser interrumpida. Pero advirtió que estaban trabajando en una solución para encaminar el agua por una ruta menos molesta. Y me dio los datos del paisajista, creador del proyecto, para que me diese una aclaración adicional.
"A mi no me interesa lo que ustedes están haciendo allá arriba allí," dije poco cortés. "Solo detén el goteo del agua, ok?"
Pero el goteo no paró. Hablé con el plomero de mi vecino, su capataz, su jardinero, su secretaria. Pedí, exhorté, reclamé. Las lágrimas saltaron a mis ojos mientras describía el sufrimiento de mi familia. Grité, amenacé... Las semanas pasaron, y el goteo del agua enriquecida con nutrientes y el zumbido de los enriquecidos mosquitos continuó.
Pero una tarde de viernes, después de que todos los trabajadores se hubieran ido para el fin de semana, trepé en un armario pequeño y cerré el agua del departamento de arriba.
El lunes a la mañana, mi vecino golpeó a mi puerta. Cual un fósforo encendido me gritó, me llamó criminal... y contesté que hay situaciones que justifican que un ciudadano ordinario tome la ley en sus propias manos. Él amenazó demandarme, y di la bienvenida a la sugerencia.
Antes de fin de semana, ya había sido colocada una manguera que enviaba el agua a otra parte.
Pero antes de que tuviera ocasión de saborear la satisfacción de cómo había manejado la situación, descubrí para mi consternación que no había cumplido con las tres reglas fundamentales de "Cómo tomar la ley en sus propias manos".
Las tres reglas fundamentales en cómo tomar la ley en sus propias manos son:
1) Debe haber una necesidad verdaderamente extraordinaria. Por ejemplo: decenas de millares de gente está muriendo en una plaga, y centenares de millares más morirán, a menos que se tome una acción drástica para pararla.
2) Usted debe estar preparado para pagar el precio. La ley no lo protegerá contra las consecuencias de su hecho. Usted debe estar dispuesto a sacrificar todo, incluyendo su rectitud.
3) Debe estar totalmente contra su naturaleza actuar de esta manera, y debe dolerle sobremanera sentirse forzado a actuar así. En otras palabras, si usted goza haciéndolo, significa que no debería hacerlo.
En caso de que usted se esté preguntando dónde encontré estas reglas fundamentales, le doy el dato: sienta un precedente para las mismas la muerte de Zimri en manos de Pinjas según lo descripto en la Biblia y discutido en el Talmud y los comentarios.
Bien, este conocimiento arruinó mi incipiente "carrera de bandido", aunque fue bueno mientras duró
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