Es la persona que amamos odiar. Y odiamos amar.
El extremista es alguien acerca de quien decimos cosas como "Habría deseado tener el coraje para hacer eso" (si la posición tomada por el extremista es la nuestra), y "Vamos a ver a donde te conducirá esa forma de pensar" (si no lo es). También decimos cosas como "Estoy un cien por ciento en contra de tales cosas, pero…" o "Alguien tenía que hacerlo, pero…".
Nos decimos "Si realmente crees en algo, tienes que continuar con ello". Pero también decimos "Debe haber límites. Sin límites el bien más grande se convierte en mal".
El extremista nos hace sentir incómodos, pues nos convierte a todos en hipócritas: Si todos actuáramos en lo que creemos, todos seríamos extremistas. El extremista también tranquiliza nuestras mentes: al menos alguien lo está haciendo. Nos hace cuestionar nuestras convicciones más profundas: "Pienso que está haciendo lo correcto; ¿Entonces por qué sus acciones me son aborrecibles?" Y: "Estoy completamente en desacuerdo con él, ¿Entonces por qué lo admiro tanto?"
El extremista nos asusta porque dice: "Ahí estoy yo y ahí está mi Di-s. No hay nada más". "¡¿Nada más?!" Gritamos. "¿Di-s no creo también un mundo?" Pero también tenemos una profunda necesidad del extremista. Necesitamos verdad en nuestras vidas. ¿Y puede algo ser verdad si alguien, en algún lugar, lo lleva a su conclusión definitiva?
El maestro jasídico Rabí Mendel de Kotzk preguntó una vez: La última parte del libro de Números consiste de cinco lecturas de la Torá: Jukat, Balak, Pinjas, Matot y Masei. Jukat y Balak a veces se leen juntas. Lo mismo ocurre con Matot y Masei. Pero la sección de la Torá Pinjas, que está ubicada en medio de esas lecturas, siempre se lee sola. ¿Por qué?
Respondió el Kotzker: Pinjas fue un extremista. Un extremista siempre está solo.
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