El libre albedrío en el judaísmo es la capacidad de elegir entre diferentes cursos de acciones, palabras o pensamientos, no debido a influencias externas, naturaleza interna o cualquier tipo de preferencia personal. Simplemente una elección equilibrada entre el bien y el mal.

Esta noción de que los seres humanos pueden ejercer su propio libre albedrío al tomar decisiones morales es axiomática para el judaísmo. Y el conflicto entre el libre albedrío humano y la omnipotencia de su Creador es un tema omnipresente en la narrativa judía de la historia.

El libre albedrío y el propósito de la vida

La Biblia hebrea es una historia de la interacción de Di-s con el hombre. Di-s recompensa a los que escuchan Su voluntad y ayudan a perfeccionar Su mundo; Él castiga a los que lo desobedecen y lo destruyen. La elección de hacer una u otra cosa está claramente en nuestras manos. “He aquí”, dice Di-s, “he puesto ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte. ¡Elige la vida!”1

Sin una creencia en el libre albedrío, nada de esto tendría sentido. No puede haber instrucciones, recompensa ni castigo.

El judaísmo está repleto de la creencia de que no existe el fracaso, no hay lugar para la desesperación. Tan bajo como ha caído una persona, tan ferozmente como su apetito y adicciones se han apoderado de él, siempre puede darse la vuelta y limpiar su desorden. Di-s muestra paciencia a los que pecan, porque cree en el ser humano y en su capacidad de cambio. Él es “un Dios compasivo y clemente, lento para la ira, abundante en bondad y fidelidad, que extiende su bondad hasta la milésima generación, perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado”.2

Pero el cambio no es posible a menos que tengamos la autonomía del libre albedrío. La capacidad de darse la vuelta solo puede provenir del interior de la persona.

De hecho, sin el libre albedrío, la vida no tendría sentido. Vivimos vidas significativas a través de nuestras decisiones voluntarias y proactivas de cuidar el mundo en armonía con la voluntad de su Creador.

El libre albedrío en el Génesis

¿Quién tiene libre albedrío y quién no?

En toda la literatura judía clásica, el libre albedrío absoluto es dominio exclusivo de Di-s. Él elige que existan el cielo y la tierra, elige su diseño y elige la historia que cuentan.

Los seres humanos son creados “a semejanza de Di-s”.3 Esto significa que, como Di-s, estamos dotados de la capacidad de hacer lo que queramos, a pesar de lo que nuestro Creador quisiera que hiciéramos.4 Y de hecho, después que Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, lo leemos explícitamente: Di-s dice: “En verdad, este ser humano es único, que tiene su propia mente para elegir entre el bien y el mal”.5

A diferencia de Di-s, estamos limitados por la naturaleza del mundo que Di-s ha creado. No podemos optar por que nos crezcan alas y volar, o por cambiar el invierno en verano.

Tampoco podemos frustrar, o interrumpir por un momento, el plan de Di-s para Su creación, o incluso nuestro destino personal.6 Como José les dijo a sus hermanos: "Querían hacerme daño. Dios lo diseñó para bien, a fin de lograr el resultado actual: la supervivencia de muchas personas”.7

Lo que podemos elegir es obedecer la voluntad de nuestro Creador, ignorarla o incluso ir más allá. Al hacerlo, podemos elegir nuestro papel dentro de la historia, ya sea que sucedan cosas buenas gracias a nosotros o a pesar de nosotros. Podemos decidir qué tan profunda, qué tan intensa será la historia y qué tan alto podemos llegar, a través de buenas obras, a través de la oración y cambiando nuestras vidas.8

En otras palabras, podemos tomar decisiones morales dentro de la historia de Di-s. Después de todo, los planes de Di-s pueden desarrollarse de innumerables formas.9 Pero es el Creador, no nosotros, quien decide cuál es esa historia. Como enseñó Rabí Janina, un antiguo sabio de la Mishná: “Todo está en manos del cielo, excepto el temor al cielo”.10

¿Tienen los animales libre albedrío?

¿Qué pasa con otras formas de vida? A otros organismos se les llama un “nefesh” viviente.11 Eso se traduce generalmente como “alma”, pero lleva consigo el significado de agencia voluntaria. A diferencia del viento, el agua y otros elementos, los seres vivientes se mueven, comen y se comportan voluntariamente. No son autómatas.12

Sin embargo, están limitados por la naturaleza y los instintos distintos que les ha dado Dios. Pueden tener una voluntad muy fuerte, pero no un verdadero libre albedrío. Pueden tener personalidades fuertes, pero no pueden anular ni cambiar su carácter. Los animales pueden realizar actos destructivos, pero no pueden considerarse moralmente culpables.

Ese es el dominio exclusivo de los seres humanos, que tienen un repertorio interminable de caracteres y una mente que es capaz de ver elecciones e impulsos primordiales.13

¿Cuándo tenemos libre albedrío?

Al elegir entre una naranja y un pomelo, o entre un Honda Civic y un Toyota Corolla, el ser humano no es realmente muy diferente al animal. Estamos tomando decisiones y ejerciendo nuestra voluntad, pero estas no son elecciones completamente libres. O determinamos estas opciones por lo que tiene más sentido para nosotros, o por lo que nos parece correcto, o de forma arbitraria.

Es cuando nos enfrentamos a una decisión moral que pone a dos lados en conflicto que puede ocurrir una elección verdaderamente libre. Una parte de nosotros desea aquello que es egoísta y gratificante. Otra parte de nosotros desea lo que es correcto solo porque es lo correcto, a pesar de los sacrificios involucrados.14

Eso es lo que hace que sea muy difícil determinar cuándo realmente estamos ejerciendo nuestro libre albedrío. Lo que es una elección real para una persona es una elección natural para otra.15 Por eso, el árbitro final de estos asuntos solo puede ser “el que conoce las cosas ocultas del corazón”,16 es decir, Di-s mismo.

El libre albedrío vs. la voluntad de Di-s

Como se mencionó anteriormente, los pensadores judíos han luchado con varias cuestiones serias que surgen de este axioma del libre albedrío. Si Di-s fuera solo otra deidad, no es gran cosa. Pero el Génesis describe a Di-s que da existencia al universo entero desde la nada. Las cosas existen y los acontecimientos suceden sólo porque Él así lo quiere, y la esencia de cada cosa no es otra cosa que esa voluntad.

Si es así, ¿cómo podría una creación de Di-s tener la capacidad de hacer algo diferente a la voluntad de Di-s?

Los antiguos sabios ciertamente no fueron ingenuos ante esta ironía, como vemos en la enseñanza de Rabí Janina antes citada.

Maimónides, el gran codificador de la ley y el pensamiento judíos del siglo XII, hace la pregunta retóricamente, escribiendo: "¿Podría ocurrir algo en el mundo que no sea querido por su Hacedor?"

Y luego él simplemente quita la alfombra debajo de su propia pregunta: El fuego arde porque Di-s quiere que arda. El agua fluye porque Dios desea que fluya. Así también, los seres humanos tienen libre albedrío porque Di-s desea que tengamos libre albedrío. No hay contradicción.17

El libre albedrío vs. la omnisciencia

Pero debajo de la alfombra hay otra pregunta:

Para Di-s, la voluntad y el conocimiento están estrechamente relacionados.18 Así como nada puede existir sin que Di-s quiera que exista, nada puede ocurrir sin que Di-s sepa que sucederá. Si es así, Di-s sabe lo que haremos con nuestro libre albedrío.

Di-s sabía que Adán y Eva comerían del árbol equivocado en el jardín, que los Hijos de Israel harían un becerro de oro y que la humanidad, en general, estropearía Su mundo más que insectos desagradables en el huerto. Si eso ya está en Su conocimiento, ¿cómo se los puede responsabilizar por hacer lo que Él ya había planeado de antemano?

Una vez más, el enigma es antiguo. En las crípticas, pero concisas palabras de Rabí Akiva, un sabio judío de la época romana, “Todo está previsto, pero se da permiso”.19

Prácticamente todos los teólogos judíos se han enfrentado al tema de la presciencia divina y nuestro libre albedrío. Algunos lo explican simplemente: saber que algo va a suceder no hace que suceda. Seguro, no podemos hacer otra cosa. Pero eso no significa que este conocimiento nos obligue.20

Esto no es difícil de comprender. Hay casos en los que nosotros también podemos predecir el futuro con un alto grado de precisión.

Por ejemplo, digamos que sostengo un jarrón de porcelana fina. Te pregunto: “¿Qué pasará si suelto este jarrón?” Respondes: “Se caerá al suelo y se romperá”.

Así que suelto el jarrón y, ¿sabes qué? Se cae al suelo y se hace añicos.

¿Puedo demandarte por el valor del jarrón? Estoy seguro de que estarás de acuerdo en que mi caso se haría añicos en la corte incluso más rápido que ese jarrón en el suelo.

Di-s está más allá del tiempo. Para Él, todo ya ha ocurrido. Su conocimiento del futuro es similar a nuestro conocimiento del presente. Ese conocimiento no es una causa de nuestros actos, sino un resultado. Así también, Di-s no puede ser considerado responsable de nuestras fechorías simplemente porque Él las conocía de antemano.

Sin embargo, no todos están satisfechos con esta solución. Por un lado, huele a antropomorfismo (la tendencia a imponer características humanas a Di-s).

Se predijo que el jarrón se caerá al suelo y se romperá en base a experiencias pasadas. Pero la vida en general, y los seres humanos en particular, son intrínsecamente impredecibles. Dios sabe lo que elegiremos no basándonos en precedentes, porque Él está más allá del tiempo. Para Él, todo ya pasó. Si es así, ¿cómo podemos comparar nuestro conocimiento con el suyo?

Además, esta solución ignora el problema real: cuando decimos “Di-s”, nos referimos a la verdadera realidad de la que todo emerge. ¿Cómo es posible que algo pueda surgir de ese conocimiento último y, sin embargo, tomar su propia decisión?

Se han hecho propuestas alternativas, algunas de las cuales espero discutir en otro ensayo. Algunos intentan comprometer el alcance del conocimiento de Di-s21 mientras que otros cuestionan la realidad de nuestro libre albedrío.22 No es de extrañar que haya quienes insisten en que es mejor dejar este misterio a la fe simple, ya que el estímulo intelectual sólo puede crear más confusión.

El libre albedrío y los límites del entendimiento humano

Ciertamente, el enfoque más original es el de Maimónides.23 Maimónides se niega a dejar el asunto a la fe, pero tampoco afirma que se pueda entender. Más bien, nos explica por qué una mente humana es incapaz de resolver este problema con claridad.

Somos criaturas de dualidades. Cuando dices, “yo pienso”, incluso antes del “por lo tanto”, inmediatamente has creado una dualidad: estás tú y está tu acto de pensar. Todos tus pensamientos son de cosas que has visto o construido a partir de experiencias pasadas. Con el tiempo, adquieres nuevos conocimientos y tú cambias y creces a partir de este conocimiento.

Para Di-s, nada de eso es válido. Cuando decimos que Él dice “Di-s es Uno”, no solo queremos decir que solo hay uno de Él; queremos decir que Él es una unidad perfecta. En palabras de Maimónides, “Él es el conocedor, Él es el conocer y Él es el conocimiento”. Di-s sabe todo lo que es, fue y será a través de conocerse a sí mismo. No hay cambio, no hay dualidad. No se ve afectado de ninguna manera por los acontecimientos del tiempo. Cuando Di-s piensa, solo existe Di-s.

Maimónides cita al profeta Isaías, quien dice en nombre de Di-s: “Mis pensamientos no son tus pensamientos”.24 Nuestros pensamientos siguen siendo sólo ideas hasta que hacemos algo para hacerlos realidad. Los pensamientos de Di-s, por otro lado, dan vida a la existencia. De hecho, dan existencia a la existencia.

Los dos están relacionados: porque los pensamientos de Di-s son uno con Él, dan existencia y vida.

¿Podemos comprender cómo tal Di-s crea la existencia y conoce todo de ella? ¿Podemos imaginarnos lo que es ser una unidad perfecta, no binaria? Ciertamente no. Maimónides establece una regla general: sólo podemos imaginar lo que existe dentro de nosotros.

Una cosa que podemos decir: no es el tipo de causa y efecto que conocemos en un universo binario.

Caso cerrado. Desde lejos vemos algo lo suficientemente bien como para saber que está más allá de nuestro alcance. Maimónides nos lleva al borde del precipicio del entendimiento humano.

Sin embargo, siglos después, la escuela de Jabad dio pasos más allá en el mismo camino, proporcionando una metáfora que abre la mente a una mayor comprensión de qué es exactamente lo que no podemos entender.

Si está interesado en seguir algunos de esos pasos, continúe con la lectura de La paradoja del libre albedrío.