Érase una vez un pueblo lleno de gente descontenta. Durante todo el día caminaban con rostros amargados, cada uno lamentando sus problemas, cada uno celoso de los éxitos de su vecino.

Un día, un anciano sabio llegó al pueblo. Los reunió a todos en la plaza y les dijo:

“Quiero que cada uno vaya y traiga su posesión más valiosa, lo que más aprecia en su vida, y lo coloque aquí en medio de la plaza”.

Pronto hubo una gran pila de bultos y paquetes, de todas las formas y tamaños, en el centro de la plaza del pueblo.

“Ahora”, instruyó el hombre sabio, “cada uno puede seleccionar para sí mismo cualquiera de estos regalos. La elección es vuestra: pueden tomar el paquete que deseen”.

Todos los hombres, mujeres y niños del pueblo hicieron exactamente lo mismo. Cada uno eligió su propio paquete.

La Torá, como todos sabemos, comienza desde el principio, describiendo la creación de Di-s de los cielos y la tierra, los continentes y los océanos, la vegetación y la vida animal.

Luego, en su versículo 26, procedemos a la creación del hombre. “Y Di-s dijo”, leemos, “Hagamos un hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...”

Hasta este punto, y de aquí en adelante a través del resto de la Torá, se habla de Di-s como la singularidad última.

Él es el Jefe, la fuente exclusiva y motor de todo. Pero en este único caso, hay un “nosotros”, un coro de opiniones, una sala de juntas Suprema ante la cual el Creador presenta una propuesta y pide aprobación.

¿Con quién consultó Di-s cuando deseaba crear al ser humano?

Nuestros Sabios ofrecen una serie de explicaciones.

Una es que Di-s preguntó a los ángeles, para moderar sus críticas posteriores sobre las fallas del hombre mortal.

Otra explicación es que Di-s estaba involucrando todos los elementos del universo, o todos los aspectos de Su ser infinitamente potencial, en la formación del alma multifacética del hombre.

Todas estas explicaciones, por supuesto, plantean al menos tantas preguntas como respuestas. De hecho, es con respecto a este versículo en particular que los Sabios han declarado: “La Torá lo dice así; cualquiera que desee malinterpretar, que lo malinterprete...”

Obviamente, hay un mensaje importante aquí para nosotros, lo suficientemente importante como para que la Torá insista en esta fraseología particular a pesar de que permite (¿fomenta?) malentendidos.

Pero hay una interpretación de este versículo que nos presenta el enigma de una paradoja. El Midrash ofrece la siguiente explicación: “¿Con quién consultó? Con las almas de los justos”.1 ¡Di-s consulta a un grupo de almas humanas si debería crear el alma humana!

La trama se complica. ¿Quiénes son estos “justos” (Tzadikim) con quienes Di-s consultó? Según el profeta Isaías, “Tu pueblo son todos Tzadikim”2 . Cada uno de nosotros posee el alma de un Tzadik (independientemente de la medida en que permitamos su expresión).

En otras palabras, Di-s nos preguntó a todos y cada uno de nosotros si deseamos ser creados, si elegimos aceptar el desafío de la vida terrenal. Sólo entonces procedió a crearnos.

Si preguntarle a un alma si quiere ser creada suena como un círculo vicioso, esta paradoja resuelve una paradoja mucho más profunda: la paradoja del decreto Divino y la elección humana.

Di-s siempre nos dice qué hacer. De hecho, la misma palabra Torá significa “instrucción”, y eso es básicamente lo que es la Torá: una serie de instrucciones de lo Alto.

Y, sin embargo, se nos dice que “un principio fundamental de la Torá” es que “se le ha otorgado al hombre la libertad de elección”.3 ¿Cuáles son exactamente nuestras elecciones, si Di-s nos está instruyendo constantemente?

La pregunta es más profunda. Supongamos que, en cualquier situación dada, bajo cualquier conjunto de circunstancias, la elección es nuestro sobre cómo debemos actuar.

Pero, ¿qué tipo de elección es esta, si en primer lugar nadie nos preguntó si queremos estar en esa situación y bajo ese conjunto de circunstancias?

¿Qué tipo de “elección” hay, si no elegimos si se nos debe presentar o no esa opción?

Entonces, la Torá nos revela este asombroso secreto: esa elección final la hicimos nosotros, antes de que existiéramos.

Antes de que Di-s emanara tu alma y la infundiera en tu cuerpo, se te preguntó si deberías existir.

En cada situación en la que te encuentres, en cada desafío que enfrentes en tu vida, estás ahí porque elegiste ser colocado en esa vida.

La vida que tenemos es la vida que queremos. Vamos por la vida quejándonos: “¡Yo no pedí nacer...!” Pero mil veces al día refutamos esa afirmación.

Con innumerables elecciones y acciones, afirmamos que la vida que tenemos es la vida que queremos.

Por supuesto que lo hacemos.

Después de todo, lo elegimos.