En la creación del mundo se fusionaron dos opuestos: la limitación y la infinidad. Al momento de la creación, Dios le dijo al mundo “Basta”, que implica limitación. Al mismo tiempo, Dios no dejó ninguna deficiencia en el mundo, tal como vemos a partir de la afirmación que dice “El mundo fue creado completo“, que implica infinidad. Así también ocurre con el hombre, que es un mundo en miniatura. Por un lado, el hombre es creado con una forma medida y limitada, con una cantidad definida y exacta de miembros. Pero, por otro lado, Dios le confiere un potencial ilimitado, para que pueda hacer del mundo una morada infinita para Dios.
Adan cumplió con su misión inmediatamente después de ser creado: él hizo que todo el mundo dijera junto con él: “Vamos, postrémonos y doblemos la rodilla y bendigamos a Dios, Quien nos hizo”. Nosotros también coronamos a Dios como Rey, no sólo de Israel, sino de todo el mundo.
¿De dónde fluye un poder tan ilimitado, a pesar de que el hombre fue creado como algo limitado y finito, por ser parte de un mundo limitado? El cumplimiento de una mitzvá, palabra relacionada con el término tzavta, que significa “conexión”, vincula al hombre con su Creador ilimitado, quién se encuentra más allá de toda categorización y quién es capaz de fusionar los opuestos. Incluso, esta conexión le provee al hombre limitado una cantidad de capacidades ilimitadas.
(Likutei Sijot, tomo 24, p. 606)
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