Había una vez un pobre huérfano, que no tenía ni padre ni madre. Su nombre era Moshe, pero ya que era un niñito huérfano todo el mundo le llamaba "Moshele." Siendo todavía pequeño asistía al jeder donde aprendía jumash y guemara junto con otros niños, pero cuando se hizo mayor tuvo que salir y ganarse la vida. Así que se hizo una colecta para darle una canasta de mercancías, tales como agujas, botones y otras chucherías, y Moshele se puso a vendérselos a los campesinos y agricultores en los pueblos y aldeas que rodeaban su pueblo de origen.

Era un trabajo muy duro, por supuesto. En el verano el calor era insoportable, y en el invierno, la nieve y los helados vientos con frecuencia le hacían castañear los dientes. Pero a Moshele no le importaba. Su único pesar era que no podía ir a la Ieshiva, pues quería llegar a ser un erudito.

Un día invernal, Moshele caminaba trabajosamente por el camino cubierto de nieve, con su canasta de mercancías bajo el brazo. Se sabía varios Salmos de memoria y los recitaba alegremente al caminar. La nieve seguía cayendo de los encapotados cielos, y pronto se encontró hasta el tobillo hundido en la nieve. Era cada vez más difícil caminar, y era aún más difícil seguir el camino, ya que ahora estaba totalmente cubierto de nieve hasta donde se podía ver.

Sin quererlo, se desvió del camino y se encontró en un pequeño bosque. Moshele se sentía muy cansado y decidió descansar un poco. Notó un gran tocón y se sentó en éste, colocando su canasta en la nieve. "No, no debo dormirme" se decía,"es muy peligroso; te podrías congelar y morir!" Así que se sentó allí acurrucado y tiritando, tratando en vano de mantenerse caliente y de conservar sus ojos abiertos.

De repente sintió una calidez que se extendió por su cuerpo. Se encontró sentado al lado de un buen fuego, y estiró sus manos y pies hacia éste. Sintió como si afiladas agujas estuviesen clavándose en las puntas de sus dedos, pero eso terminó tan pronto como las llamas se empezaron a hacer cada vez mayores...

Un campesino que pasaba por el camino en su trineo notó la figura acurrucada de un chico casi cubierto con nieve. Detuvo su caballo y corrió al cuerpo. Quitándole la nieve, vio que el cuerpo estaba rígido y casi congelado, sin señales de vida.

Sin perder tiempo, el campesino se puso a trabajar. Sacó su cujillo y cortó la ropa que rodeaba el cuerpo inerte. Luego empezó a frotarlo vigorosamente con nieve. Después de media hora de trabajo, la sangre empezó a fluir de nuevo en el joven cuerpo, y el chico se movió. El granjero lo llevó entonces a su trineo, lo cubrió y condujo su caballo lo más rápido que pudo hasta su hogar en el pueblo vecino. Allí frotó de nuevo el cuerpo del muchacho con nieve, hasta que su piel empezó a brillar, y finalmente vertió brandy caliente en su garganta. Moshele abrió sus ojos y los cerró de nuevo. En ese momento, el campesino lo llevó cerca del horno y lo cubrió bien. Moshele se durmió.

El canto del gallo lo levantó muy temprano a la mañana siguiente. Moshele abrió sus ojos y miró a su alrededor. No podía comprender donde estaba, y por qué sentía tantas agujetas en todo su cuerpo.

La esposa del agricultor estaba levantada y llegó a verlo. "¿Cómo te sientes?" le preguntó en ruso, ya que era una campesina rusa. "Bien," dijo Moshele, todavía preguntándose qué le había sucedido. La mujer le preparó algo de té y él lo bebió con gratitud.

"¿Cuál es tu nombre?" le preguntó ella.

Moshele hizo un gran esfuerzo, pero no pudo recordar. "No sé," dijo, pensando cuán extraño era que no pudiese recordar su propio nombre.

"No importa," le dijo la campesina, "te llamaremos Peter."

Así Moshele, o Peter, como ahora le llamaban todos, permaneció en la casa del campesino, sin imaginarse que era un chico judío y que no pertenecía allí del todo.

Cuando llego el verano, Peter le ayudó al granjero en todo el trabajo del campo: arando, sembrando y cosechando. Peter era un chico capaz y trabajador, y el granjero estaba muy complacido con él.

El verano pasó y llegó el otoño. En una ocasión el campesino le dijo a Peter: "Mañana iremos al pueblo y llevaremos algunos de nuestros productos al mercado."

Peter estaba muy contento y con ansias de ver el pueblo. Cuando finalmente llegaron allí al día siguiente, el mercado y todas las calles estaban desiertos. Cuando pasaron por la sinagoga, vieron que estaba llena de fieles y el campesino se dio cuenta que era una festividad judía. No había nada que hacer más que volver a casa. Pero Peter estaba fascinado por la atractiva sinagoga y le rogó al granjero que se quedaran un rato en el pueblo. "Muy bien," dijo el granjero, "me encontrarás en la hostería," y se fue a tomar algo, mientras Peter sentía un deseo irresistible de mirar dentro de la sinagoga.

Peter llegó en silencio y se paró en el umbral. Los fieles, envueltos en jales para rezar parecían muy concentrados en sus plegarias; mujos sollozaban. Nadie le prestó atención. Peter miró a su alrededor. Se corazón empezó a latir más rápido. De alguna manera, la escena le era familiar. ¿Había estado allí antes? Lentamente su memoria volvió, ya que todo en la sinagoga traía recuerdos a su conciencia. La canción y las melodías del cantor le eran familiares. Los pergaminos de la Torá que acababan de ser sacados del Arca también le eran familiares. Como si estuviese pegado en su lugar, Peter se quedó quieto y seguía mirando...

Peter no supo cuánto tiempo estuvo allí, pero se dio cuenta que había excitación entre los fieles. El aire mismo parecía estar tenso con animación sagrada, como si hubiese ángeles revoloteando en el aire. Peter estaba transfigurado con reverencia.

El silencio fue quebrado por la temblorosa voz del envejecido cantor, y de inmediato toda la comunidad se le unió en plegaria ferviente. Por un tiempo, el rugido de toda la comunidad rezando parecía agitar las mismas paredes de la sinagoga, y luego empezó a apagarse gradualmente, hasta que se hizo un silencio solemne. En la quietud del aire, los sollozos del cantor se oían con claridad, y Peter se encontró llorando también.

De repente oyó --tekiah-ah-ah-- y el sonido del cuerno de carnero hendió el aire. Shevarimteruah —y de nuevo el sonido quebrado del shofar pareció apuñalar el corazón de Peter. Tekiah-ah-ah —llamó el shofar de nuevo....

"Moshele, eres un judío," llamó el shofar. "¡Moshele, eres un judío! Apúrate... Es ahora el momento de volver a D-os ... Tekiah-ah ... Teruah-ah-ah. . . .

Todo estaba muy claro ahora para Moshele....

“Querido D-os, perdóname," gritó Moshele y se desmayó.