Ésta es la extraña pero verdadera historia de un gran erudito que se convirtió en cochero en sus últimos años, porque... Bueno, dejadme contaros toda la historia.

Su nombre era Joseph, y vivía en un pequeño pueblo en la Rusia Blanca, llamado Beshenkovitch. Joseph había pasado muchos años en el estudio ardiente del Talmud y llegó a ser conocido hasta fuera de su propia comunidad. Su esposa manejaba una tienda de abarrotes sola, por lo que su esposo podía dedicarle todo el tiempo al estudio y le quedaba todavía algo de tiempo para enseñarle a los jóvenes. No hace falta decir que Joseph les enseñaba gratuitamente.

Aunque ya no era un hombre joven, Joseph con frecuencia caminaba hasta Liazno a visitar al gran Rabino de ese pueblo, el Rabino Schneur Zalman,* para escuchar sus sermones y discursos públicos. Llegó a ser uno de los más ardientes seguidores del Rabino.

Un día que Joseph llegó a despedirse del Rabino, el Rabino le preguntó si se sabía de memoria cualquiera de los seis tratados de la Mishna.

"Es mi costumbre repetir los seis tratados de la Mishna de memoria durante un mes, así que durante el año los repito doce veces, fuera de mis demás estudios," Joseph replicó.

"Es un gran hábito," dijo el Rabino. "Mishna contiene las letras de la neshama (alma). Estudiar la Mishna es muy bueno para el alma. En cuanto a tu alma, sería mejor para ti convertirte en cochero, en vez de rabino."

Joseph estaba algo aturdido al dejar la presencia del Rabino esa vez. Cierto que no pensaba en convertirse en rabino, pero nunca soñó tampoco en convertirse en cochero ¡entre tantas cosas! Sin embargo, sabía que el Rabino era un hombre santo, cuyas palabras no debían ser tomadas en broma.

Sin embargo, a su regreso a casa, Joseph había olvidado totalmente las palabras del Rabino. Volvió a sus estudios y a su enseñanza.

Pasaron diez años, y el nombre de Joseph se hizo cada vez más famoso.

Un día una delegación de prominentes judíos del pueblo de Lepla, a menos de cien millas de distancia, llegó donde Joseph a invitarlo a convertirse en el rabino y líder espiritual de su comunidad. Joseph estaba a punto de aceptar la invitación, cuando por su mente pasaron con rapidez las palabras del Rabino: "En cuanto a tu alma, sería mejor para ti convertirte en cochero, en vez de rabino."

"El Rabino es verdaderamente un vidente," pensó Joseph, "y ha llegado el momento de seguir su consejo."

Sin dudar, Joseph declinó el honor, aunque no le dijo la razón a la delegación.

Sin embargo, cuando iba a tomar una resolución sobre su futuro, Joseph descubrió que no era tan fácil cumplir las palabras del Rabino. Él, un gran erudito, y en sus últimos años, ¡empezar a conducir un coche y un caballo! ¡Eso es descabellado! La gente pensará que se había vuelto loco.

Durante unos cuantos días, Joseph sufrió una gran agonía mental mientras sopesaba el asunto, a veces a favor, a veces en contra. Finalmente, reunió todo su valor y fue al mercado donde se estacionaban los coches. Cuando los cocheros lo vieron aproximarse, lo saludaron respetuosamente y le ofrecieron llevarlo donde quisiera.

"No, mis amigos, no tengo intención de ir a ningún lado. Simplemente vine, er ... a familiarizarme con vuestra profesión," dijo Joseph tímidamente.

Los cocheros intercambiaron miradas curiosas, y volvieron a ver a Joseph, preguntándose si le habían entendido con claridad.

"No está en su naturaleza bromear, Rabino Joseph," dijo uno de ellos finalmente.

"Pero no estoy bromeando," dijo Joseph, con sus ojos bajos.

Pero todavía los cocheros no le creían. Algunos pensaron que el anciano se había vuelto loco. Finalmente, uno de ellos se aproximó y le dijo con seriedad, "Sígueme al establo, Rabino Joseph, y yo te enseñaré el arte."

Joseph lo siguió. El cochero le mostró a Joseph como ensillar el caballo, engrasar las ruedas y otras tareas. El pobre Joseph no estaba acostumbrado a eso. Se ensució totalmente y casi perdió un ojo cuando el caballo lo azotó con su cola.

Sucio y abatido, Joseph volvió a casa. Se lavó y se cambió la ropa, y fue a shul para el servicio de minja, después del cual dio su discurso diario sobre el Talmud. Todos lo miraban con simpatía.

Cuando Joseph volvió a su casa esa noche, notó que los ojos de su esposa estaban rojos de llorar. Debe haber oído sobre esto. Joseph fue a su habitación y también lloró. Finalmente decidió seguir el consejo de los Sabios y compartir su problema con su esposa. Le contó por qué había tratado de aprender el oficio de cochero.

En vez de sentirse triste, su esposa le replicó casi con alegría:

"Si el santo Rabino te lo dijo, ¿cuál es el problema? Mañana venderé mis joyas para que puedas comprarte un caballo y una carreta."

Por un momento Joseph miró a su esposa atónito. Su actitud práctica, su simple fe y su completa confianza en las palabras del Rabino lo dejaron sin habla. Joseph se sintió avergonzado de sí mismo y una sensación de remordimiento llenó su corazón. Sin embargo, todas las dudas se habían desvanecido, y tomó una decisión. Al día siguiente compró un caballo y un coche.

Un día, iba Joseph de camino al pueblo de Senna, con una carga de mercancías. Cuando cayó la noche, Joseph decidió pasar la noche en la posada más cercana al camino. El posadero era un judío y Joseph estaba como en su casa. Un poco más tarde llegó el Conde de Batzeikov con su séquito a la misma posada, y decidió pasar allí la noche. Sin embargo, cuando se supo en el pueblo más cercano que el Conde estaba en la posada, el sacerdote llegó a invitarlo a su casa. El Conde no podía rechazar su solicitud y le acompañó. Su administrador judío, sin embargo, se quedó en la posada, intentando seguir camino a Senna a la mañana siguiente.

Joseph estaba ocupado estudiando el Talmud, pero cuando terminó y cerró la Guemara, el posadero le presentó al administrador, cuyo nombre era Solomon Gametzky, diciéndole que quería ir a Senna.

"Muy bien señor," dijo Joseph. "Me alegrará llevarte a Senna mañana en la mañana."

"¿A qué hora?" preguntó Gametzky.

"Después de las plegarias," fue la respuesta.

"'Puedes rezar todo lo que quieras," dijo Gametzky con poca amabilidad. "Debo salir temprano y debo saber la hora exacta en que debo levantarme, a fin de poder lavarme y comer sin apuro."

" … y rezar," le dijo Joseph.

"Guárdate tus plegarias para ti mismo," replicó Gametzky.

"¿Cómo puede un judío hablar así?" Joseph reprochó a su próximo cliente. "¿Cómo puede un judío no rezar? ¿Y que hay de la sagrada mitzvá de tefillin? Algunos eruditos piensan que tefillin son realmente dos mitzvot en una!"

Solomon Gametzky no dijo nada más. Habiéndole ordenado al posadero que le buscara otro coche para las cinco de la mañana, se retiró sin decir buenas noches."

Joseph también se retiró después de haber dicho sus plegarias vespertinas y cenado. Pero a medianoche se levantó de nuevo para rezar jatzot (plegarias de medianoche) como acostumbraba.

El sonido de las plegarias y súplicas de Joseph rompió la quietud de la noche.

El administrador del Conde se durmió con un peso extraño en su cabeza. Despertó súbitamente y se sentó en la cama a escuchar. Era una voz familiar y por un momento pensó que era la de su difunto padre. Gametzky recordó que gran y venerable judío había sido su padre, y cómo también acostumbraba levantarse a medianoche a rezar exactamente de la misma manera que este cochero.

Joseph siguió rezando, y sus plegarias y súplicas eran tan conmovedoras, que el administrador se sentó hechizado. Ahora recordaba su juventud con mucha claridad, como proyectada en una pantalla ante sus ojos. Vio a su amado padre, un hombre pío, quien, junto con el Rabino de la comunidad, compartía el mayor honor dado a hombres de saber y piedad. Se acordó de la deliciosa forma de vida, tan tranquila y armoniosa, que había llevado en esos días, hasta que había conocido el chico horrible que lo desvió y le persuadió para que huyese de casa.

Para asegurarse, hizo una "buena carrera " —se hizo amigo del Conde y se había convertido en su secretario personal y administrador; juntos bebían mucho y celebran, pero él sabía que su vida espiritual había sido una vida vacía todo el tiempo. Su alma ansiaba ese encantador ambiente judío en el que había crecido...

Un golpe en la puerta lo despertó de su trance. Gametzky encontró que sus mejillas estaban mojadas, ya que sin darse cuenta, las lágrimas habían rodado por su cara. Las limpió rápidamente y contestó: "¿Sí? '¿Qué pasa?"

"Su nuevo cochero está aquí, señor" replicó el posadero.

"No voy a ir con él. PágaIe bien. Esperare a Joseph," dijo Gametzky.

Solomon Gametzky se vistió y fue a pedir prestado un tallit, un par de tefillin y un siddur al posadero. Volvió a su habitación a rezar. Nunca había rezado con tanto sentimiento como esta vez. Hizo la firme resolución de que de ahora en adelante se convertiría en un observante judío con todo su corazón y toda su alma.

Ese encuentro providencial con Joseph fue un momento decisivo en la vida de Gametzky.

Solomon Gametzky no volvió a su puesto. Le pidió al Conde que le aceptase su renuncia, y se le concedió. Se convirtió en el mejor amigo de Joseph; y juntos estudiaron y fueron a Lubavitch, donde el hijo del viejo Rabino era el líder espiritual, en lugar de su padre.

Cuando Joseph entró al estudio del Rabino, el Rabino le dijo: "Mi padre me dijo que habías cumplido tu misión, para la que te hizo un cochero. Ya no necesitas seguir siéndolo. Te nombre líder espiritual en Beshenkovitch."

El Rabino Joseph vendió su caballo y su coche, y por muchos años fue el amado maestro y líder espiritual de su Congregación en Beshenkovitch, llegando a una avanzada edad. Nunca se arrepintió de esos duros años, cuando andaba con su caballo y su coche, pues era muy feliz de haber ayudado a un judío perdido a volver a su fe y a su pueblo.