No sé que me incitó a ir a la mikvé la semana pasada por primera vez desde mi matrimonio. Parte de eso tiene que ver con el hecho de que estaba en Crown Heights, por mi cuenta, sin nadie alrededor que me dijera que era una idea tonta, sin nadie que me dijera "¿Por qué quieres hacer eso? No eres una mujer ortodoxa". Lo que puedo explicar es por qué sentí un impulso, un anhelo, un inexplicable deseo de sumergirme en las aguas que había experimentado sólo una vez en la vida, antes de mi Segundo Matrimonio, cuando entendí el gran significado de experimentar un proceso de limpieza, un renacimiento individual, antes de embarcarme en la relación que sabía que me llevaría a través de la segunda mitad de mi vida.
Los beneficios espirituales de sumergirse en una mikvé kosher no sólo son preactivos sino retroactivos
Desde el punto de vista de la ley judía, ir a la mikvé no es algo que a las mujeres nos fue ordenado hacer solamente por nuestro propio beneficio. Lo hacemos no para sentirnos mejor nosotras mismas, sino para servir a Di-s, y como consecuencia, traemos santidad a un acto que en las condiciones correctas, es la expresión más profunda de amor para otro y para Di-s
Nuestra santa tradición nos enseña que los beneficios espirituales de sumergirse en una mikvé kosher no son sólo preactivos sino retroactivos, ya que al ir a la mikvé en el momento preciso del mes, limpia no sólo nuestras propias almas, sino incluso también las de nuestros hijos que ya nacieron y si es el caso, de los que están próximos a nacer.
Esto repentinamente se ha convertido en algo muy importante para mí, mientras mi hija se prepara para embarcarse en su propia vida judía. Mientras caminaba por las calles de Crown Heights, entre una comunidad que ella ha acogido como parte de su estilo de vida ortodoxo, yo quería darle a mi hija un regalo que no iba a poder recibir de nadie más. Yo quería impartir la pureza espiritual en su vida que descuidé darle antes de su concepción, pero que –a través de la belleza de nuestra tradición y fe - nunca es demasiado tarde de proveer.
Y entonces, por Di-s, por mi hija, por mis hijos no nacidos, y si, por mi esposo (aun cuando él estaba a tres mil millas de distancia de mi y completamente inconsciente en el momento en el cual yo estaba incluso pensando en hacer esto) Yo decidí ir a la mikvé de Lubavitch en Crown Heights, Brooklyn en un nublado día de primavera a comienzos de junio.
Cuando le conté a mi hija mi plan, ella estaba muy feliz. No me había presionado, ni pedido, ella solo me había dicho que si yo iba alguna vez, eso cambiaría su vida espiritual –y la vida de sus hijos y los hijos de sus hijos- para siempre.
Otra razón por la cual elegí ese particular día de junio es que, aunque la idea había estado rondando por mi cabeza por algún tiempo, mientras contaba los días desde el comienzo de mi período menstrual, descubrí que estaba en Crown Heights exactamente en el día correcto de mi ciclo, siete días después del último signo de sangrado menstrual.
Antes de ir a la mikvé, paré a visitar a una de las profesoras de mi hija. Ella revisó el calendario conmigo y me dio instrucciones precisas de cómo preparar mi mente y mi cuerpo para la experiencia de la mikvé. "Ve luego de que el sol caiga, que hoy es a las 8:08 PM. Sácate toda tus joyas, tu maquillaje, el esmalte de tus uñas. Y luego toma un baño. Siéntate ahí por un largo tiempo. Corta las uñas de tus pies, asegúrate de que tus manos y pies y tu cuerpo entero están completamente limpios. Lava todo el pelo de tu cabeza y cuerpo y péinalo. Deja todas tus tensiones de lado, deja que el mundo exterior se desvanezca. Este es tu tiempo. "Yo pensé en la bendición única que esto es para las mujeres. Un momento, sin importar cuan tenso sea su mes, solo para que ellas se conecten consigo mismas y con Di-s. Luego me abrazó, diciéndome que precioso regalo era este para mí, para mi esposo, mi hija y para Di-s
Esa noche, mi hija me acompañó caminando por la calle de tres carriles Crown Heights, nos cruzamos en la calle con chicas adolescentes en sus uniformes de colegio, las largas faldas plisadas moviéndose con la brisa de la noche; pasaron jóvenes con barba vestidos con trajes negros y sombreros, apurándose para ir de o hacía la 770 Eastern Parkway, las centrales del movimiento Jabad Lubavitch, pasamos junto a madres llevando a sus bebes en los coches, y padres tratando de andar con los niños en bicicletas. Y luego, por supuesto, estaban los Indios Occidentales cuyas vivaces voces se alzan sobre las de sus vecinos judíos, mientras ambos grupos tratan de vivir en armonía por encima de memorias de conflicto de años pasados. Este es un prospero barrio de Nueva York, todavía palpitando con ritmos étnicos, nuevos y viejos, negro y blanco, que ha logrado evitar la homogenización del resto de la ciudad. No hay un GAP en ninguna esquina de Crown Heights, ni siquiera una cadena de supermercados. Carniceros, panaderos y si, fabricantes de candelabros, concurren en las calles de éste enclave urbano.
Este es tu tiempo
Y así paseamos hasta que llegamos a la mikvé ubicada en un silencioso y reservado edificio. Había llegado unos minutos antes. Un empleado estaba barriendo la calle. Abracé a mi hija y entre.
Yo ya había realizado un tour por el lugar pocos meses antes, cuando viene al fin de semana de padres que organizaba el colegio de mi hija, así que me sentía cómoda con lo que en otra circunstancia podrían ser alrededores desconocidos. Hay una mesa de recepción, donde pagué quince dólares a una amable mujer que –ante mi exuberante confesión de que esta era mi primera visita en mucho tiempo- me llevó a un cuarto que ella consideraba uno de los más lindos de la casa. Ciertamente, era limpio, muy iluminado, un baño de color rosa, no como aquel del confortable hotel. Había una tina/ducha, un inodoro, un lavamanos, y una extensa variedad de productos de aseo incluyendo shampoo, quita esmalte, crema de dientes, un cepillo de dientes nuevo (se debe lavar la boca también), un peine, una lima para uñas, una piedra pómez, toallas limpias, una bata de algodón, unas sandalias de caucho, y sandalias de papel para spa. Había instrucciones impresas en la pared explicando cómo lavar cada parte del cuerpo en preparación para la inmersión ritual. También había un teléfono. Y me habían dicho que llamara cuando estuviera lista para entrar a la mikvé.
Me senté en la tina. Me relajé. Libere mi mente. Lavé cada centímetro de mí. Me relajé un poco más. Tomé una ducha. Salí, peiné mi pelo y me aseguré que no hubiese pelos enredados en ningún lugar de mi cuerpo. Levanté el teléfono. "Estoy lista". Dije. La señora de la recepción, amablemente me respondió "Hay tres mujeres antes que tú, y nosotros no empezamos hasta antes de las 9:15". Nadie me había dicho esa parte. Faltaba una hora y media para que me tocara. ¿Qué iba a hacer todo ese tiempo? Me senté en una pequeña banca. Revisé mis uñas nuevamente. Las lime. Traté de pensar en cosas espirituales. Traté de pensar en cosas relajantes. Me di cuenta que no soy buena en liderar la búsqueda de relajación o espiritualidad. Pero volví a intentar. Y esperé. Y esperé un poco más.
Y ahí fue cuando escuche el canto. Era el sonido de una mujer, cantando palabras en un idioma que yo no sabía con certeza cuál era, podía ser farsi, o podía ser hebreo. No podía saberlo por todas las puertas que nos separaban. Pero podía oír voces, y logré saber de alguna manera, que estaban alegrando a una novia. Con toda seguridad, la próxima cosa que escuché fue la amable voz de una mujer mayor del otro lado del baño dándole instrucciones a quien evidentemente era una joven novia que iba a casarse y que asistía por primera vez en su vida a la mikvé. Sé que se suponía que la experiencia tiene que ser privada y discreta. Y traté lo más que pude de no escuchar. Pero no pude dejar de sentirme alegre e inspirada por lo que pensaría esa joven a punto de empezar una nueva vida, con las bendiciones de la mikvé como primer paso para un largo camino de vida.
Luego escuché un golpe en la puerta, y era mi turno. La encargada de la mikvé me confesó que deberían haber seguido otras mujeres antes que yo, pero ella sabía que había estado esperando por un largo tiempo. Me pidió mostrarle mis manos y mis pies. Yo sabía que estaban perfectos, y los mostré con orgullo. Ella sonrió y golpeó suavemente mi hombro. Me llevó del lado de la tina, una piscina azul rectangular con una sólida baranda que me guiaba por los escalones al agua. Me quité mi bata que ella sostuvo para proveerme la mayor privacidad mientras descendía a la clara piscina. Sólo cuando estuve completamente cubierta por el agua ella bajo la bata y me miró. El agua era limpia y caliente. Ese día más temprano, la profesora de mi hija me había dicho que me sumergiera completamente. Y me explicó que en lugar de hacer la inmersión debajo del agua, hundiera primero mi cabeza, como un delfín. Fue una experiencia liberadora, como si estuviera bailando, o volando, libre de toda frontera tanto física como espiritual.
Tal como se me explicó, la idea de sumergirse como un pez, con los brazos y piernas extendidos hacia afuera, se relaciona con una persona muy recta. El agua es comparada con la Torá, y un pez solo puede vivir cuando está completamente inmerso en la Torá. Es por esto que en la mikvé es imperativo que todas las partes del cuerpo sean sumergidas de una vez, y la encargada de la mikvé estba ahí, para asegurar que ni una sola hebra de pelo quede por encima de la superficie del agua. Cuando estamos en la mikvé, como un pez que no puede vivir sin agua, hacemos la declaración que nosotros tampoco podemos vivir a menos que estemos rodeados de la Torá y las mitzvot.
Era su alma la que estaba agradeciéndome, a lo largo de las generaciones de nuestra familia con las cuales nunca habíamos sido presentados.
Oí la voz de la encargada de la mikvé gritando. "Kosher!!!" Sabía que significaba que yo me había sumergido completamente, que ella podía ver mi pelo flotando libremente, un signo de que cada centímetro de mí había sido tocado por la sagrada agua.
Subí a la superficie y me paré, tal y como me habían dicho, mis brazos doblados sobre mi pecho. Cubrí mi cabeza con un paño esperando en el borde de la piscina y recite la bendición. "Baruj Ata Hashem, Elokeinu Melej Haolam, Asher Kideshanu B'Mitzvotav, Vitzivanu, Al HaTevilá."
Y luego me sumergí por segunda vez. Nuevamente escuché, "Kosher!!!" Subí a la superficie y volví a sumergirme. "Kosher!!!" Luego de la tercera vez, subí, nuevamente doble mis brazos a través de mi pecho, y dije algunas oraciones especiales para mi hija, mi esposo, mi familia y para mí misma. Se dice que una mujer en la mikvé tiene una conexión espiritual especial con Di-s. Me dijeron que no fuera tímida, sino que orara por todo lo que quería. Y así lo hice. Y en ese momento, yo supe que Di-s podía escuchar mis plegarias. Mis lágrimas se mezclaban con las aguas de la mikvé, cubriéndome con una calidez y amor que nunca antes había experimentado. Sabía que había venido al lugar correcto, en el momento correcto, para mí, para mi familia, y para Di-s
Salí del agua, la encargada de la mikvé nuevamente cubriéndose con la bata que sostenía para respetar mi privacidad. Me envolví en la bata y le agradecí a la mujer por su amabilidad y apoyo, y volví al baño. Me sequé, me vestí y nuevamente levanté el teléfono. "Estoy lista para irme", dije. La recepcionista se aseguró de que yo no fuera vista mientras salía discretamente del edificio. Salí por una puerta diferente a la que había entrado, sola en la noche.
Estaba lloviendo. No tenía un paraguas. Reí, porque sabía que la lluvia sería mi protección, y una excusa para tener el pelo mojado a las diez de la noche, así no tenía que contarle a nadie que había visitado el baño ritual. La visita mensual que la mujer hace a la mikvé se supone debe ser privada. Las encargadas de la mikvé ni siquiera preguntan tu nombre.
No obstante mi hija sabía, y me saludo con lágrimas en sus ojos que se mezclaban con la lluvia en sus mejillas brillantes. "Estoy tan orgullosa de ti", me dijo. Me sentí alegre por su aprobación, escuchando palabras que tantas veces le había dicho a ella y que ahora retornaban a mí con el mismo amor en su voz. Me abrazó de nuevo. "Gracias", me dijo. Yo sabía que era su alma la que me agradecía, junto a las generaciones de nuestra familia con las cuales no habíamos sido presentados.
No puedo esperar para que mis nietos sepan que su mamá y yo hemos cuidado de ellos de una manera en la que sólo nosotras podemos, como las madres antes de nosotras cuidaron de los bebés que no habían concebido aún.
Espero que Di-s le conceda a cada uno de ellos amor y paz, y una vida de momentos felices, bendiciones y una vida plena de amor a la Torá.
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