Durante los días finales de la campaña militar de Israel en Líbano llamada "Paz en Galilea" en 1982, yo era parte de un grupo de diez Jasidim de Jabad que recibió el permiso del ejército para entrar en Beirut y animar a los soldados.

Los soldados nos dieron la bienvenida como si estuviéramos anunciando el final de la guerra. La noche entera fuimos de grupo en grupo, cantando, bailando, hablando, riendo, y por supuesto, haciendo Lejaim (brindando).

No había tiempo para dormir. Al despuntar el alba, sacamos nuestros Tefilín de las bolsas y empezamos a preguntarles si querían realizar un mitzvá y ponérselos durante un minuto.

A esa hora de la mañana la mayoría de los soldados estaba todavía durmiendo. Di una vuelta buscando "clientes" y pasé delante de una línea de aproximadamente diez jeep abiertos, con dos soldados sentados en cada uno. Sus motores estaban encendidos y estaban esperando en esa helada mañana salir en una misión. Debe haber sido alguna clase de expedición de combate, porque estaban armados hasta los dientes y llevaban voluminosos chalecos a prueba de bala y cascos de acero.

Me acerqué al primer jeep y les pregunté si querían ponerse los Tefilín y un soldado estuvo de acuerdo. Cuando terminó, seguí con el próximo y le hice la misma pregunta al chofer del jeep de atrás, pero me llevé una sorpresa desagradable.

Apenas me escuchó, mirando hacia adelante, y ni siquiera reaccionó a mi pregunta. Así que estaba de pie allí esperando una contestación. ¡Después de un segundo de silencio, se volvió a mí y dijo (literalmente): "Sal de mi vista, parásito, ¡basura religiosa! ¡Si no sales de aquí, te despedazaré en segmentos! ¡Te odio, bicho!"

Entendí que la respuesta era negativa. Intenté forzar una sonrisa y encontrar algo que decir, cuando de repente el chofer del próximo jeep en línea, se dirigió a mí en un tono desesperado: "¡Rabino, Rabino! Venga aquí. Yo quiero ponerme los Tefilín". Me volví, feliz de escaparme, y empecé a caminar hacia el tercer jeep. "Dígame Rabino," dijo nerviosamente después de que había avanzado unos pasos y todavía estaba a una distancia considerable de él. "¿Si... si yo me pongo los Tefilín, Di-s me protegerá?"

Era obvio que el hombre estaba muy angustiado. Ayer probablemente estaba sentado en su ferretería, vendiendo cañerías y herramientas cuando lo llamaron a cumplir con el deber de reserva, y repentinamente aquí estaba él, a punto de entrar en el frente de batalla.

"Escuche, amigo" le aseguré "Di-s lo protegerá se ponga los Tefilín o no. No se preocupe. Él lo ama porque usted es un judío. ¿Pero si Di-s lo protege sin pedir nada a cambio, por qué no hacer algo por Él gratuitamente, colocándoselos?"
Parece que el soldado en el segundo jeep —que antes me había maldecido —oyó todo esto, porque cuando terminé de colocarle los Tefilín al soldado, me llamó: "¡Eh Rabino!¡Venga aquí!"

Me di vuelta y vi cómo enrollaba su manga, mostrando que deseaba colocarse los Tefilín y hacía señas para que me acercara.

Caminé hacia él. "¿Qué quiere? ¿Qué pasó?" dije

"¡Escuche!" contestó "¿Qué importa? Quiero ponerme los Tefilín, también."
Le miré e hice un movimiento con la mano al estilo israelí, como diciendo: "¿Estás hablando en serio?" Y él contestó:

"Escuche. Ponerse los Tefilín para ir al cielo o ser religioso, no es para mí. ¡Pero a colocarme los Tefilín sin ninguna razón... estoy más que dispuesto!"

Ésta es la esencia del alma judía en la acción. Rechaza todas las razones, todas las explicaciones, incluyendo las definiciones místicas de llevar a cabo una mitzvá, pues abraza el hecho propiamente dicho. Porque un judío aspira inherentemente a hacer lo que Di-s desea; pues él no sólo es espiritualmente un sólo ente con Di-s, sino también lo es —incluso más —a través de su vida física cotidiana.