La mayoría de la gente piensa que el cerebro es necesario, pero no todos acuerdan sobre cuál es su uso ideal.

Algunos dicen: “Yo uso mi intelecto para encarar los desafíos físico-materiales que me plantea la vida: dirigir mi negocio, escribir un curriculum vitae, comprar una casa, construir un barco, programar la computadora. Estos son los trabajos para los cuales la razón y la lógica me serán de una ayuda indispensable. Sin embargo, lo que se refiere a mi vida interior, a mi parte espiritual, a mis convicciones religiosas, al amor por mi familia, mis tiempos de meditación y de plegaria, esto no puede racionalizarse o medirse en términos lógicos. En estas áreas, me rindo a mi subconsciente porque es más intuitivo”.

Otros toman el camino opuesto. “Al contrario”, dicen, “en lo concerniente al costado espiritual de la vida, la guía de la mente es muy necesaria. Fundamentalmente, porque por su altanería y sutileza es muy vulnerable y puede ser corrompida. Con respecto a los esfuerzos materiales, yo puedo permitirme mayor flexibilidad y liviandad. Esto no es lo importante para mí; si no funcionan exactamente como debieran, no es el fin del mundo. Pero los pasos a seguir en mi vida espiritual, que es lo más importante para mí, quiero hacerlos bien. Es allí donde yo someto cada acción, cada pensamiento y cada sentimiento a la vigilancia de la herramienta de medición más precisa que tengo: mi intelecto”.

¿Quién está en lo cierto y quién equivocado?

Según un Midrash fascinante sobre los hábitos de dormir de Iaacov, las dos posturas están equivocadas.

En el capítulo 28 del Génesis, leemos cómo Iaacov, durante su viaje desde Tierra Santa hasta Jarán, pasa una noche en el monte Moriá (el monte del Templo):

“Encontró el lugar, durmió allí, el sol se había puesto, y se recostó en ese lugar”.

Como nuestros sabios repetidamente enfatizan, la Torá no contiene ninguna palabra o letra de más. Entonces, ¿cuál es el significado de la aparentemente expresión superflua “se recostó en ese lugar”? (La Torá ya nos dijo: “Él durmió allí”). ¿Qué mensaje está oculto en estas palabras?

Dice el Midrash:

En ese lugar, se recostó; pero durante los catorce años que estuvo oculto en la casa de Eber, él no se solía recostarse…

En ese lugar, se recostó; pero durante los veinte años que estuvo en la casa de Labán, él no solía acostarse…

“Esa noche”, la noche que Iaacov estuvo en el lugar más santo de la tierra, estuvo imbuido en el más espiritual y el más material período de su vida. Catorce años antes de esa noche, Iaacov estaba aislado en la casa de su maestro Eber (bisnieto de Noaj) ocupado en consagrar cada momento de su existencia en atesorar sabiduría divina. Durante los veinte años que siguieron a esa noche, Iaacov trabajó como empleado de su intrigante tío Laban cuidando sus ovejas y amasando una fortuna para él. Según su propio testimonio su devoción a la tarea era tan absoluta que “el sueño huía de mis ojos” (Génesis 31: 40).

Y sin embargo, la única noche que se interpuso y unió estos dos períodos, Iaacov “se recostó”.

Una persona que se acuesta coloca su cabeza y el resto de su cuerpo en el mismo plano. Haciendo esto, renuncia a la ventaja más importante que un ser humano tiene por encima de todos los animales: la cabeza por sobre el cuerpo.

Como los maestros del jasidismo enseñan, la posición erecta del hombre es mucho más que un rasgo de su anatomía física. Más bien, refleja una verdad muy profunda: en el ser humano, la mente gobierna el corazón, la cabeza rige el ser físico. Esto, escribe el Rabino Schneur Zalman de Liadi en su Tania, es la “naturaleza innata” del hombre. Una persona que se permite ser gobernada por sus emociones o sus instintos es una persona que ha renunciado al rasgo más importante de su humanidad, la diferencia más importante del hombre sobre la bestia.

Dice el Rebe de Lubavitch: “Esto es el significado más profundo de la declaración del Midrash, Iaacov no se ‘recostó’ durante los 14 años en la casa de Eber ni durante los 20 años en la de Labán. Iaacov está diciéndonos que la regla ‘la mente rige el corazón’ se aplica a todas las áreas de la vida, desde el esfuerzo más espiritual hasta la ocupación más material”.

Todas las áreas de la vida, excepto cuando usted está en el monte Moriá. Hay una verdad más elevada. Una verdad que transciende lo físico y lo espiritual, una verdad que supera el intelecto y el instinto.

Di-s no es ni espiritual ni físico. Él creó ambos reinos y está presente en ellos de la misma forma. Él nos proporcionó las “autopistas” de conexión a lo más elevado de Su verdad en ambos mundos: por ejemplo, la tefilá (plegaria) es una autopista espiritual de conexión a Di-s, mientras que la tzedaká (caridad) es una senda física. Y además, Él nos proporcionó una guía, nuestra mente racional, para conducirnos en ambas áreas de la vida.

Sin embargo, también, necesitamos estar conectados a la verdad divina más elevada que transciende el espíritu y la materia. De hecho, solo por esta conexión es que podemos habitar estos dos mundos diversos e, incluso, incorporarlos a nuestra existencia.

Es por ello que Iaacov tuvo que pasarse una noche en el monte Moriá, sitio del Santo Templo, el lugar de la más profunda revelación de Di-s hacia el hombre y de su compromiso a su servicio, el lugar donde la verdad divina elemental se manifestó. Solo un “encuentro” con el monte Moriá puede sortear nuestros “años con Eber” y nuestros “años con Labán”. Solo un encuentro con el monte Moriá puede poner nuestros esfuerzos espirituales y nuestras ambiciones materiales en la misma vida de manera que convivan armoniosamente y que se nutran una a la otra, imponiendo las mismas normas de integridad en ambas.

Pero en el monte Moriá no existen ni reglas ni herramientas. No se puede tomar ni aprehender, no se puede racionalizar ni experimentar. Solo es posible entregarse a ella. Solo es posible “recostarse”.

Nuestros “momentos de monte Moriá” son sumamente raros. Para Iaacov, una sola noche, durante los 34 años, fue suficiente. Lo importante no es cuán a menudo suceden estos momentos ni cuánto duran, sino cuánto impregnan todo lo que hacemos.