Rezamos porque nuestro cuerpo necesita alimento, salud, seguridad, consuelo. Rezamos para reconocer nuestra dependencia, nuestra aprecio y gratitud a la Fuente de todas las necesidades, alegrías y logros de nuestra vida...

Rezamos porque nuestra alma está sola. Una chispa del fuego Divino bajó a un mundo material, denso y oscuro —lleno de energías y objetos que gritan su propia realidad, oscureciendo su Fuente de su origen. Esta chispa anhela el fuego Divino y se esfuerza por reabsorberse en él. Ávidamente espera el momento reservado para la plegaria —esos momentos preciosos del día, cuando el ser humano deja de atender al mundo y se comunica con su Creador.

Una persona rezando es una paradoja, una oscilante contradicción, un ser dividido en contra de su voluntad. Cuerpo y alma rezan juntos. El cuerpo está rezando por la vida y su existencia. El alma reza por escapar de ella y trascenderla.

Durante la plegaria emerge una cierta armonía. Mientras el alma reza -escalando los cielos e iluminando las densas corazas que la estorban en nombre de "materialismos" que la alejan de su Fuente- el cuerpo (que reza "en la misma página"--no hay escapatoria) aprende que lo espiritual también es una necesidad; que esforzarse por trascender también es un placer, que unirse con Di-s también es un logro. Y el alma, que reza en la misma vibración que el cuerpo aprende también que la vida es Divina; que la existencia también es una manera de fundirse con Di-s; ese logro puede ser la más excelsa abnegación, si nuestros logros están apegados al fin más sublime.

¿Por qué rezamos? Porque el cuerpo necesita al alma y el alma necesita al cuerpo, y los dos necesitan saber y ser conscientes que la necesidad del otro, también es la suya propia.

Esa, finalmente es la esencia de la plegaria: saber nuestras necesidades, entiender su origen, comprender sus verdaderos objetivos. Dirigir nuestras mentes y corazones a Él quién los implantó dentro nuestro, definió sus propósitos y nos proporcionó los medios para hacerlo.