Hay ciertos principios tradicionales que no cambian con el tiempo. De hecho, al pasar los años, podemos ver más claramente lo acertados que son.
La Torá, nos ordena honrar y temer a nuestros padres. Nuestros Sabios proporcionan ejemplos de lo que significa "miedo" a los padres: no sentarse en su asiento designado, no interrumpirlos o contradecirlos, y así sucesivamente.
Algunos padres piensan que en estos días modernos y en esta época, es apropiado que los niños se refieran a sus padres en primera persona llamándolos por su nombre; y así poder expresarse y hablar en cierto modo con sus padres de la manera que ellos desean. "Quitando los límites entre un padre y un hijo, formaremos a un niño más seguro y amoroso" dicen.
Psicólogos y educadores nos dicen que están equivocados. Un niño quiere que sus padres se hagan cargo de él. Les da un sentimiento de seguridad. Quieren que sus padres den instrucciones y direcciones, y suelten el pie del freno cuando sea necesario.
El niño quiere saber que su familia es conducida por adultos maduros—que saben hacerse cargo—y no por él mismo. Los niños deben tener derecho para expresar su opinión, pero siempre de una manera apropiada y respetuosa. Y después de que todo se ha dicho y hecho, el que decide es el padre y no el niño.
Un granjero lo ilustró de la siguiente manera:
Cuando una manada de ganado es traída a un nuevo área con un cerco a su alrededor, una de las primeras cosas que los animales hacen es pasar al lado del cerco y verificar si es un límite real o hay roturas que le permitan escapar. Si encuentran una abertura, saldrán y se perderán; pero si el límite es fuerte y sólido, pastarán apaciblemente dentro del nuevo espacio marcado por los límites.
Este principio puede ser aplicado con los niños. Ellos quieren, de vez en cuando, probar sus límites. Intentarán hacer o decir algo que hasta ahora no se les permitía. Observarán la contestación de sus padres. Se sentirán tranquilos cuando descubran que los límites todavía están intactos. Si no es el caso, se sentirán como una alma perdida en este mundo grande y salvaje.
Cuando comienza un conflicto, lo que el niño quiere de nosotros no es que "cedamos" sino reasegurarse de que lo amamos y estamos actuando para su bien, aunque al principio no parezca así.
Un adolescente podrá resistirse a la presión de malas compañías, no mezclarse con grupos indeseables, en lugares indeseables, declarando a sus pares, "¡En mi familia, mis padres deciden. Ellos son estrictos y dijeron, '¡No'!". Un adolescente que puede decir esto, tendrá una buena excusa para no ceder a la presión de sus amigos.
Hágale un favor a sus hijos: ¡Continúe a cargo!
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