En el desierto no hay ni oficinas, ni fábricas. Si vives en el desierto, lo más probable es que no tengas trabajo. No tendrás jefes diciéndote lo que hacer, ni empleados bajo tu mando.

En el desierto no hay barrios, por lo que nunca vivirás ni en la mejor ni en la peor zona de la ciudad. No hay centros comerciales ni supermercados, por lo que tu único alimento será el Mana, y te calzaras los mismos zapatos durante 40 años.

Esa es la razón por la cual, según nuestros sabios, Di-s nos dio la Torá en el desierto.

Si nos hubiese entregado la Torá en Wall Street, El tendría que haber dispuesto una comisión directiva y a un CEO, director general. Si nos la hubiese entregado en la Tierra Santa, El tendría que haber decidido si la quería entregar en la religiosa Jerusalem, o en la mística Safed o en la tecnológica Tel Aviv. O quizás El prefería entregarla en un Kibutz Marxista o en un asentamiento sionista.

Di-s decidió que la Torá no tenga accionistas, ni estructura corporativa, ni social, ni política. En realidad no quería que tuviese ninguna estructura. Solo la Torá y nosotros.

¿No hubiese sido genial quedarnos en el Desierto?

En realidad una vez que Di-s vio que entendimos el mensaje - que la Torá no es producto de una era en particular, ni ámbito cultural, y que es posesión absoluta e inequívoca de cada uno de nosotros- El nos envió a las ciudades y pueblos de Su mundo, a las granjas y mercados, a las universidades y a los edificios de oficinas. El nos dijo que ahora que El hizo su parte, ahora es nuestro turno de hacer a la Torá relevante en el contexto de nuestros lugares y ambientes.

De todas formas estaría bueno volver al desierto de vez en cuando, al menos de visita.