El hombre más poderoso mencionado en la Biblia, fue Sansón. El doblegó a las fieras más salvajes y destruyó un coliseo con sus propias manos. Al final, Sansón fue destruido porque su esposa Dalila cortó su pelo y por ello perdió su energía. ¿Por qué un hecho tan inocuo, como el corte de pelo, aminoró la fuerza de Sansón? La respuesta es que el era un Nazareo. Y como leemos en la Perashá de esta semana el nazareo tiene prohibido cortarse el pelo, tomar vino y estar en contacto con los muertos.
Al final del periodo de nazareo era necesario traer al Templo una ofrenda de arrepentimiento. El Talmud pregunta: ¿Por qué el nazareo que voluntariamente tomó sobre si mismo ciertas restricciones, debe arrepentirse? ¿Cuál es su pecado? Una de las opiniones talmúdicas declara que por cuanto que el se negó a si mismo el placer de beber vino es considerado pecador.
La pregunta ahora es: ¿Por qué es pecado negarse a uno mismo algún placer? ¿ Solo porque el Creador creo el fruto de la vid, es pecado rechazarlo? ¿Acaso debemos perseguir todos los placeres solo porque Di-s los creo y están a nuestro alcance?
¿Acaso debemos probar cada producto Kosher que sale al mercado solo porque está disponible? ¿Seré considerado un pecador si no visito el nuevo restaurante Kosher que abrieron en mi ciudad?
La respuesta tiene más que ver con la actitud que con el pecado. ¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Cual debe ser nuestra actitud frente a la creación Divina y la materia? ¿Acaso debemos separarnos del resto de la sociedad para adquirir santidad? ¿Debemos rechazar todo aquello que no es completamente espiritual por temor a que interfiera en nuestra virtud?
Hay ciertas ideologías que ven el celibato y el ascetismo como un sinónimo de pureza y santidad. Ellos ven al cuerpo como impuro y el matrimonio como una concesión a nuestra debilidad humana. Hay quienes se esconden en las montañas para alcanzar la perfección espiritual. Los cielos son mucho más bellos y pacíficos que las esquinas y callejuelas de la ciudad.
La óptica judía es diferente. Nosotros no nos escapamos ni rechazamos, nosotros estamos en el mundo que Di-s creó e interactuamos en el mismo. Por supuesto que hay ciertas reglas a seguir, e incluso prohibiciones. Pero dentro de la estructura de la Tora debemos interactuar con el mundo. "En el principió Di-s creo el cielo y la tierra" La tierra también es parte del plan Divino. El plan es que las criaturas terrenales, hombres y mujeres, deben invertir su energía, riqueza, tiempo y sabiduría en convertir este mundo material en una morada de Divinidad.
Cada mitzvá que hacemos logra este cometido. Tomamos lo físico y lo transformamos en algo espiritual, sin quebrarlo ni escapando de él, sino confrontando la materia y moldeándola en algo sagrado y positivo.
"Los judíos no tienen monasterios" dice el refrán. Una Ieshivá no es un monasterio sino una escuela que enseña y entrena a sus alumnos a crear un mundo espiritual en este mundo. Por ello el nazareo, que por su debilidad espiritual se tuvo que alejar de lo que el Creador nos permitió, en cierto modo pecó. Y su actitud requiere de arrepentimiento.
El judaísmo nos pide que vivamos una vida espiritual, elevada pero en este mundo. En lugar de dejar que la sociedad nos influencie negativamente, nosotros tomamos una actitud activa para cambiar y mejorar a la sociedad.
Nosotros tomamos vino, pero asegurándonos de santificarlo haciendo Kidush y diciendo Lejaim.
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