En sus primeros años antes de ser una figura pública muy famosa el Baal Shem Tov, fundador del movimiento jasidico, solía viajar incansablemente por todos lados.

Vestido como uno más de los campesinos, él viajaba de pueblo en pueblo y le preguntaba a la gente como estaban a medida que los conocía. “Baruj Hashem, con la bendición del Todopoderoso, todo está bien” contestaban estos simples judíos pero creyentes y temerosos de Di-s.

Un día, Rabí Israel llegó a una aldea y entró al salón de estudios. En una esquina se encontraba estudiando un anciano sabio de la Torá, vestido con el talit y sus tefilin. Era el porush (asceta) de la aldea, que vivía recluido de las preocupaciones mundanas en una esquina de la sinagoga hace más de cincuenta años.

Cuando rabí Israel se acercó a preguntarle como estaba, el no pudo entender que quería este forastero. “vete de aquí” le contesto ásperamente.

- Rabino, ¿Por qué le niegas a Di-s su sustento? - le preguntó Rabí Israel.

- ¿De qué hablas? ¿Por qué me molestas con tus blasfemias? - le gritó enfurecido el asceta.

- Los mortales nos alimentamos de lo que Di-s nos provee con su gran generosidad. Pero, ¿Cómo se nutre Di-s? de las alabanzas del pueblo judío. Cuando un judío le pregunta al otro ¿Cómo estás? Y su colega le responde alabando y agradeciendo al Todopoderoso, de esa forma están nutriendo a Di-s y profundizando su involucramiento en la creación.