Un jasid fue al Maguid de Mezrich y le pidió un consejo sobre cómo controlar sus pensamientos. En lugar de contestarle directamente el Maguid lo envío a ver a su discípulo Reb Zev en la ciudad de Zhitomir.
Después de un largo trayecto el jasid llegó a Zhitomir muy tarde en una noche de invierno. Por las ventanas pudo ver que Reb Zev aún se encontraba despierto. Pero a pesar de golpear la puerta con intensidad no tenía respuesta desde el interior. Espero un rato y volvió a insistir con más intensidad, pero sin respuesta. El frio se hacía intolerable y penetraba en sus huesos. A medida que la noche avanzaba, el visitante, sin tener a donde ir siguió golpeando la puerta con fuerza mientras el rabino apenas unos metros adentro seguía estudiando al calor de su hoguera sin prestar atención a los ruidosos golpes en medio de la gélida noche.
Finalmente, el Rabino Zev abrió la puerta y recibió cálidamente a su visitante. Lo sentó junto al hogar y le preparó una taza de té caliente mientras le preguntaba sobre la salud del Maguid. Luego acompaño a su invitado, que aún estaba congelado y sin poder decir nada, a la mejor habitación de la casa para que pueda descansar.
Después de unos días de hospitalidad y ya recuperado de su travesía, el invitado aprovechó para hacer la consulta por la que había venido desde tan lejos.
- He venido a hacerte una consulta, de hecho, el Rebe me envió a ti diciendo que eres el único que puede darme una respuesta satisfactoria.
El jasid procedió a comentarle su problema del mismo modo que lo había hecho con el Maguid, cuando terminó, Reb Zev le contesto:
- Dime algo amigo ¿Acaso uno es menos dueño de uno mismo que de su propia casa? Fíjate que recibiste la respuesta el mismo día que llegaste a mi casa. En mi casa, yo mando. A quien yo quiero aceptar, lo dejo entrar y a quien no quiero dejar entrar se queda afuera.
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