Hace muchos años, cuando el Templo de Jerusalém estaba en pie, vivían allí dos tenderos llamados Rabí Elazar ben Tzadok y Aba Shaul ben Botnit.
Los dos hombres eran vecinos y amigos y se conocían de toda la vida. Pero además de ser amigos, compartían un rasgo de carácter maravilloso y raro - una honestidad absoluta y estricta.
Está relatado en el Talmud que como favor a sus prójimos judíos, estos dos hombres preparaban reservas de vino y aceite antes de cada fiesta para que los vecinos de Jerusalém tuvieran lo que necesitaban para celebrarlas apropiadamente.
Decenas de miles de judíos venían a Jerusalém para las fiestas y se les daba la bienvenida en casas a lo largo de la ciudad. Con tantos invitados, no era ninguna maravilla que sus corteses anfitriones a veces quedaran sin aceite o vino durante una fiesta.
Siempre que eso pasaba, podían ir a lo de Rabí Elazar o Aba Shaul y tomar lo que necesitaban. Claro, ningún dinero se puede usar en las fiestas, pero no faltaba de esas dos necesidades para preparar las comidas festivas.
Incluso durante los días del intermedio de las fiestas de peregrinación de Sukot y Pesaj, los dos generosos comerciantes preparaban de antemano y dejaban disponible su mercadería a aquéllos en la necesidad, para poder pasar su tiempo estudiando Torá.
No sólo practicaban estos hechos de gran bondad, sino incluso en los días laborables eran excelentes en su adhesión a la Mitzvá de la honestidad. Cuando terminaban de colocar los volúmenes de uno de sus recipientes en el recipiente de un cliente, dejaban el suyo encima del recipiente cliente y permitían que las jarras gotearan en el receptáculo del comprador. Sólo entonces estaban seguros que le habían dado todo lo que le pertenecía.
A pesar de sus esfuerzos, los dos rabinos temían que un poco de aceite y vino se había aferrado a los bordes de los jarros. ¿Qué hacían? Cada uno tenía un recipiente especial en el que volcaba las últimas gotas. Durante muchos años, llenaron trescientos barriles de aceite y trescientos barriles de vino.
Un día, decidieron traerlos al Templo Santo. Después de todo, no los consideraban de su propiedad, y tampoco podían darlo a los clientes. Decidieron consagrarlo. Se reunieron con los tesoreros del Beit HaMikdash.
"¿Qué han traído?" preguntaron.
"Hemos traído trescientos barriles de vino y trescientos barriles de aceite para el uso en el Templo. Nos ha tardado muchos años juntarlo, del goteo de los lados de nuestros jarros. No quisimos beneficiarnos con algo que no nos pertenece, y tampoco podíamos darlo a nuestros clientes."
"No era necesario guardar esos pequeños sobrantes," comentaron los tesoreros. "Sus clientes entienden que las gotas se adhieren a los lados de sus jarros, y saben que habrá un poco de pérdida."
"No obstante," los hombres continuaron "No queremos nada que no es legítimamente nuestro"
"Ya que desean guardar esta alta norma, aceptaremos su ofrenda. El aceite y el vino se usarán para el bien de la comunidad. Los venderemos y de las ganancias excavaremos pozos de agua para los peregrinos en las fiestas. Los residentes de la ciudad también podrán usarlos. Así que, incluso sus propios clientes, se beneficiarán con su ofrenda, y ustedes estarán tranquilos."
Los dos comerciantes dejaron el Templo Sagrado con sus corazones llenos de alegría, sabiendo que nunca cedieron de sus costumbres de honestidad estricta y bondad.
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