Había una vez un rey cuyo palacio había sido destruido y arrasado por hordas bestiales. Por la madera y la piedra del palacio, el rey no derramó lágrimas, pero por la pérdida de las joyas de la corona, que habían pasado a través de las generaciones, no hallaba consuelo.

El rey reunió a sus sabios consejeros, pero ninguno pudo brindarle alivio. Las joyas habían sido diseminadas por las bandas salvajes, a lo largo de todo el país y también en otros reinos, las más preciosas fueron llevadas a través de los mares, a los puntos más remotos del globo. Pero el rey tenía una hija muy querida, y ella con su inteligencia vio lo que debía hacerse.

Entonces el rey y su hija entrenaron a muchas palomas para que supieran retornar al palacio, reconocer las joyas de la corona y traerlas de nuevo en su viaje. Cada día, liberaban a las palomas en las pasturas, cerca del palacio y algunas descubrían las joyas que estaban allí dispersas y las traían de vuelta a casa. Y el rey estaba feliz y le sonreía a su hija.

Entonces, la hija del rey las envió más lejos, y nuevamente regresaron, trayendo consigo algunas de las joyas que su padre había perdido. Pero las más valiosas, aquellas que se hallaban en los más distantes terruños y en los rincones más recónditos, todavía no se habían recuperado. Las palomas no se aventuraban lo suficientemente lejos como para encontrarlas- estaban muy ansiosas por retornar a casa.

La hija del rey sabía qué era lo que debían hacer, pero no podía decírselo a su padre, pues era algo muy duro, muy peligroso, muy horrible. Pero él miró en los ojos de su hija y supo. Y entonces, el rey destruyó su palacio otra vez, lo demolió hasta la base, removiendo cada centímetro. Cuando las palomas trataron de retornar, no encontraron nada, sólo una pastura vacía con piedras dispersas y maderas ardiendo. Estaban hambrientas y extrañaban mucho su hogar.

Hasta que las palomas más osadas viajaron muy lejos, y encontraron otros palacios, y en ellos hallaron las más preciosas joyas ocultas del rey, las tomaron, las lustraron y las guardaron bajo sus alas. Y a la noche lloraron, pues sabían que ese no era su hogar.

Y ahora llegó el momento de que retornen.


No te explicaré el significado de la historia. Pero te contaré algunos detalles de las enseñanzas que la constituyen.

Debes saber, que el gran cabalista Rabi Itzjak Luria, conocido como el Ari Hakadosh (el Santo León) nos enseñó que no existe absolutamente nada en el mundo que no posea una chispa Divina. Aún la maldad más grande, la oscuridad más profunda que hace todo lo posible para enfrentarse a su Creador y negar el propósito o la bondad en el mundo, contienen una chispa Divina. Y la necesita, pues sin ella, no podría existir siquiera por un instante. ¿Por qué existe la maldad, entonces? Pues esa chispa es tan tenue, tan oculta, que su única forma de expresión es ser el opuesto de lo que realmente es.

Puedes entonces pensar, que si la chispa es tan débil, no puede tratarse de una chispa realmente importante. Quizás Di-s se las arreglaría sin ella. Pero el Maguid de Mezritch enseñó exactamente lo opuesto, que en realidad se trata de las chispas más elevadas que cayeron en el lugar más alejado a su fuente. Por eso, en los sitios que son cálidos y amigables para la santidad, hallaremos cálidas y amigables chispas. Pero si deseas hallar las chispas más poderosas, las que hablan de la verdadera esencia de Di-s, entonces debes tratar con los lugares que se hallan más lejanos a la fuente.

Debido a que estas chispas se encuentran alojadas en lugares y cosas que desconocen el verdadero significado de lo que contienen, el mundo no se ha perfeccionado. Así es como el Arí describe a la Torá y a los judíos- ellos son el vehículo a través del cual estas chispas se reconectan con su fuente.

Hay una sola cosa que quiero decir sobre el relato- el resto te lo dejaré a ti. En nuestra historia, el patrón de la destrucción y exilio se repitió varias veces. Comenzamos en el exilio, en la tierra de Egipto. Luego sufrimos la destrucción de nuestro Templo y el destierro a Babilonia. Luego se destruyó el Segundo Templo, y sobrevino un largo exilio en el que aún permanecemos. No existe otra nación que haya sido diseminada entre tantos puntos lejanos y que a pesar de ello haya mantenido su identidad como una sola cosa, siempre con la esperanza de regresar. Y todo ello es parte del Plan Divino, para restituir todas las chispas Divinas. Y es lo que hemos hecho, pues en cada sitio donde estemos, utilizamos los materiales, los caminos, la música, las costumbres del lugar de acuerdo a las enseñanzas de la Torá.

Pero de acuerdo a lo que entiendo, la más grande destrucción y el más grande de los exilios, comenzó hace 60 años. Porque, antes de ello, si una persona judía buscaba un maestro y un guía para encontrar su camino a Di-s, o simplemente si deseaba hallar algo de espiritualidad, estaban los grandes Tzadikim, justo a la vuelta de la esquina. Todos lo sabían. Pero cuando las comunidades judías de Europa fueron de pronto brutalmente destruidas, y junto a ellas fueron arrasados los grandes Tzadikim, fue cuando comenzó la gran oscuridad. Es por eso, que desde que este desvío bizarro comenzó, cuando un alma judía desea encontrar sentido, va a beber de manantiales ajenos. En realidad, ella nunca se sentirá satisfecha, pues no son propios. Pero un alma que ha vivido por 3300 años inmersa en la espiritualidad, simplemente no puede soportar el seco y lejano territorio.

Y, por más insondable que sea, este es en realidad el propósito.

Pero ahora, ha llegado el momento de retornar a casa.