Cuando Kóraj y sus seguidores rehusaron retractarse, D-os envió un fuego que consumió a la gente que había ofrendado el incienso; el resto de los rebeldes fueron tragados por pozos que se abrieron en la tierra. Al día siguiente el pueblo judío se quejó por el destino que habían tenido los rebeldes. Afirmaban que el incienso era un instrumento mortal. Para demostrar su error y castigar a aquellos que aún se adherían a las ideas erróneas de Kóraj, D-os desató una epidemia que comenzó a matar a la gente en forma instantánea. Luego le ordenó a Aarón que aparte la epidemia ofrendando incienso, probando que cuando se usa en el servicio a D-os, el incienso promueve la vida y salva de la muerte.
Matando la Muerte
וַיִּתֵּן אֶת הַקְּטֹרֶת וַיְכַפֵּר עַל הָעָם: (במדבר יז:יב)
[Aarón] puso incienso [sobre el incensario] y expió por el pueblo. Números 17:12

El olfato es el más “espiritual” de los cinco sentidos; puede transportarnos a los niveles más altos de consciencia, y puede ser usado para devolverle la consciencia a personas que se han desmayado. Por esta razón, el incienso en el Tabernáculo expresaba nuestra unidad interna con D-os.

Cuando esta experiencia elevada de unidad con D-os se balancea con la sumisión humilde a Su voluntad, es algo positivo; cuando tiene más peso que nuestra devoción a la voluntad de D-os, se convierte en algo suicida y por lo tanto negativo. Por esto el incienso ofrendado por el deseo egoísta de escapar de la realidad y la responsabilidad, probó ser fatal.

El antídoto para este impulso “suicida” erróneo es canalizarlo positivamente. Al elegir persistentemente “dar nuestras vidas” - es decir nuestro involucramiento egoísta en tentaciones impuras - en favor de estudiar Torá con humildad, la Torá se vuelve parte nuestra y permanecerá con nosotros.1