¿Es usted una persona de estadísticas? ¿Recuerda los números que lee, puede retenerlos y cuando sea necesario recuperarlos? ¿O es usted más del tipo gráfico que se refiere a imágenes de pasteles y bloques de colores y líneas en zigzag para dejar en claro algo? Me gustan las anécdotas, las pequeñas historias que (como alguien recalcó una vez en forma memorable) cuando se suman, tiene datos.

No importa, usted ha visto o escuchado algo como esto antes: Israel es el 0,000001% de la masa terrestre del planeta. Israel (los judíos) asciende a punto oh-oh-oh-oy vey de la población mundial. 45% de las condenas de las Naciones Unidas en el siglo pasado se han dirigido a Israel.

Conozco a una mujer que se crió en una casa de activistas sionistas en los años treinta y cuarenta. Ella cuenta cómo semanalmente, a veces todas las noches, se realizaban reuniones para la causa que duraban hasta bien entrada la noche. Ella me dice de cómo su padre estaba allí el día en que la bandera israelí fue izada por primera vez en la ONU, y cómo lloraba.

Esa fue la idea entonces, finalmente "tomamos puesto que nos corresponde entre la familia de las naciones". ¿Qué pasó?

Estados Unidos ha cambiado un poco, y con él el mundo. Homogeneidad ya no es el ideal, el particularismo ya no es el paria. Así que es difícil para nosotros ponernos en su lugar, en ese tiempo, después de los acontecimientos de esa década.

"Somos diferentes, pero estamos orgullosos de esa diferencia también". Acabo de parafrasear lo que una joven adolescente escribió en su diario. En medio del relato de sus peleas con su hermana mayor y su descubrimiento del joven de al lado, encantadoramente vaga en lo que significa para ella ser una judía. Más tarde fue asesinada por ser judía, pero las palabras que Ana Frank escribió en la clandestinidad iluminan una claridad que fue dolorosa entonces, y quiso ser ignorada.

La historia del Holocausto (a menudo dos párrafos de un libro de texto escolar) dice: "Seis millones de judíos fueron asesinados, al igual que los gitanos, los artistas, los polacos, los comunistas...". Hubo un consuelo del que no se habla —no sólo nosotros fuimos marcados.

Pero por supuesto que somos marcados, incluso después de que los hornos de Osweicim se enfriaron. Esas cifras de la ONU no nos consuelan.

Am levadad yishkon, una nación que a solas mora, yetjasav lo uvagoyim, y en las naciones no son contados.

Un adivino (antigua palabra que significa editorialista líder) fue contratado para maldecir a los judíos (maldecir es una palabra arcaica para denunciar), pero en cambio sus palabras, como es narrado en la Parashá de esta semana, surgieron como una fuerza del bien.

La nación mora sola, y esta pequeña nación (más una familia en proporción con el mundo) dio las civilizaciones del cristianismo y el Islam —casi tres mil millones de personas —un absurdo numérico cuando se piensa en él.

Pero piensen en esto; si la familia hubiera dejado de ser un pueblo aparte en su primer milenio de existencia, no habría habido ni el cristianismo ni el Islam. El curso de la historia se ha puesto en juego sólo por el particularismo de esta familia.

El destino es la historia sin retrospectiva. Desde una perspectiva intemporal, el destino es tan convincente como la historia. Y lo que es eminentemente claro de la ONU: el mundo nos está mirando. Históricamente, esto es algo lógico. Pero esto confunde al judío. "Solos nos sentimos muy comunes", dijo uno después de la guerra del 67, "sólo un caos de pagos de la hipoteca, cuentas y recados, pero cuando estamos juntos grande cosas parecen ocurrir a través nuestro y alrededor nuestro".

Am levadad yishkon, una nación que habita sola. En formas que no siempre podemos apreciar, ese morar es un beneficio para nosotros y para el mundo. La historia da fe de que, aun cuando no lo explica. Que el destino haga eso para nosotros, y hasta entonces que podamos hacer nuestro trabajo.