Cuando era pequeña, mi padre solía traer invitados muy particulares a nuestra mesa de shabat. Mis hermanas y yo nos referíamos a uno de ellos como “el Sr. Mña Mña”. Siempre engullía todas las delicias que hacía mi madre y manchaba un poco nuestro inmaculado mantel blanco. Cuando se servía la sopa de pollo hirviendo, la sorbía y hacía un fuerte “mña, mña”; de ahí el apodo.

No recuerdo que mi padre nos escuchara llamarlo “Sr. Mña Mña”; no le hubiera gustado nada. Pero sí recuerdo que lo trataba con el mayor de los respetos, que lo sentaba a su lado y le ofrecía con amabilidad la primera ración de comida. De niña, me preguntaba si mi padre no se daba cuenta de su extraño comportamiento, pero no podía creer que no percibiera el olor repugnante que emanaba su cuerpo.

Sin embargo, semana tras semana, el Sr. Mña Mña regresaba.

Al crecer, me di cuenta de que el Sr. Mña Mña no era exclusivo de mi familia.

Mira a tu alrededor y verás señores y señoras. Mña Mña en las comunidades judías de todo el mundo. Se los invita a disfrutar de comidas nutritivas, se les da ropa limpia o simplemente se les presta una oreja: el tipo de amabilidad que sea necesaria en cada momento.

Tengo una amiga de gran corazón que vive en una casa pequeña. Siempre reacomoda a sus hijos (¡que acceden encantados!) y los quita de sus habitaciones para que duerman en ellas las almas solitarias que llegan a la puerta de la casa. Otra amiga, una exitosa mujer de negocios, libera su agenda una vez a la semana para visitar ancianos solitarios. Dice que lo hace por ella, que le da alegría. Otra amiga se entrena para una maratón que tiene como meta juntar dinero para niños con enfermedades terminales, y otra, madre trabajadora, pasa los sábados en un centro para niños con necesidades especiales.

Ninguna de ellas considera que sus acciones sean especiales.

Solemos darnos cuenta de las fallas de nuestras comunidades, e incluso hacer foco en ellas. Esto es importante porque si queremos mejorar, no podemos ser ciegos ante nuestras propias culpas. Pero también vale la pena reconocer todo el bien que se hace: todos los grandes corazones, toda la bondad que abunda.

¿Alguna vez le has preguntado a alguien que haya regresado a sus raíces judías qué fue lo que lo motivó? Antes que respuestas profundas, psicológicas o teológicas, yo a menudo he recibido respuestas vinculadas con los simples actos de bondad. Ser testigos del amor, del cuidado y de la permanente voluntad de dar de una comunidad judía los hizo querer integrarse a la religión y la comunidad responsables de eso.

En la porción de la Torá de esta semana, Balak, el rey de Moab, llama al profeta Balaam, que odia a los judíos, para que maldiga al pueblo de Israel. En lugar de eso, él al final elogia sus virtudes, entre las cuales destaca: “Desde sus comienzos, son para mí como cimas de montañas, y yo los observo como laderas… ¡Qué importantes son tus tiendas, oh, Iaacov, tus moradas, oh Israel!”.

¡Así sea! ¡Les deseo a todos que su semana rebosante de amabilidad!