Reb Mendel Futerfas, quien fuera el mashpía mentor jasídico de la Ieshivá de Lubavitch en Kfar Jabad, estuvo encerrado catorce años en prisiones y campos de trabajo forzado soviéticos por el crimen de ser un jasid de Lubavitch. Durante este tiempo, pasó la mayor parte de sus horas libres en plegaria y estudio. No obstante, eligió no permanecer totalmente apartado de los gentiles que compartían su suerte, y pasaba un par de horas cada día conversando con ellos.
Los colegas de prisión de Reb Mendel tenían diferentes antecedentes: idealistas políticos que habían perdido el favor del régimen stalinista, comerciantes que habían manejado empresas comerciales clandestinas, y gente ordinaria encarcelada por crímenes cuya naturaleza delictiva ni ellos mismos, ni muchos de aquellos que los habían arrestado, entendían.
Entre estos últimos había un jinete cosaco, heredero de la tradición de un valiente aunque antisemita pueblo, que vagabundeó por las estepas sobre corceles de fama legendaria.
"Déjame ilustrar cuán precioso era un caballo cosaco. Un caballo ordinario costaba 10 rublos; un buen caballo joven, 20 rublos; un caballo de carrera, 50 rublos; y un caballo cosaco, 500 rublos".
¿Por qué era un caballo cosaco tan caro? El prisionero cosaco explicó cómo se elegían estos caballos. En las estepas próximas al río Don, corrían manadas salvajes de caballos. Cuando los cosacos querían seleccionar un caballo, perseguirían a la manada a máxima velocidad. Gran parte de la manada salvaje caería en el camino. Esta era la primera etapa de la selección.
Luego dirigirían la manada en estampida con dirección al río. Aquellos caballos que no podían cruzar contra la corriente serían arrastrados por ésta. Otra etapa de la selección.
De los que habían cruzado, algunos continuarían su marcha, precipitándose hacia adelante sin pensar en el futuro de la manada en general. Pero dentro de cada manada había uno o varios corceles que, tras cruzar el río, se volverían e intentarían ofrecer asistencia a aquellos que enfrentaban problema para cruzarlo. Cuando los cosacos veían un caballo tal, enfocaban su atención en él. Toda la partida de caza lo perseguiría. A veces, los caballos salvajes lograban escapar. Pero con suficiente frecuencia, los cosacos lograban perseguirlo hasta que, cansado, perdía velocidad al grado de poder ser capturado.
Una vez capturado el caballo comenzaba el proceso de doma. Durante el primer mes, no se hacía ningún intento; el corcel era simplemente demasiado salvaje. En cambio, se lo alimentaría apenas con el mínimo necesario para que sobreviviera y se lo dejaba trotar en un corral con una fuerte y alta cerca. Después del primer mes de inanición, usando tanto comida como palos, el caballo sería entrenado primero para reconocer un amo, luego para aceptar un freno y una montura, y finalmente para consentir en llevar un jinete. Posteriormente, el proceso de aprendizaje del caballo era rápido. El resultado era un corcel poderoso, bravo y dedicado, una ganga a 500 rublos.
Reb Mendel usaba esta historia como alegoría para explicar la conclusión de Capítulo 1 del Tania, donde se explica que el Alma Animal de un judío posee un altruismo innato. Uno podría preguntarse: Dado que estamos hablando de un Alma Animal, es decir, de las tendencias naturales de la persona, ¿cómo le es posible pensar en otros?
Pero la historia del caballo cosaco ilustra que semejante cosa es posible, que sin alzarse al plano de lo intelectual, es posible que un ser piense en el otro.
También, el proceso de doma conlleva alegorías en nuestro servicio Divino, exhibiendo cómo debemos subyugar nuestras tendencias naturales, doblegándonos nosotros mismos contra nuestra disposición hasta dar a nuestros anhelos otro enfoque.
De sus discípulos, muchos han centrado la mira en la primera parte de la historia, empleándola como alegoría para otros conceptos, por ejemplo, el tipo de liderazgo necesario en tiempos de crisis, o el tipo de camaradería necesaria entre los miembros de la hermandad jasídica.
Sea su memoria bendición
Únete a la charla