Mientras Reb Shneur Zalman de Liadi, primer rebe de Jabad, estaba de visita en cierta ciudad, un incendio estalló en la casa de uno de los lugareños, y él pidió ser llevado allí. Cuando llegó se paró sobre su bastón por breves momentos y el fuego se extinguió de inmediato.

Algunos soldados que estaban acampados allí cerca, habían estado tratando de extinguir el incendio y cuando reportaron al oficial lo que el tzadik había hecho, ordenó que lo trajeran a las barracas.

Tras pedirle que se sentara, el oficial le preguntó si acaso él era hijo o nieto del Baal Shem Tov.

“No soy su nieto en el sentido físico,” replicó Reb Shneur Zalman, ” pero si soy su nieto en el sentido espiritual: el discípulo de su discípulo.”

“En ese caso,” continuó el oficial, “ya no me asombra lo que usted ha hecho hoy. Déjeme relatarle la historia acerca de mi padre y el Baal Shem Tov.”

“Mi padre era un general y una vez mientras estaba acampado con sus tropas en la ciudad de Mezhibuzh, él casi pierde la cordura a causa de la preocupación por no recibir carta de su esposa por varios meses. Viendo su ansiedad tan extrema, sus camaradas le aconsejaron lo siguiente:”

” ‘En esta misma ciudad/ ellos le dijeron, ‘vive un hombre conocido como “el Baal Shem Tov” del que se dice que realiza actos milagrosos y revela maravillas desconocidas… ¿Porqué no vas a verlo?’.”

“Mi padre envió entonces un mensajero al hombre santo pidiéndole que lo recibiera para una entrevista. Esta solicitud fue denegada. Mi padre trató una segunda vez, pero nuevamente el Baal Shem Tov se rehusó. Entonces mi padre le envió un tercer mensaje donde le decía que si él se rehusaba a verlo, emitiría una orden forzando a todos los judíos de Mezhibuzh a alojar a sus tropas en sus casas. Dado que esto ocurría justo en el tiempo en que casi empezaba vuestra Festividad de Pascua, signifi¬caba que los soldados traerían su pan leudado dentro de las casas de los judíos y eso convertiría en un caos los preparativos de vuestra festividad. Bajo la influencia de la amenaza contra sus hermanos judíos, el Baal Shem Tov aceptó que mi padre le hiciera una visita.”

“Cuando él llegó a la casa del rabí junto a su asistente de campo, ellos entraron a una primera habita¬ción desde donde podían ver a través de la puerta abierta la habitación en la cual el hombre santo estaba sentado estudiando. Leía un libro, que según fue dicho a mi padre era el Zohar. Mi padre caminó hacia el espejo que había en la sala de espera, con la idea de arreglarse el cabello antes de entrar, pero quedo estupefacto al ver en el espejo un camino empedrado, el cual conducía a la ciudad donde vivía su esposa. El llamó a su asistente para hallarse con que también este era testigo de esa asombrosa visión y al estar juntos ambos ante el espejo, vieron que el camino los conducía a la ciudad misma y dentro de la ciudad pudieron ver la casa del general. Cuando la puerta se abrió ante sus ojos vieron a la esposa sentada a la mesa escribiendo una carta a su marido. Mirando más detenidamente vieron la carta misma, en la cual ella le explicaba que no le había escrito pues hacia poco que había dado a luz a un robusto niño; ambos estaban bien.”

“Mi padre se conmovió por la experiencia y agradeció al Baal Shem Tov desde el fondo de su alma. Tras algún tiempo recibió la carta que él ya había visto cuando ella la escribía y entonces registro todo el episodio en su diario personal.”

“Yo, quien está parado ante usted,” concluyó el oficial, “soy aquel niño y aquí puede usted mismo leer el episodio en el diario de mi padre.”