En los años previos a hacerse público por sus enseñanzas y de fundar el movimiento jasídico, el Rabí Israel Baal Shem Tov solía recorrer la campaña donde los judíos de la Europa del Este vivían en aldeas aisladas o administraban posadas solitarias al borde de los caminos. El Rabí Israel solía relacionarse con ellos, inspirándose en su fe simple y dando a cambio palabras de aliento.
Un día, el Baal Shem Tov llegó a una pequeña posada en un cruce de caminos, distante muchos kilómetros de la comunidad judía más cercana. Fue cálidamente invitado a entrar, y la familia del posadero le sirvió algo para refrescarse. “¿Dónde está su padre?”, le preguntó a los hijos. “Está rezando,” le respondieron, y el Rabí Israel se acomodó para esperar por su anfitrión.
Pasaron dos horas. Ya era el fin de la tarde cuando el posadero salió de su cuarto. Luego de darle la bienvenida a su invitado, pidió disculpas por su larga ausencia. “Soy un judío ignorante,” explicó con vergüenza. “Apenas puedo pronunciar las palabras del libro de rezos, y descifrar las instrucciones escritas en hebreo sin puntos está más allá de mi capacidad. Así que no tengo otra opción que recitar todo el libro de rezos, de principio a fin, todos los días”.
“Quizás le pueda ser de asistencia,” dijo el Rabí Israel. Durante la siguiente hora, se sentó con el posadero, enseñándole pacientemente el uso apropiado del libro de rezos. En pequeños pedazos de papel, Rabí Israel escribió, en simple Idish, “plegaria matutina”, “adiciones especiales para lunes y jueves”, “bendición después de las comidas”, “plegaria vespertina”, “plegaria nocturna”, “para Shabat”, “para Rosh Jódesh”, “para Rosh Hashaná” y así sucesivamente, y los insertó para marcar el lugar apropiado en el libro de rezos del posadero. “Muchas gracias,” dijo el posadero cuando el Rabí Israel se retiró para continuar su viaje. “Ahora puedo empezar a rezar ‘como D-os manda’”
Pero la alegría del posadero duró poco. Rato más tarde, el libro de rezos se cayó y todos los pedazos de papel insertados por el Baal Shem Tov se salieron de sus páginas. “¡Ay de mi!”, clamó el posadero. “¡Quién sabe cuántos meses pueden pasar hasta que un judío instruido pase nuevamente por este lugar!” Decidido a no dejar que esta oportunidad de rezar apropiadamente se le escape, tomó el libro de rezos y las notas, y corrió en la dirección en que se había ido su invitado. Luego de varios kilómetros de caminata rápida divisó al Baal Shem Tov a lo lejos. A la distancia vio que el Rabí Israel llegaba a un río.
“¿Cómo cruzará?” se preguntó el posadero. “En esta época del año el agua es muy profunda y rápida.” Estaba a punto de gritar una advertencia, cuando vio al Rabí Israel extender su pañuelo en el agua, pisar sobre él como si fuera la plataforma más robusta, deslizarse suavemente al otro lado, y desaparecer en los bosques del lado opuesto del río. Inmediatamente, el posadero estaba a la orilla del río. Extendiendo su pañuelo sobre el agua, pisó sobre él, cruzó y corrió por el camino que el Rabí Israel había tomado. “¡Espere Rabí!” lo llamó. “¡Espere! ¡No se puede ir hasta que marque mi libro de rezos nuevamente! ¡Todas las notas se cayeron!”
Escuchando al hombre llamarlo, el Rabí Israel se detuvo y dio vuelta, para ver a su reciente anfitrión corriendo hacia él, agarrando su libro de rezos en una mano y los pedazos de papel en la otra. “¿Cómo llegaste hasta aquí?” le preguntó asombrado el Baal Shem Tov. “¿Cómo cruzaste el río?”
“Con mi pañuelo, igual que usted,” respondió el judío simple. “A propósito, ese es un buen truco que tiene usted. Nunca hubiera pensado que se pudiera cruzar así.”
“Por lo visto,” dijo el Baal Shem Tov lentamente, “D-os está extremadamente satisfecho con tus plegarias. Quizás deberías continuar rezando de la misma forma que lo has hecho hasta ahora.”
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