Rabí Shmuel Strashun (1794-1872), autor del comentario talmúdico denominado Hagahot HaRashash, era admirado no solo por su brillantez académica, sino también, por su devoción a la comunidad judía. Entre sus múltiples actividades públicas, Rabí Shmuel manejaba un fondo de préstamos de dinero para la población de Vilna.

Rabí Shmuel tenía mucho cuidado con todo lo referido a las cuentas del fondo de préstamos. Siempre se aseguraba de que la gente devolviera sus préstamos en la fecha indicada porque si no hubiera sido así, no iba a haber dinero disponible para otras personas que quisieran pedir dinero prestado. Él solía registrar cada una de las transacciones en sus libros de contabilidad.

Una vez, un judío de condición simple le pidió prestados cien rublos por cuatro meses y le prometió que se los devolvería en la fecha indicada. Al cabo de cuatro meses, cuando llegó la fecha de devolver el préstamo, el hombre fue a la casa de Rabí Shmuel; le dijeron que el rabino estaba en la sala de estudios. El hombre se dirigió hacia allí y encontró a Rabí Shmuel completamente sumido en un complejo tratado del Talmud. Puso el dinero enfrente del Rabí, este alzó la vista, asentó con la cabeza y retomó sus estudios. Convencido de que el rabino había acusado recibo de la devolución del préstamo, el hombre se fue.

Pero Rabí Shmuel solamente había asentado con la cabeza como un simple acto reflejo; en realidad, tenía la mente sumida por completo en sus estudios. Así, continuó concentrado en su tomo del Talmud otro largo rato pasando las hojas hacia atrás y hacia adelante. Una vez que terminó, cerró el libro y lo puso de nuevo en el estante de la biblioteca sin darse cuenta de que el dinero había quedado presionado entre sus páginas.

Cada semana, Rabí Shmuel pasaba revista a los libros de contabilidad para ver qué préstamos se habían devuelto y cuáles todavía debían cobrarse. Cuando llegó al nombre de aquel hombre, se dio cuenta de que el préstamo seguía sin cobrarse. Entonces, lo mandó llamar y le pidió que le devolviera lo que le debía.

“¡Pero si ya le pagué!”.

“No, no me pagó. Acá dice que todavía me debe el dinero”.

“¡Pero yo puse el dinero en la mesa enfrente de usted!”, exclamó el hombre.

Rabí Shmuel no recordaba en absoluto haber recibido el dinero. Y continuó exigiéndole que le pagara la deuda. El hombre continuó negándose, insistiendo en que ya le había devuelto el dinero. Finalmente, Rabí Shmuel lo convocó a comparecer ante una corte rabínica.

Cuando se difundió el rumor entre los judíos de Vilna, el hombre quedó completamente desprestigiado. ¿Cómo tenía el descaro de contradecir al famoso sabio? ¡De hecho, lo estaba acusando de ser un mentiroso, ni más ni menos!

A los pocos días, se llevó a cabo la audiencia. Ambas partes declararon su testimonio, y la corte dio su fallo a favor del hombre pobre. Era la palabra de uno contra la palabra del otro, ya que no había testigos ni del préstamo ni de la supuesta devolución; y de acuerdo con la Torá, para obligar a una persona a que pague dinero, es necesario una prueba absoluta de su obligación. Solamente se le pidió al hombre que prestara juramento de que sí había devuelto el préstamo.

Pero el hombre no tenía ni un solo simpatizante en toda Vilna. Todos lo consideraban un ladrón y un necio testarudo. Su buen nombre se había arruinado por completo. La gente dejó de hablar con él. Su hijo no podía soportar la humillación y decidió irse de Vilna. Finalmente, hasta lo despidieron de su trabajo. Y él continuaba insistiendo en que había devuelto el préstamo.

Pasó el tiempo y Rabí Shmuel tuvo necesidad de buscar una referencia en ese mismo tratado. Bajó el libro del estante, lo abrió y descubrió allí una cantidad de dinero: exactamente cien rublos. Durante un momento, se quedó sorprendido tratando de entender cómo era posible que semejante cantidad de dinero hubiera ido a parar a ese libro. Pero entonces, en un instante, recordó todo. Ese era el dinero que el acusado había insistido en que había devuelto.

Rabí Shmuel se sintió terriblemente mal. ¡Le había arruinado la vida a su prójimo, acusándolo falsamente! Completamente horrorizado, llamó enseguida al hombre y le dijo: “¿Qué puedo hacer para corregir la tremenda falta y compensarlo por toda la angustia que le causé? Estoy dispuesto a realizar una confesión pública para limpiar su nombre. ¿Qué otra cosa puedo hacer para compensarlo por todo su sufrimiento?”.

El hombre se paró delante del rabino. Tenía el rostro totalmente demacrado, lleno arrugas en la frente por todo el sufrimiento que había tenido que soportar. Pronunció con tristeza: “Mi buen nombre ya está arruinado. Aunque ahora usted declare mi inocencia, la gente no se va a olvidar de que una vez me acusaron de algo tan terrible. Hasta pueden llegar a pensar que usted simplemente me tuvo compasión y por eso decidió limpiar mi nombre, pero que en realidad sí soy culpable. Van a seguir pensando que soy un mentiroso y un ladrón. No. Ni siquiera una retractación pública va a servir en este caso. Además, tampoco me va a servir para que mi hijo vuelva a vivir conmigo. Él se fue de Vilna totalmente humillado”.

Rabí Shmuel se quedó pensando un largo rato. ¿De qué manera podía ayudar a este pobre hombre, cuya reputación él mismo había arruinado? De pronto, tuvo una idea: “¡Dígale a su hijo que regrese a Vilna, y yo lo tomaré como esposo para mi hija! ¡Esto sin lugar a dudas hará que usted recobre su buen nombre!”.

El hombre se quedó pasmado. Jamás se le hubiera ocurrido algo tan maravilloso. ¡Que su hijo se casara con la hija del reverenciado rabino!

El compromiso tuvo lugar varios días más tarde. La crema de la sociedad de Vilna participó en el evento, y el evento fue tema de conversación durante mucho tiempo. “Al parecer, es algo que ya fue decretado desde el nacimiento, que el hijo de un hombre tan simple se case con la hija del gran rabino. Y sucedió únicamente gracias al error del préstamo. ¡Qué increíbles son los caminos de Di-s!”.