La noticia corrió rápido en la ciudad de Chernigov dejando conmoción y tristeza a su paso. Reb Iekutíel, un rico comerciante y pilar de la comunidad, había sido arrestado con cargos de evasión de impuestos y malversación de fondos gubernamentales.
Todos los que conocían a Reb Iekutíel no tenían duda de su inocencia. Reb Iekutíel era conocido por su honestidad, caridad y modestia. A pesar de su inmensa riqueza y posición de influencia, trataba a todo hombre como su igual y estaba siempre disponible para dar una mano o prestar un oído. Por esto se había ganado el respeto y confianza de todos los residentes de Chernigov, judíos y no judíos por igual. Pero esta era la Rusia zarista, donde un hombre podía ser arrestado por un capricho burocrático o por la firma de algún jefe de policía vengativo.
Inexplicablemente Reb Iekutíel fue declarado culpable. Nada, ni sus conexiones en el gobierno, ni las numerosas apelaciones de sus costosos abogados, ni las plegarias de la comunidad, pudieron evitar el destino ordenado para él. Reb Iekutíel fue condenado a diez años de trabajos forzados en la distante Siberia.
El día anterior a que Reb Iekutíel fuera enviado al este, un hombre golpeó en la puerta de Rabi Dovid Tzvi Chein, el Rabino de Chernigov. “Rabino,” dijo el visitante quien era nada menos que el director de la cárcel local, “Reb Iekutíel pide que vaya a verlo. Se le ha otorgado un permiso especial para visitarlo en su celda, si desea venir.”
“Por supuesto,” dijo el Rabino, “por supuesto que iré,” y se apresuró a ponerse su tapado. Las lágrimas llenaron los ojos de Rabí Dovid Tzvi por lo que vio cuando entró a la celda. Reb Iekutíel también estaba abrumado por la emoción. Los dos hombres se abrazaron y lloraron silenciosamente por un tiempo. Finalmente el prisionero comenzó a hablar:
“Le pedí que venga, Rabino, no porque tenga algún pedido personal para hacerle, sino porque quiero contarle por qué estoy aquí. Quizás otros puedan aprender una lección de mi historia.”
“Hace varios meses estaba viajando a Petersburgo para una serie de reuniones relativas a mis asuntos con el gobierno. Como es de costumbre, obtuve un compartimiento en la sección de primera clase del tren, una necesidad crucial para cualquier hombre de negocios que busca contactos potenciales entre los oficiales del gobierno y otros comerciantes. Fue allí que me enteré que el Rebe de Lubavitch estaba en el tren.”
“Pasé por el compartimiento del Rebe, esperando alcanzar a ver su santo rostro. La puerta estaba entreabierta, y de repente me encontré mirándolo a los ojos, sus ojos observaron profundamente dentro mío y parecían conocer los rincones más íntimos de mi alma. Durante un largo momento me quedé parado allí, anclado en el lugar. Fue después de un rato que me di cuenta que el Rebe me estaba indicando que entre.”
“Con reverencia y temor entré en el compartimiento del Rebe. Pero el Rebe enseguida me hizo sentir cómodo, invitándome a sentar y ofreciéndome un cigarrillo. Expresó un gran interés en nuestra comunidad, como también en mi vida personal y asuntos de negocios. Al partir el Rebe me dijo: “Estoy seguro que has escuchado de la vía de tren que el gobierno está planificando construir hasta Siberia. Pienso que esta es una oportunidad de negocio perfecta para ti. Como alguien que tiene conexiones cercanas con el Ministro Potysukshnikov, vas a poder obtener un buen contrato como proveedor de maderas.”
“Regresé a mi compartimiento confundido. Lo último que esperaba del Rebe era que me diera un consejo de negocios. Por un lado sentía que debía seguir el consejo de un tzadik. Por el otro lado la propuesta no me atraía, a pesar de su gran potencial financiero. Mis asuntos de negocios estaban yendo bien, gracias a Di-s; ¿por qué debería dejar mi familia y comunidad y pasar largos meses, sino años, en la lejana Siberia? Al final, dudé el suficiente tiempo como para que otros aprovecharan la oportunidad, para mi gran alivio, debo confesar.”
“Y así pues, ahora estoy camino a Siberia. Yo pensé que el Rebe me estaba dando un consejo de negocios, pero él debe haber visto que había algo allí, en Siberia, que yo debía lograr, alguna parte de mi misión en la vida que debe ser cumplida en el gélido este. Podría haber ido con comodidades, como un hombre de negocios rico y un proveedor del gobierno. Ahora estoy yendo encadenado...”
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