La tierra seca se rajaba, las hojas se caían de los árboles y los animales estaban desfalleciendo. Hacía meses que no llovía y la zona sufría una sequía extrema.
Los habitantes del pueblo ‒temerosos de Di-s‒ decidieron declarar un día de ayuno y conexión espiritual ‒según la tradición judía, en tiempos de extrema sequía, se debe decretar un día de ayuno comunitario‒.
Hacía meses que no llovía. Pero nada parecía cambiar la situación. Las cosechas seguían secándose, los animales seguían muriendo y, a pesar de todo, no se divisaba ni una sola nube en el cielo.
Las personas comenzaron a preguntarse si eso era todo, si estaban condenados a enfrentar ese trágico final. En un intento desesperado por encontrar algún tipo de guía y de inspiración en tiempos tan desafiantes, decidieron invitar a un reconocido y respetado maggid (orador) al pueblo para que compartiera su sabiduría.
Parado en el centro de la sinagoga, con el rostro enardecido, el maggid pronunció palabras de furia ante la congregación.
“¡Son todos malvados!”, gritó. “¡Sus pecados los han alejado de Di-s! ¿Acaso creen verdaderamente que no existe juicio ni castigo? Agradezcan que estén sufriendo. ¡Que esto les permita retornar a Di-s con profundo arrepentimiento!”.
Hombres, mujeres y niños escucharon las palabras del maggid y estallaron en llanto.
De repente, un hombre joven vestido con ropas de campesino se paró entre la multitud. “¿Qué tiene usted en contra de los judíos?”, interpeló al maggid. “Los judíos son buenos”.
El maggid miró asombrado al joven.
Sin dejarse amedrentar por el discurso del maggid, el joven se dirigió a la congregación que estaba en la sinagoga y les dijo: “¡Compañeros, yiden! ¡No lloren más! ¡Bailemos! Y para cuando hayamos terminado el rezo vespertino, ¡lloverá!”.
Los campesinos reunidos en la sinagoga no sabían muy bien qué hacer ante esto. “¿Quién es este hombre y de dónde viene?”, se preguntaban. “¿Estará loco?¿Cómo podemos ignorar las palabras del maggid?”.
Casi como si hubiera percibido las preguntas de la multitud, el joven comenzó a citar las palabras de los sabios que reafirmaban su postura aparentemente descabellada. Sus palabras sinceras llegaron a los corazones de cada uno de los congregantes, quienes comenzaron a bailar.
Y conforme iban bailando, los cielos se iban abriendo, y la lluvia comenzaba a caer.
Antes de partir, el misterioso joven cubrió con bendiciones a los campesinos. Y entonces, estos se dieron cuenta de que no se trataba de un campesino común y corriente, sino que debía ser un tzadik,una persona justa,encubierto.
¿Quién era ese hombre?
Cuando la lluvia cesó, el joven abandonó el pueblo y siguió viaje. En cada pueblo que recorría, se dedicaba a encender la chispa que existía en los corazones de los habitantes.
¿Quién era ese hombre de rostro resplandeciente y vestimenta de campesino?
Su nombre era Israel y, con el tiempo, fue mejor reconocido alrededor del mundo bajo el nombre de Baal Shem Tov.
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