En un pueblito no lejos de Kovno, en Lituania, vivía un posadero judío temeroso de Di-s, que tenía una hija muy pero muy bella llamada Sara. Sara no se comportaba en forma engreída por el hecho de ser tan bella. Al contrario, siguió comportándose como una joven recatada y temerosa de Di-s, que obedecía a su padre y que era la mano derecha de su madre.
Un día, el hijo de un hacendado hizo un alto en la posada. Y en el momento en que sus ojos se posaron sobre la joven Sara, se sintió enormemente atraído hacia la bellísima muchacha. El joven la llamó una y otra vez para que le sirviera un trago y otro, y otro más y cuanto más bebía, más se sentía atraído hacia ella. Cuando ya estaba bastante borracho, le preguntó: “¿Te casarías conmigo?”.
Sara hizo caso omiso a la propuesta de matrimonio, pero cuando él le repitió que lo decía con serias intenciones, ella le respondió en forma amable pero firme que ella era judía y que jamás se casaría con un no judío. Él, por su parte, le dijo que regresaría e insistió con seguridad en que se casaría con ella.
Cuando el joven hacendado volvió a la casa y le contó a su padre que tenía intenciones de casarse con la hija del posadero judío, el anciano noble no pudo creer lo que estaba oyendo. El padre trató por todos los medios de disuadir a su hijo, pero el joven se mantuvo firme en su decisión. El anciano padre, que toda su vida malcrió a su hijo y le dio todos los gustos, una vez más cedió ante él, pero puso una condición: que la muchacha se convirtiera al cristianismo.
Feliz, el joven hacendado se apresuró a regresar a la posada para contarle a Sara las “buenas noticias”, o sea, que su padre había consentido en el matrimonio. Por supuesto, todavía tenían que arreglar el detalle de la conversión, pero una vez que hicieran eso, ella viviría una vida de lujos.
Sara, horrorizada, le dijo al joven hacendado que jamás se casaría con él, bajo ninguna circunstancia, y salió corriendo. Decidió no decirle nada a su padre, con la esperanza de que se tratara de un capricho pasajero del muchacho.
Sin embargo, el joven hacendado estaba acostumbrado a recibir todo lo que quería. Además, su padre, si bien al principio se había opuesto a la obstinación de su hijo, se sintió profundamente insultado por el hecho de que una pobre joven judía se negara a aceptar la propuesta de matrimonio de un noble tan acaudalado y apuesto. El anciano se sentó en su escritorio a escribirle una carta al posadero, en la que le expresaba su indignación ante el hecho de que mientras que su hijo había tenido la amabilidad de acceder al matrimonio con la hija de él, lo que le permitiría ascender socialmente de su condición tan humilde, el judío había tenido la osadía de negarse. En la misiva, el hacendado insistía en que el judío aceptara la propuesta de casamiento.
El joven hacendado fue de inmediato con varios amigos suyos a entregar la carta. En el camino, se desató una fuerte tormenta y tuvieron que hacer un alto en la posada más cercana. Una vez allí, el ruidoso grupo se puso a beber y brindaron por el joven hacendado: “Bebe -le dijeron- porque después, cuando te cases con esa bonita joven judía, ¡¡vas a tener que portarte bien… Ja ja ja!!”. Y prorrumpieron en estruendosas carcajadas.
Mientras tanto, había un viejo sentado en silencio en un rincón de la posada, inclinado encima de un libro. Se trataba de Rab Yosef, el melamed (maestro) de los dos hijos del posadero. Al oír la bulliciosa conversación de los borrachos y la mención de la joven Sara, la hija del posadero vecino, Reb Yosef decidió prestar atención cuando el joven hacendado se puso a leer en voz alta la carta que su padre le había enviado al padre de Sara.
Cuando los borrachos finalmente se quedaron todos dormidos, Rab Yosef cerró el libro y viajó rápidamente al pueblo vecino, donde de inmediato alertó a la familia de Sara respecto al aprieto en que se encontraban.
“Rabí Yosef” -exclamó el padre de Sara- “¿qué podemos hacer? Ellos son perfectamente capaces de llevársela a la fuerza”.
“Sara tiene que casarse de inmediato con alguien. No queda tiempo”, dijo Rabí Yosef.
“Pero ¿con quién va a ir a la jupá? En este pueblo, no hay ningún joven judío en edad de casarse”, se lamentó el posadero.
“En ese caso, estoy yo”, dijo el maestro. “Yo no soy joven y soy viudo, y Sara se merece a alguien mejor, pero estoy dispuesto a ser el novio. Por supuesto que cuando pase el peligro, iremos a la corte rabínica de Kovno para realizar un divorcio con todas las de la ley”.
El posadero vaciló un momento, pero la misma Sara aceptó de inmediato el plan. “Rabí Yosef está arriesgando su propia vida por nosotros” -dijo ella-. “Pero no hay otra escapatoria. No tenemos tiempo que perder”.
Esa misma noche, un quórum de judíos se congregó en forma precipitada y prepararon la jupá para el casamiento más extraño en toda la historia del pueblo: el melamed de barba blanca con la bellísima hija del posadero.
Cuando el joven hacendado y sus compañeros llegaron a la posada, se sorprendieron enormemente al darse cuenta de que habían arribado precisamente en medio de los festejos de una boda.
“¡Qué invitados tan bienvenidos!”, recibió el posadero a los recién llegados. El joven hacendado se quedó estupefacto. Había llegado demasiado tarde: Sara ya estaba casada. Él y sus compañeros se fueron de inmediato.
Rabí Yosef se puso de pie y dijo: “Queridos amigos, tenemos que darle las gracias al Eterno por esta maravillosa salvación. Celebramos esta boda para salvar a Sara de esta gran calamidad, pero ahora que pasó el peligro, estoy dispuesto a darle el divorcio para que Sara pueda casarse con el hombre que quiera”.
El posadero le dio nuevamente las gracias a Rabí Yosef por su abnegación, y les dio las gracias a los invitados por su cooperación. “Bueno, querida, ahora quítate el velo nupcial, porque vamos a ir a la corte rabínica”, le dijo a Sara.
“Yo estoy dispuesta a ir a la ciudad con mi nuevo marido, pero no para divorciarme”, respondió Sara. “Di-s nos ha unido y nos convirtió en marido y mujer. Estoy segura de que este matrimonio fue ordenado por el Cielo. No podría haber elegido a un compañero más devoto y más leal que él, quien puso en riesgo su vida para salvarme de un destino peor que la muerte…”.
Al año siguiente, Rabí Yosef y Sara fueron bendecidos con un hijo al que llamaron Arie Leib. El padre de Leib no vivió lo suficiente como para disfrutar de su pequeño tesoro y Sara fue la que lo crió y lo educó. Con el paso de los años, el hijo se transformaría en un gran tzadik y obrador de milagros, al que todos conocerían como Rabí Leib Sara’s, llamado así en honor a su piadosa madre Sara. Rabí Leib solía narrar la historia del matrimonio de sus padres, citando a su madre como un ejemplo de la capacidad que tiene el judío de soportar las pruebas más difíciles y de hacer grandes sacrificios en aras de su fe.
Nota biográfica:
Rabí Leib Sara’s (1730-1796) era muy estimado por el Baal Shem Tov. Fue uno de los “justos ocultos” que se pasó la vida vagando de un lugar a otro para recolectar fondos para liberar a los judíos encarcelados y para sustentar a otros tzadikim ocultos. Según muchas fuentes, Rabí Leib Sara’s y el Rabí Leib, conocido como “El Abuelo de Shpoli”, son la misma persona.
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