CUERPO

Toma un poco de esa hierba amarga, la cantidad suficiente como para que alcance el tamaño de un huevo pequeño si la estrujas formando una pelota. Hay quienes tienen la costumbre de usar tanto rábano picante como lechuga romana (si bien también está bien usar o lo uno o lo otro).

Introduce la hierba amarga en el jaroset. Sacúdela para que caiga el exceso.

Es un equilibrio muy cuidadoso: hay que usar hierbas amargas, pero hay que endulzar un poco la amargura. Pero así y todo tienen que ser hierbas amargas; no un suntuoso plato de jaroset hors d’oeuvre. Eso lo puedes comer más adelante, con la comida. Ya vamos a llegar a eso, no te preocupes…

Di la bendición: “Bendito eres Tú… y nos dio órdenes con respecto a las hierbas amargas”.

Cómelo. Hasta la última pizca. Sin muecas, por favor.

ALMA

¿Qué es lo que tiene de bueno la amargura? ¿Para qué queremos recordar eso?

A decir verdad, la amargura que soportamos en Egipto fue y es la clave para la redención. Nunca llegamos a acostumbrarnos a Egipto. Nunca llegamos a sentir que era nuestra tierra. Nunca dijimos: “Ellos son los amos y nosotros somos los esclavos y así es”. La esclavitud siempre fue algo que nos produjo amargura, algo injusto que exigía un cambio.

Si no hubiera sido así, muy probablemente nunca nos hubiéramos ido. De hecho, la tradición nos relata que el 80% de los judíos dijeron: “Esta es nuestra tierra. ¿Cómo nos vamos a ir de aquí?” Y se quedaron allí y allí murieron.

Pero para el resto de nosotros, cuando llegó Moisés y nos dijo que nos estábamos por ir, le creímos. Fue precisamente nuestra amargura la que preservó nuestra fe.

Cada uno tiene su propio Egipto. Cada uno tiene que saber quién es y cuáles son sus limitaciones. Pero, Dios no permita, no debe hacer las paces con ellas. El alma que tiene adentro no tiene límites.

Esta es la dulzura que aplicamos a las hierbas amargas: la amargura sola, sin ninguna dirección, es autodestructiva. Infúndele un poco de vida y de optimismo y entonces se transformará en el trampolín a la libertad.