En 1953, el Rebe fundó la Organización Mundial de Mujeres Lubavitch e inició así un revolucionario capítulo en la historia judía y en la del feminismo.
Marcando una clara salida de la tendencia arraigada de limitar los estudios superiores de la Torá a los hombres y a los niños, el Rebe dirigió sus enseñanzas a ambos géneros por igual, afirmando que las mujeres comparten la obligación de estudiar y dominar el “alma esotérica” de la Torá y conseguir así el conocimiento, amor y temor a Di-s.
Cuando él enviaba a una joven pareja al frente de la batalla contra la asimilación, esperaba que la mujer enfrentara el desafío junto a su marido acercando a sus semejantes judíos y reintroduciéndolos en su herencia.
Cuando enviaba a los estudiantes de las ieshivot de Jabad a las calles para que les pongan tefilín a otros hombres judíos, él también enviaba a muchachas jóvenes a los centros comerciales, escuelas y hospitales para distribuir velas de shabat a mujeres y niñas judías. Al mismo tiempo, insistía en que sus jasidim femeninas mantuvieran el tzniut (“modestia”) en la manera de vestir y en el comportamiento, como ha sido el sello distintivo de la mujer judía a través de los siglos.
“Feminismo”, en el sentido común de la palabra, no era un concepto nuevo en 1953, aunque sus beneficios principales surgirían más adelante. Los diversos movimientos feministas rechazaron el tradicional papel doméstico de la mujer y buscaron apoderarse de los roles “públicos” sociales, económicos y políticos de dominio exclusivo masculino.
Lo singular del Rebe era que él no era un revolucionario en ese sentido. Por el contrario, él era un ferviente defensor del rol tradicional de la mujer como pilar del hogar, ya que argumentaba que el hombre y la mujer fueron creados con roles diferentes, de acuerdo con sus talentos y cualidades distintas. Que una mujer rechace su feminidad esencial en un intento de realizarse en un rol masculino, decía el Rebe, es privarse de sus más selectos potenciales y canales de realización.
Más bien, el Rebe llevó a cabo su revolución a través del retorno a la tradición. Basándose en las enseñanzas de la Cabalá y el jasidismo, insistió en que el papel de la mujer es de igual –y en muchos aspectos de superior– importancia que el del hombre. Él también mostró cómo el papel que la Torá le otorgó a la mujer incluye y alienta un ejercicio de sus talentos “hacia afuera” y la coloca en plena sintonía con el tradicional ideal. “La gloria de la hija del rey se encuentra en su interior” (Salmos 45: 14).
También la mujer, dijo el Rebe, debe aventurarse hacia afuera para desarrollar al mundo y transformarlo en un “hogar para Di-s”. Pero lo debe hacer con su característica manera femenina, no como un “conquistador”, sino como “nutridora”; no a través de “transformar la oscuridad en luz”, sino que revelando la luz divina implícita en toda la creación de Di-s.
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