Algunas personas ven al ser humano como una criatura solitaria en un universo indiferente, y hasta hostil. Si vieran un poco más profundamente, verían que los dos son en esencia uno solo: el alma del hombre es Divina y el alma del universo es Di-s. Solo en su expresión externa aparece un conflicto o surge aquello que aparenta indiferencia. Pero interiormente, es una historia de amor, un abrazo eterno, inseparable. Un drama que el Rey Salomón titula el “Cantar de los Cantares”, porque es lo que yace en el núcleo de cada canción, en cada expresión humana y en el cosmos entero: el anhelo de reunirse, de ser uno, de crear una armonía en el mundo exterior que coincida con la unión perfecta que se encuentra por debajo.
Esto, también, es obra de la plegaria: Tenemos nuestras preocupaciones. Di-os parece tan distante de ellas. Hay un gran abismo entre nuestro mundo y el suyo. Pero luego nos dice, "Háblame de lo que te molesta. Dime con todo tu corazón lo que deseas y te escucharé. Porque lo que es importante para ti es importante para mí. Háblame. Quiero vivir en tu mundo”.
El abismo se une y se funde. Lo externo y lo interno, lo elevado y lo bajo, lo espiritual y lo físico, sagrado y mundano, cielo y tierra, se besan y se transforman en uno.
Hay una condición, sin embargo, para la curación de los corazones de los amantes: primero, tenemos que encontrar la santidad interior que hay detrás de nuestros propios deseos y conflictos. Porque no hay nada en este mundo que no contenga una chispa Divina, y no hay movimiento del alma sin un propósito Divino.
Solo una vez que hemos construido esta paz dentro de nosotros mismos, entre nuestras almas interiores y nuestros deseos exteriores, entre el santuario de nuestros corazones y las palabras de nuestros labios, solo entonces podremos crear esa paz cósmica entre la Esencia de Todo Ser y nuestro ocupado mundo material.
Es por esto que la plegaria es llamada a lo largo de los Salmos “una efusión del alma”. Aquello que se encuentra en el interior, se derrama hacia afuera sin un dique que lo obstruya ni barro que lo manche, nada que lo cambie en su camino. El mundo entero se puede estar desgarrando en las costuras, pero el corazón del suplicante y sus labios están en paz como uno solo. Y luego, esta paz se esparce hacia afuera en todas las cosas.
Hay muchas cosas que aprendemos de la plegaria de Jana (narrada en Samuel I, capítulo 1, y leída como haftará en el primer día de Rosh Hashaná). Aprendemos que nuestros labios se deben mover en la plegaria, que debemos poder escuchar nuestras palabras, pero nadie más debe oírlas. Aprendemos que la plegaria se debe decir de pie.
Pero lo más importante, aprendemos cómo derramar nuestra alma.
Eli pensó que Jana estaba borracha de vino. Él era el sumo sacerdote, el más sagrado de los miembros de la nación judía. El espíritu divino se posó sobre él, y así él era capaz de ver dentro de los corazones de los hombres y mujeres. Sin embargo, vio a Jana como una borracha, ebria, con un deseo terrenal, el deseo de un niño para no sufrir más la vergüenza y el ridículo que recibía de Penina.
Pero Jana respondió: “No, no es el vino, sino que es mi alma la que se derrama frente a Di-s. Porque mi deseo por un hijo tiene un propósito y significado más allá de las búsquedas e insensateces del hombre. Mi hijo, la joya preciosa del deseo de mi corazón, ya se lo entregué a Di-s”.
Lo mismo sucede con nuestras oraciones, rezamos por las cosas materiales, pero no es lo materialsino lo espiritual que hay dentro de ellos, lo que nuestra alma desea.
La misión de cada ser humano es traer todas las cosas de este mundo caótico hacia una armonía con el propósito interior y la unidad que subyace en ellas. Para hacer esto, cada uno de nosotros debe tener aquellas cosas en relación con nuestra misión: nuestra familia, nuestra salud, nuestros hogares, nuestros ingresos. Rezamos por ellas desde lo más profundo de nuestro corazón, nuestra alma se derrama por ellas, porquesabe que, sin ellas, no puede cumplir su misión en el mundo.
Y Di-s escucha. Porque Él quiere vivir en nuestro mundo terrenal.
Únete a la charla