El niño judío celebra su bar mitzvá, su “mayoría de edad” judía, cuando cumple trece años.
¿Cuál es la fuente bíblica de la edad del bar mitzvá?
“Y sucedió al tercer día, cuando [los hombres de Shejem] estaban doloridos [tras su circuncisión] que dos de los hijos de Jacob, Simón y Levi, los hermanos de Dina, cada hombre tomó su espada y llegaron a la ciudad confiados y mataron a cada varón”.
A Simón y Levi se los llama hombres. Nuestros sabios estiman que por ese entonces tenían trece años de edad. Por lo tanto, queda en claro que a la edad de trece años los varones ya se consideran hombres.
Si bien el uso que hace la Torá del término “hombre” es necesario para que sepamos a qué edad los varones judíos adquieren responsabilidad por las mitzvot, a primera vista, el lugar que se eligió para dicho uso resulta un tanto inquietante.
¿Dentro de qué contexto aprendemos acerca de la maduración religiosa, la rendición de cuentas y la responsabilidad de nuestros hijos? A partir del episodio en el que dos jóvenes de trece años aparentemente actuaron sin ninguna de las tres cosas. ¿Qué es lo que debemos responderles a nuestros hijos cuando nos pregunten acerca de los primeros jóvenes bar mitzvá que hubo en la historia?
Nosotros ya conocemos la historia; es de esperar que nos hayamos esforzado por comprenderla.
Dos muchachos salen a buscar venganza.
¿De quién? De un príncipe jeveo llamado Shejem y de su gente. Con malicia, les ofrecen a Shejem una alianza con los hijos de Jacob, que es contingente de que todos los varones shejemitas se practiquen la circuncisión. Ellos aceptan tal condición. Ahora está listo el escenario para la masacre. Al tercer día después de la circuncisión, los jeveos, recién circuncidados, se encuentran en el momento de máximo dolor y Simón y Levi reniegan de su palabra y echan a perder la buena fe que habían depositado en ellos. Lo que sigue es una matanza desenfrenada.
¿Acaso esta es la clase de personas que queremos que sirvan de ejemplo para nuestros hijos? ¿Acaso estos son los más grandes ejemplos que nuestra tradición tiene para ofrecerles a nuestros adolescentes? ¿Acaso el comportamiento de estas personas refleja en algo la religión profesante de amor a la que pertenecían y la adecuada reacción que esta exige?
El Crimen del Silencio
“Aquel que permite la opresión, comparte el crimen” – Charles Darwin
“Los lugares más oscuros del infierno les están reservados a aquellos que mantienen su neutralidad en momentos de crisis moral” – Dante Alighieri
“El mundo es un lugar peligroso, no a causa de los que hacen el mal, sino a causa de aquellos que los miran y no hacen nada” – Albert Einstein
“Qué curioso que el coraje físico sea algo tan común en el mundo y el coraje moral, tan infrecuente” – Mark Twain
“Pecar con el silencio cuando deberían protestar hace de los hombres unos cobardes” – Abraham Lincoln
“Yo juré que jamás me quedaría callado cuando los seres humanos soportaran sufrimiento y humillación. Siempre tenemos que tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, jamás a la víctima. El silencio le da aliento al que atormenta, jamás al que sufre el tormento” – Elie Wiesel
“Las maldades del gobierno son directamente proporcionales a la tolerancia del pueblo” – Frank Kent
“Una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos” – Edward R. Murrow
“La desobediencia civil no es problema nuestro. Nuestro problema es la obediencia civil” – Howard Zinn
“Pocos son los que están dispuestos a hacer frente al rechazo de sus congéneres, a la censura de sus colegas, a la ira de su sociedad. El coraje moral es un producto que escasea más que el coraje en la batalla o una gran inteligencia. Aun así, es la cualidad esencial y fundamental para aquellos que quieren cambiar un mundo que es dolorosamente difícil de cambiar. Cada vez que uno defiende una idea o actúa con el fin de mejorar el destino de los demás, o se enfrenta a la injusticia, esa persona está enviando al mundo una pequeña ola de esperanza y estas audaces ondulaciones, al cruzarse las unas con las otras provenientes de un millón de diferentes centros de energía, construyen una corriente capaz de derribar las más poderosas murallas de opresión y de resistencia” – Robert F. Kennedy
En el comienzo…
¿Alguna vez empezaron a leer un libro desde la mitad?
He aquí el comienzo de nuestra historia:
“Y Dina -la hija de Lea, que esta le había dado a luz a Jacob- salió a ver las hijas de la tierra. Shejem, hijo del jeveo Jamor, príncipe de la tierra, la vio y yació con ella y la violó… Los hijos de Jacob llegaron del campo cuando oyeron; los hombres estaban afligidos”.
Imagínense que alguien llega a casa después del trabajo y se entera de que su hermana fue raptada y violada; que toda su vida quedó destrozada; marcada para siempre.
No se puede describir con palabras la tremenda aflicción, la angustia, la humillación…
Y lo peor de todo, si existe algo peor, es que en este caso, Dina había sido secuestrada… ¡a plena luz del día! Toda una población fue cómplice. Muchos de los jeveos habían ayudado y hasta habían alentado el rapto; los demás se quedaron parados, mirando. Algunos se pararon en las esquinas de las calles; otros, detrás de las persianas bajas; sea como fuere, todos se quedaron en silencio.
Shejem era un hombre de la nobleza, el príncipe de un imperio. Las noticias se difundieron enseguida y al poco tiempo, el rapto y la violación de Dina pasó a ser la comidilla de toda esa región e incluso más allá.
Aún no hay respuesta; aún no hay justicia; aún hay solamente un silencio estruendoso.
El mundo se quedó mirando en silencio.
Modelos de adolescentes
Las verdades morales expresadas a través de las notables personalidades citadas más arriba fueron concebidas y puestas en acción por primera vez a cargo de Simón y Levi.
Simón y Levi son el paradigma perfecto y Shejem es el escenario perfecto, para que aprendamos lo que significa la responsabilidad religiosa y moral.
Se dice que el término “responsabilidad” es en realidad una contracción de dos palabras: responder-habilidad. No podríamos encontrar una descripción mejor para describir a los hijos adolescentes de Jacob: jóvenes que ejercieron su capacidad de responder en forma íntegra.
Ellos vieron la horrenda falta que se había perpetrado; se sintieron trastornados hasta lo más profundo de sus almas y actuaron, a pesar del riesgo mortal que eso implicaba.
Por lo tanto, es oportuno que la edad de bar mitzvá se deduzca precisamente de la abnegada postura de Simón y Levi.
Tenemos que soñar (no temer) con educar a nuestros hijos para que tengan coraje moral y para que estén dispuestos a actuar con sacrificio.
Haciéndose responsables
Con la debida licencia poética, me gustaría presentar aquí mi versión del episodio de Shejem, junto con los pensamientos, los sentimientos y las conversaciones que se ocultan tras él.
“¿Te enteraste?”, dijo Simón con voz temblorosa.
“¿Y ahora qué pasó?”, preguntó Levi.
“Tienen secuestrada a Dina y ahora Shejem, que se muera y se pudra en el infierno, quiere casarse con ella. Dicen que no la va a dejar ir hasta que no lleguemos a un ‘acuerdo’”.
Por un momento, el corazón de Levi dejó de latir. Estupefacto, se quedó parado sin moverse. Recién cuando empezó a captar lo que le habían dicho, empezó a temblar de rabia. Nunca en su vida se había sentido tan furioso como ahora.
“¡Qué desfachatez! ¡Qué criminal! ¡Primero la viola y después quiere que ella lo ame!”.
“¡Debemos actuar de inmediato!” dijo Simón con urgencia.
Habiendo recobrado en parte la compostura, Levi, que solía ser el más calmo de los dos, dijo: “Espera, pensemos bien lo que vamos a hacer para no actuar en forma precipitada. ¿Qué te parece si nos dirigimos a las autoridades pidiendo ayuda?”.
Simón lo interrumpió: “Shejem es la autoridad”.
“¡Pero tiene que haber alguna clase de ley en esta tierra!”.
“Shejem es la ley”.
“Pero ¿qué me dices de las naciones vecinas? ¿No te parece que ellas van a intervenir por nosotros?”, insistió Levi. “¿Cómo es posible que dejen pasar algo así? ¡Es obvio que tiene que haber alguna clase de ley internacional!”.
“¡Deja de ser tan ingenuo”, respondió Simón con impaciencia. “A nadie le importa en lo más mínimo de nosotros. Punto. Además…”.
Simón se quedó con la palabra en la boca; Judá se aproximaba a toda velocidad en dirección a ellos. Quiso decir algo, pero tartamudeaba en forma incontrolable. Ellos se quedaron pasmados ante tal escena. Judá era el que mejor sabía expresarse de todos los hermanos, el más articulado, siempre tranquilo y compuesto; un verdadero líder.
Cuando recobró la calma en medida suficiente como para poder hablar en forma coherente, les dio a sus hermanos la morbosa noticia. “En el palacio empezó a circular el rumor de que Dina es una prostituta cualquiera que por propia voluntad fue a ofrecerle sus servicios al príncipe”.
El rostro de Simón se puso lívido. “Ahora no existe la más mínima posibilidad de que alguien nos ayude. Peor aún: si ese rumor empieza a circular, y nosotros actuamos, se nos va a rotular de agresores y se nos va a acusar de difamar a Shejem a fin de iniciar una guerra. Y si ocurre eso, ¡entonces las naciones circundantes ciertamente se unirán a Shejem para luchar contra nosotros!”.
Levi, el eterno optimista, preguntó: “¿Y qué me dicen del gobierno de Shejem? Tiene que haber alguien que se solidarice con nosotros y si no, por lo menos tiene que haber gente dispuesta a ayudar a cambio de dinero”.
Judá ya había pensado en eso. “Todas las vías políticas -tanto directas como indirectas- están herméticamente selladas. De hecho, muchos de los funcionarios estuvieron involucrados en forma directa en el secuestro, y los que no, juraron respaldar a Shejem hasta la muerte. Me temo que en esto estamos completamente solos.
Que sepan que tenemos razones de peso para pensar que Shejem secuestró a Dina con la esperanza de que nosotros nos enfrentáramos a él y nos mataran en la lucha, para que él pudiera quedarse con toda la fortuna de nuestra familia”.
Eso ya fue demasiado para Simón, quien se puso de pie de un salto y exclamó: “¡Basta ya! No nos queda otra alternativa que luchar con los jeveos. Esa es la única forma en que podremos volver a ver a Dina con vida. Quién sabe cómo la están tratando ahora mismo mientras nosotros estamos acá hablando…”.
Judá, habiendo recobrado su serenidad, lo interrumpió con un comentario muy lógico: “Si bien da la impresión de que la única opción que nos queda es la batalla, en realidad esa no es una alternativa. Porque nos van a matar antes de que podamos contar hasta diez… Voy a hablar con los demás. Tiene que haber alguna manera de solucionar esto”. Y se fue corriendo.
Al quedarse otra vez solos, Simón tomó a Levi de los hombros: “Ven a luchar conmigo. Podemos hacerlo los dos juntos. ¡Y si no, lucharé yo solo!”.
Conmovido por la abnegación de Simón, Levi respondió: “Lo haría, pero es un suicidio y por lo tanto no sirve de nada. ¿De qué le servimos a Dina si nos matan?”.
Con los ojos hechos un fuego, Simón exclamó: “¡Basta con todos esos cálculos! Yo prefiero tratar de salvar a Dina antes que saber que no hice nada para tratar de rescatarla de esas bestias. Escucha con cuidado lo que te voy a decir: si tú piensas que esto fue un acto de terrorismo al azar, estás absolutamente equivocado. Shejem solamente hizo lo que hizo porque sabe que somos hebreos y que tenemos muchísimos enemigos que quieren vernos muertos. Él piensa que la sangre judía no vale nada. Y juzgando por la “abrumadora” reacción que recibió, su estimación fue confirmada. Nadie está dispuesto a defendernos cuando lo necesitamos. Si no actuamos ahora, entonces nuestro pueblo sufrirá ataques en forma incesante. Si no ponemos fin a todos estos crímenes por odio -sí: por odio-, entonces nuestras futuras generaciones serán continuamente acosadas por todos los que se den cuenta de que pueden derramar nuestra sangre sin recibir castigo…”.
Levi comprendió que la evaluación de Simón era acertada: “Cuenta conmigo”, exclamó apasionadamente. “Aun si eso significa que tenga que dar mi vida. Llega un momento en la vida en que debemos dejar de pensar en nosotros mismos y actuar en aras de los demás, no importa el precio que tengamos que pagar. Quién sabe qué efecto ejercerá en el mundo entero este acto de enfrentarnos al mal…”.
¿Y yo qué gano de todo esto?
La juventud de hoy en día suele ser definida como una juventud pasiva e indiferente. La pasión y el celo son para los fanáticos; y expresiones tales como conciencia universal, responsabilidad universal o rendición de cuentas universal suenan vacías. El símbolo de la paz, si es que nuestros hijos siquiera lo reconocen, pertenece a una era diferente. La abnegación ha sido reemplazada por la auto-adoración. Hasta los ateístas son cada vez menos, excedidos en número por aquellos a los que directamente no les importa nada de nada.
En lugar de eso, están los i-pods, los i-tunes, los i-phones y My Space (yo-pods, yo-tunes- yo-phones, Mi espacio).
Discúlpenme si no me supe expresar con la debida gravedad que requiere el tema.
Ha llegado el momento de que recuperemos a nuestra juventud.
Si queremos que nuestros hijos gocen de su patrimonio en vez de lamentarse por él, tenemos que encender en ellos una chispa. Si queremos que sus corazones latan con fe en Di-s y amor por la humanidad, debemos apropiarnos del fuego de Simón y alimentarlo hasta que lo veamos reflejado en los ojos de nuestros hijos.
Si queremos que a nuestros hijos les importe de los demás y compartan con ellos, que vean más allá de ellos mismos y miren dentro del corazón de los demás, debemos criarlos a la imagen de los primeros jóvenes bar mitzvá de toda la historia.
La juventud es el motor del mundo. La responsabilidad y la abnegación son el combustible de ese motor.
Pocas personas son llamadas a enfrentarse a poderosos imperios, pero no importa cuál sea el llamado de cada uno, ignorarlo no es una opción.
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