La primera guerra del Líbano de 1982 fue una guerra distinta a todas las demás. Durante su desarrollo, el Ejército de Defensa israelí llegó a Beirut y la conquistó, lo que provocó la expulsión de las fuerzas palestinas del territorio del Líbano.

El jefe de la OLP, Yaser Arafat, y sus hombres se dirigieron a Túnez y allí establecieron su comando. Por ese entonces, en Túnez había una pequeña comunidad judía de alrededor de cinco mil judíos.

Tras analizar los datos con que contábamos en el Mosad, llegamos a la conclusión de que, como resultado de todos estos acontecimientos, los judíos de Túnez se encontraban en una situación de peligro mucho mayor, entonces, pensamos que había llegado el momento de evacuar a esta comunidad y trasladarla a Israel.

Desde el momento en que se estableció el gobierno de Israel, este implementó la política de hacerse responsable de todos aquellos judíos que viven en países extranjeros y que pueden correr peligro. Nosotros sentimos que es la responsabilidad del Estado de Israel, ya que este es el estado de la nación judía. Y dado que tiene el poder y la capacidad de intervenir en el extranjero cada vez que sea necesario, también, tiene el derecho y el deber de hacerlo.

Así fue como pusimos manos a la obra y empezamos a movilizar a los judíos de Túnez. Enviamos allí a personas para que los convencieran de que se fueran. Pero enseguida, nos dimos cuenta de que teníamos un problema: había una figura de gran autoridad que estaba instruyendo a los judíos para que no se fueran de Túnez. No se trataba de una autoridad local ni tampoco de alguien del gobierno de Túnez, sino nada más ni nada menos que ¡del rabino de la comunidad! El rabino Rabí Nison Pinson. Él era el que alentaba a los judíos a que se quedaran en Túnez.

Enseguida, nos dimos cuenta de que la autoridad de Rabí Pinson emanaba del Rebe de Lubavitch, el líder del movimiento Jabad, del cual el Rabí Pinson formaba parte. Así fue como llegamos a la conclusión de que teníamos que ir a ver al Rebe para explicarle la situación, para que él entendiera lo que estaba ocurriendo y, entonces, alentara a los judíos a que se fueran de allí.

Mi interacción con Jabad se remontaba muchos años atrás, ya que fui asesor político de la embajada israelí en los Estados Unidos entre 1970 y 1974 y, en el contexto de mi cargo, había ido de visita a New York muchas veces junto con mi esposa y mis hijos. Visité al Rebe y estuve presente en sus farbrenguens. Por eso, el cónsul general de Israel, Naftali Lavi, me concertó una cita con él.

Tomé un vuelo desde Israel y llegué a la Sede de Jabad para mi cita, que estaba programada para la una o las dos de la madrugada. Mientras estaba sentado en la sala de espera, reparé en las otras personas que estaban esperando su turno para hablar con el Rebe, un grupo en el que había todo tipo de gente. Cada uno tenía su propio motivo para estar allí: uno para pedir consejo; otro para pedir instrucciones y otro para pedirle al Rebe que le diera su aprobación a una decisión que había tomado. Yo esperé. La gente entraba y la gente salía, y yo esperé.

Finalmente, llegó mi turno, entré y me reuní con el Rebe. Los dos hablamos, él y yo, y nadie más estuvo presente en aquel encuentro. Hasta donde recuerdo, la reunión duró cerca de dos horas. Empezamos tratando el tema de la situación de los judíos de Túnez; de inmediato, el Rebe me dijo que él había sido el que dio la directiva de no irse de Túnez. Él tenía su propia red de inteligencia, que constaba de varias fuentes, incluyendo al gobierno estadounidense.

El Rebe había chequeado su información y había llegado a la conclusión de que los judíos de Túnez no corrían peligro, por eso, les había aconsejado que no se fueran. El Rebe dijo: “Yo creo que tenemos que fortalecer, en la medida en que sea posible, cada comunidad judía en el mundo entero. Yo reconozco el rol del Estado de Israel y personalmente apoyo la aliá, y he dado instrucciones a ciertas familias para que hagan aliá, pero no podemos eliminar así como así una comunidad judía existente”.

Le expliqué al Rebe por qué en Israel veíamos la situación de otra manera muy diferente. Pero al final, cada uno se quedó con su opinión: él estaba convencido de que los judíos no corrían ningún peligro especial, y yo insistía en que sí corrían peligro.

A partir de nuestra conversación, se hizo evidente que él tenía un enorme conocimiento sobre el área de inteligencia y de espionaje y que además contaba con una amplia red de conexiones: con la Casa Blanca y con el Departamento de Estado. También, las tenía en otros lugares del mundo con todo tipo de autoridades influyentes. Era obvio que frente a mí estaba un hombre de mundo, no el rabino de una pequeña corte jasídica.

Él era también un gran visionario, y no abandonó esa gran visión ni siquiera un instante. Y esto quedó expresado no solo en la teoría, sino también en la práctica; demostrado en la acción de enviar a sus emisarios por todo el mundo para que sirvieran a la nación judía.

No cabe duda de que en muchos países del mundo los emisarios de Jabad juegan un rol fundamental en la continuación de la existencia del pueblo judío y en la continuación de la existencia de la nación judía como un todo. Cuando yo oficié de embajador de Israel en la Unión Europea, en Bruselas, me reuní con los emisarios de Jabad que trabajaban allí. Y también, con los de Riga y los de Sydney. Creo que si Jabad no existiera, la situación de las comunidades judías en todo el mundo sería muchísimo peor. Porque esta inmensa contribución que hace Jabad no la hace ningún otro movimiento en todo el mundo. Y en mi opinión, esta es una enorme bendición.