Cada vez que visitaba Estados Unidos, solía llamar y hacer una cita con el Rebe. En cierta ocasión, en 1970, llamé a 770, Oficina Central de Jabad en Nueva York. El secretario del Rebe, el rabino Hodakov, me dijo: “Lo siento mucho, Efraim, pero esta vez no puedo darle una cita. El Rebe está desbordado en sus compromisos y exhausto, y sé que usted lo quiere mucho, así que no querrá usted importunarlo…”.

“Claro que no”, dije. “Pero por favor pídale que me dé una bendición para mi viaje. Verá usted, voy a Japón por negocios”. “Se lo diré”, replicó. “Por favor, deme su itinerario”. Le dije: “Me voy el jueves y estaré con mis padres en Chicago para Shabat. El domingo volaré a Japón, llegaré allí el lunes y pasaré el Shabat en Kobe”.

“Muy bien”, dijo. “Tengo el número de su padre”.

Fui a visitar a mis padres, me quedé allí durante el Shabat y, el domingo por la mañana, me fui de Chicago a San Francisco. Cuando estaba en el aeropuerto de San Francisco cambiando de avión, oí un anuncio público: “El señor Steinmetz tiene una llamada telefónica”. Fui al teléfono y era el rabino Hodakov. “¿Cómo me localizó?”, le pregunté.

“Usted me dijo que estaría en Chicago, así que llamé allá, a sus padres. Sus padres me dijeron que ya se había marchado, pero su padre tenía su horario y dijo que en este momento usted estaría en San Francisco, abordando el avión a Tokio. Lo llamo porque necesito su dirección en Japón. El Rebe quiere enviarle algo”.

Le di mi dirección y él me dijo: “Tiene usted una bendición del Rebe. Debería tener un viaje agradable y mucho éxito”.

Llegué a Japón y me dediqué a mis asuntos. Para el Shabat fui a Kobe. Cuando llegué y me registré en el hotel, se me informó que había un paquete para mí, que había llegado de Nueva York en un envío especial.

Es importante recordar que salí de San Francisco el domingo y que estábamos a viernes de esa misma semana, pero en Japón es un día más tarde que en Estados Unidos. Aun así, el viernes por la mañana, el paquete estaba allí, esperando por mí.

Lo abrí y era del Rebe. Contenía un pequeño Sidur y un Tania, y también una nota diciendo que debería dárselos a alguien en caso de que los necesitara.

¿Qué hace uno en Kobe cuando tiene dos artículos como estos? ¡Los lleva a la sinagoga! Así que los llevé a la sinagoga conmigo. Cuando llegué, me encontré con un viejo y buen amigo que conocía de Venezuela. Se llamaba Ben David, era un comerciante de perlas que había ido a Japón a abastecerse. Estaba tan feliz de verme: “¡Efraim! ¿Cómo estás?”, me dijo y me invitó a su casa para Shabat, aunque rechacé la invitación porque ya tenía otros compromisos. Luego me preguntó: “¿Qué tienes allí?”, refiriéndose al paquete del Rebe que yo llevaba en la mano. Y le conté toda la historia.

Una vez que lo hice, él empezó a llorar. Dijo: “Esta es la cosa más fabulosa que me ha pasado en la vida. ¿Sabes? Llegué aquí hace seis semanas. Y desde joven tengo por costumbre aprender Tania cada mañana después de los rezos. Pero dejé mi Tania en casa. No sé como sucedió, pero lo dejé en casa. Llamé por teléfono a mi hijo y le dije que me lo enviara. Él prometió que lo haría, pero todavía no lo he recibido. He estado tan molesto y no sabía qué hacer”.

Y luego dijo: “El Rebe vio mi dolor. Vio mi dolor y me envió lo que necesito”.

No podía dejar de llorar.

Yo estaba muy impresionado, porque se trataba de una asombrosa secuencia de eventos. Había llamado al Rebe y le había dicho que iría a Japón; el Rebe envió estos libros, asegurándose de que llegaran antes de Shabat. Y era exactamente lo que este hombre necesitaba.