A la mayoría de nosotros nos vendría bien un poco más de inspiración en nuestras vidas. Pero ¿dónde podemos encontrarla?
Como científico, he descubierto que basta con mirar el proceso que acontece dentro de nuestros propios cuerpos para inspirarnos. En lo personal, tuve la suerte de asistir a la yeshivá antes de ingresar al programa de doctorado de Cornell en biología celular y genética. Haber tenido dicha formación, me permitió estudiar biología con el corazón abierto. Mientras examinaba el funcionamiento del cuerpo humano, increíble e intrincado, me deslumbré ante la infinita inteligencia de nuestro Creador.
Me gustaría compartir alguna de mis experiencias con el objetivo de inspirar el mismo tipo de asombro y gratitud que sentí como estudiante ‒y que aún siento‒ cuando contemplo estas cosas.
Comencemos por la respiración. Es un proceso fascinante que un cuerpo sano realiza minuto a minuto, día a día, año a año sin que siquiera tengamos que reparar en ello. Esto se vuelve aún más interesante cuando comprendemos la complicada y exigente “misión” que la respiración tiene en nuestros cuerpos. Quizá esto comience a sonar como una misión imposible al mejor estilo James Bond, lo cual sin duda es así, ya que la respiración es un proceso tan excitante como cualquier película del agente 007. Si no me creen, sigan leyendo y lo decidirán por ustedes mismos.
Al mismo tiempo que están leyendo este artículo, están respirando. Una persona promedio respira por lo menos 20.000 veces al día, y esto puede aumentar si hacemos actividad física. La mayoría de las personas no piensa en la respiración a menos de que intente nadar en una pileta de tamaño olímpico aguantando la respiración o que, en el caso de una persona descoordinada como yo, una brazada de nado simple alcance para que inhale un poco de agua indefectiblemente.
Ahora, focalicémonos en lo que conseguimos respirando. Para empezar, tenemos alrededor de 50 trillones de células vivas en nuestro cuerpo, lo cual resulta un número bastante difícil de aprehender. Quizá ayude pensar que 50 millones de células representa solo la millonésima parte del total de células que tenemos en el cuerpo (o quizá no). De todas formas, cada una de dichas células requiere oxígeno para funcionar. La mayoría de ellas se encuentra muy lejos de la superficie como para captar el oxígeno del aire. Por ende, depende de los vasos sanguíneos para recibir oxígeno fresco al conectarse con los pulmones.
Todos sabemos que los vasos sanguíneos transportan la sangre desoxigenada desde las extremidades del cuerpo hacia los pulmones, donde se la renueva y bombea nuevamente a todo el cuerpo. Lo que quizá no sepamos es cuán extensa es la red de vasos que fluye por nuestro cuerpo. Debido a que las células toman el oxígeno con mucha rapidez, cada célula debe encontrase muy cerca de un vaso sanguíneo. Extremadamente cerca diría yo: a un décimo de un milímetro.Esto supone una extensa red de vasos fluyendo por nuestro cuerpo. De hecho, si juntáramos todos los vasos sanguíneos uno a continuación del otro, ocuparían unos 100.000 km.
Tomemos en cuenta que nuestro corazón, que no es mayor que el tamaño de nuestro puño, constantemente bombea sangre a esos 100.000 km de red sin cansarse nunca. Y nuestros pulmones están en constante funcionamiento para reaprovisionar la sangre desoxigenada que llega a ellos tan rápido como para poder proveer de oxígeno a cada una de esas 50 trillones de células, literalmente minuto a minuto, sin que nosotros tengamos siquiera que reparar en ello.
Ahora bien, hagamos una pausa, respiremos hondo, y agradezcamos a quien nos diseñó.
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