Dijo Rabí Israel Baal Shem Tov: Cuando la persona se presenta ante la Corte Celestial para rendir cuentas de su travesía en la tierra, primero se le pide que exprese su opinión sobre otra vida. “¿Qué opinas”, se le pregunta, “de alguien que ha hecho tal y tal cosa?” Después de que ofrece su veredicto, se le muestra cómo estos actos y circunstancias son paralelos a los de su propia vida. En última instancia, es la persona misma la que juzga sus propios fracasos y logros.

Esto explica la peculiar redacción del pasaje de Éticas citado arriba: “ante Quién habrás de rendir juicio y cuentas”. ¿Acaso no es que la sentencia se dicta después de interrogar al acusado? ¿No debería el “juicio” venir a continuación de la “rendición de cuentas”? ¿Y por qué hemos de “rendir juicio” en contraposición con ser juzgados? Es que desde lo Alto no se emite nunca juicio sobre alguien. Sólo después de que él mismo dictó sentencia sobre algún acto determinado, la Corte Celestial le hace rendir cuentas por algún episodio equivalente en su propia vida.

La misma idea está implícita también en otro párrafo de nuestro capítulo de Éticas: “los cobradores hacen sus rondas regularmente, todos los días, y se cobran del hombre con o sin su conocimiento”. Cuando una persona expresa conscientemente su opinión acerca de algún asunto, sin quererlo está juzgándose a sí misma.

Lo que tenemos aquí es una percepción extremamente profunda de la practicidad especial del alma humana. En toda la creación, nada es más excelso que la “chispa de Divinidad” que es el alma del hombre. Esto se refleja en el hecho de que al hombre se le ha concedido el poder de elección, un poder que sólo comparte con el Creador mismo.

La libertad de elección le permite tropezar y errar, pero es también lo que hace que su potencial para el bien sea infinitamente mayor que las creaciones más espirituales de Di-s. por lo que hace incluso cuando un alma se presenta al juicio, implicando que tal vez haya faltas y fracasos en su comportamiento pasado, ningún juez, así sea el más elevado y espiritual de los seres celestiales, tiene jurisdicción alguna sobre su destino. El único poder en la tierra o el cielo que puede juzgar al hombre, es el hombre mismo.

(de una Sijá del Rebe del 10 de Shvat, 5720)