En las palabras inmortales del famoso sabio del siglo primero Hillel1 : “Si no soy para mí, ¿quién lo será?...” En otras palabras: tengo que cuidar de mí mismo; sino ¿quién lo va a hacer?

Entonces ¿dónde está el problema con el egoísmo? Para eso necesitamos considerar el resto de la frase de Hillel “... Y si soy sólo para mí, ¿quién soy?”

Hillel me dice que está bien que cuide de mí mismo de forma que pueda cumplir con mis responsabilidades con el mundo. Pero si cuido de mí mismo porque soy el centro del universo, entonces tenemos un problema.

Si todo se trata de mí, entonces, en definitiva, “¿qué soy?”

El problema no está en que cuide de mí mismo. El problema surge cuando no puedo ver un propósito más allá de mí mismo.

A veces tenemos esta mentalidad de que “todo se trata de mí”, que inevitablemente causa problemas en nuestras vidas.

Es por esto que la Torá2 nos llama a “circuncidar el prepucio de nuestros corazones”. Dado que obviamente esto no se puede referir a una cobertura física, nuestros Sabios nos dicen que la Torá se está refiriendo a una “capa” autoindulgente que nos impide conectarnos verdaderamente con otros. En este ejercicio, estamos apuntando a una “membrana” psico-espiritual de egocentrismo, que convierte la autosuficiencia en autoabsorción.

La Torá nos está diciendo que debemos cortar este enfoque sofocante de la vida para liberar nuestros corazones y almas.

¿Cómo?

De afuera hacia adentro.

Comenzamos con el comportamiento externo. “Circuncidar” mi conducta significa cortar mis capas de autoindulgencia.

Por ejemplo: Aunque no le cause daño a nadie al comer como un glotón una comida riquísima, estoy ejercitando mi “músculo de autoabsorción” y abriéndole la puerta a una cadena de cosas centradas en mí que automáticamente dejará menos espacio para las cosas centradas en otros.

El proceso de circuncisión quita las capas no saludables, de forma que hay menos autoabsorción en la forma en la que actuamos, y en la forma en la que hablamos.

Y entonces podemos dar el paso de quitar las capas, los bloqueos divisivos, de nuestros corazones y mentes.

Una vida de experiencias marcadas por desilusiones, heridas y fracasos, puede hacer que uno construya fuertes murallas emocionales, barreras que te mantienen aislado en un mundo solitario.

Al penetrar en forma saludable nuestras capas obstructoras, podemos empezar a cuidar verdaderamente de nosotros, encontrando nuestro lugar interdependiente en un mundo con sentido.